Peter Simonischek, uno de los actores más reconocidos de su generación, ha muerto hoy en su casa de Viena.
30 de Mayo.- En „El Mundo de Ayer”, Stefan Zweig viene a decir que, en Viena, lo que se siente por el teatro es un poco lo que sentían por Faulkner en “Amanece que no es poco”: o sea, auténtica devoción.
El pobre Zweig describe a los pobladores de ese Olimpo que era la compañía del Burgtheater (entonces aún “Hoftheater”) como semidioses reverenciados por la gente normal, que se apasionaba por sus dimes y diretes, por sus estrenos y por sus ensayos generales, lo mismo que hay gente que se apasiona por los goles, por las boleas o por los sets de las luminarias del deporte.
Se comprende que la sorprendente y algo prematura muerte de Peter Simonischek, uno de los actores austriacos más conocidos por el público, haya causado una consternación general en Austria.
Simonischek era Grazense (o “Grazioso”), vaya, nacido en Graz y pasó su infancia en la población estiria de Markt Hartmannsdorf, donde su padre ejercía de dentista, aliviando a la población de caries, flemones y otros desperfectos bucales.
Como muchos austriacos de su época (era costumbre común) sus padres le enviaron a un internado religioso (paréntesis: hay un documental buenísimo al respecto en el que sale Josef Hader). El joven Simonischek ya a puntaba maneras, y fue ahí en donde descubrió su amor por el teatro. Amor que, por cierto, debería ser más inculcado en la enseñanza, ya que lo que se aprende resulta luego muy útil para la vida civil.
Entonces como ahora, lo de ser cómico no parecía una profesión con mucho futuro o, por lo menos, no con tanto futuro como lo de ser dentista, así que, para que a sus padres no les diera un parraque, Simonischek se apuntó en secreto a la Escuela de Arte Música y Arte Dramático de Graz, en donde aprendió el oficio. Cuando terminó su aprendizaje, le enviaron al Stadttheater de Sankt Gallen, en Berna. Luego, pasó por Darmstadt y por Düsseldorf. En 1979 recaló en el Berliner Schaubühne, tablado en donde estuvo trabajando durante dos décadas.
Justo antes de que acabara el siglo pasado, sus paisanos austriacos se acordaron de Simonischek y fue honrado con la pertenencia al grupo selecto de actores del Burgtheater.
Al ser uno de los actores más distinguidos del país, era lógico que, entre 2002 y 2009, hiciera el protagonista de Jedermann, esa obra de Hugo von Hoffmannsthal que viene a ser la culminación de cualquier carrera actoral en este país. Valgan algunos ejemplos: Attila Hörbiger, Curd Jürgens, Maximilian Schell, Klaus Maria Brandauer, Cornelius Obonya o Tobias Moretti han interpretado el protagonista de este drama vetusto que trata de traer a los espectadores a la virtud.
En 1995, estrenó en lengua alemana la obra “Arte” con la que tan buenos ratos hemos pasado.
La vida de los cómicos tiene a veces golpes de suerte y, lo mismo que Christoph Waltz se hinchó de hacer malos en telefilmes de sobremesa antes de que Tarantino se fijara en él, la fama internacional de Simonischek le llegó con Toni Edermann, película de 2016 que fue nominada al Oscar y que le proporcionó cierta fama internacional, que se concretó en su participación en una de las películas de la estela del universo de Harry Potter.
Peter Simonischek ha muerto en su casa de Viena, de cáncer, a los 76 años.
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