La hija de Putin, Maria Woronzova, tiene casa en Kitzbühel, una de las zonas más lujosas de Austria.
20 de Junio.- Como ya dijo Albert Einstein, aunque quizá en otro contexto, todo es relativo. Por ejemplo, nosotros, sus habitantes, pensamos que Europa es un continente en sí mismo. Sin embargo, hay un grupo nada despreciable de personas (numéricamente hablando) que son del parecer de que Europa es, en realidad, una especie de península que le ha salido a Rusia. Rollo Marina D´Or ciudad de vacaciones, pero con un coliseo dentro.
Estas personas son los oligarcas rusos y sus familias. Desde que empezó la guerra, viven su exilio dorado, lejos de bombazos, en la Costa Azul. Sus mujeres, jóvenes, convenientemente recauchutadas y hasta las orejas de toxina botulínica, se cabrean porque Hermés, Chanel y otras marcas no les dejan comprar bolsos franceses. Este parece ser el único problema con el que se encuentran, aparte, claro está, de mantener una discreción mínima.
Discreción, mucha discreción, es lo que ha mantenido durante mucho tiempo la hija mayor de Vladímir Putin, Maria Woronzova, la cual parece ser que comía canapés con sus manazas manchadas de sangre en un lujoso chalet en uno de los lugares más exclusivos de Austria: Kitzbühel, en Tirol.
La parcela, de 800 metros cuadrados, está situada en la calle Oberleitenweg 31b y ofrece su puerta, cerrada a cal y canto, a los curiosos o a los periodistas. Es un ejemplo típico de cómo los rusos consiguen burlar las sanciones con ridícula facilidad.
Según informan medios austriacos los cuales, a su vez, se hacen eco de informaciones publicadas por el medio ruso en el exilio “Istories”, el casoplón pertenece a una sociedad pantalla llamada WayBlue, con sede en Nikosia (Chipre). Según documentos que obran en poder de los periodistas, la propiedad fue adquirida en 2003 por 10,8 millones de euros a una inmobiliaria austriaca. Los millones en cuestión, aunque fueron pagados por WayBlue venían de otra sociedad llamada Olpon Investments.
Detrás de Olpon Investments está Arkadi Rotenberg quien (¿Casualidad? No lo creo) es amigo de juventud de Vladímir Putin. Se conocieron en San Petersburgo, cuando los dos recibían clases de Judo. Rotenberg es uno de los constructores favoritos del Kremlin y responsable de obras públicas como el gigantesco puente que une la península de Crimea con tierra firme. Los diez millones de euros que le costó la mansión para la hija de Putin son un par de céntimos a nuestra escala, porque se estima que su inmenso imperio empresarial tiene un valor de tresmil millones de euros.
Según parece, tras un periodo en el que las estancias en Kitzbühel de la hija de Putin fueron frecuentes, la muchacha no se ha dejado caer por Austria desde 2015. En Austria, la empresa WayBlue es representada por el bufete de abogados de Josef Wieser, especializado (¡Cómo no!) en inversiones en Rusia y en sanciones contra esa Federación.Wieser, como es natural, ha declinado pronunciarse y ha dicho que no quiere tener nada que ver con los medios (peligra su negocio).
Parece ser en cualquier caso que esta manera de funcionar no es nueva. Como ya nos enseñó don Vito (Corleone), una mano lava a la otra. Putin da dinero a ganar a sus amigos y, a cambio, esperan determinados favores. En 2010, cuando el opositor Nawalny desveló que Putin poseía un lujoso palacio en las costas del Mar Negro, Rotenberg se apresuró a anunciar que la mansión le pertenecía.
Los amigos están para las ocasiones.
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