Los Soles presentan “Cinco y Acción”

El público se ríe (mucho) durante casi dos horas, siguiendo las peripecias de un juego que parece fácil pero que no lo es tanto.

21 de Junio.- Si uno sabe utilizarlos con un poco de salero, los clichés son una cosa maravillosa. Básicamente, porque ahorran mucho tiempo en presentaciones que pueden llegar a fastidiar. Tiempo que uno puede utilizar para cosas más agradables como, por ejemplo, divertir (mucho) al público, que es lo que hacen los Soles del Sur.

Vistos así, los clichés son un gozoso pacto que se establece entre el respetable y los actores, pacto que es tan viejo como el teatro mismo.

El actor se mete en un molde y el público se deja llevar. Es un juego que, pareciendo fácil, no lo es tanto porque, como primera condición, exige que el público se preste (un ejemplo clarísimo fue el de Lina Morgan) y luego porque hay que ser muy buen actor para darle profundidad a un cliché.

Alfredo Landa, por ejemplo, lo era. Ernesto Alterio lo es (menciono dos casos que le pueden sonar al lector y que yo recordaba al ver el trabajo de los actores, ayer).

Cinco y Acción, la nueva propuesta de los Soles del Sur, el grupo de teatro en español de Viena, está construida sobre clichés, y es muy de agradecer que nadie sienta el más mínimo complejo por este hecho evidente. Como es natural, a uno le parece que la situación no puede ser de otra manera dado que el dramaturgo, Javier Veiga, no es nada del otro Donnerstag pero, de nuevo esto, más que restarle méritos, se los añade (y mucho) al trabajo de los cinco actores que defienden bravamente el texto sobre el escenario.

A nivel de dirección, Cinco y Acción está construida muy sabiamente alrededor del personaje de Max, interpretado por Alberto Valcárcel, el cual hace un alarde de naturalidad a lo largo de las dos horas del espectáculo, consiguiendo eso tan difícil de lo que hablábamos algo más arriba: dotar de profundidad, fluidez y hasta yo diría que elegancia, a un personaje que probablemente, en el original, estaba interpretado por su autor con las mismas pretensiones de verosimilitud que el coyote y el correcaminos.

Este personaje de Max, por cierto, es un galán cómico de libro del estilo de los que hacía Alfredo Landa en su época y de los que auparon la carrera de Hugh Grant (antes de que se le pusiera la cara de rape que tiene en la actualidad, ver “A very english scandal”).

O sea, el clásico tipo que vive oprimido por un jefe déspota y con el que todo el mundo se puede identificar.

Él es el pararrayos sobre el que caen las descargas del enredo y sobre sus hombros descansa gran parte del peso de la función. Como sucede con los grandes bailairines, en ningún momento se nota el esfuerzo (que sin duda, está).

Se encargan de martirizarle y, por lo tanto, de provocar las (casi ininterrumpidas) risas del público, su malévolo jefe (Eduardo San Deogracias), la malvada mujer de su jefe (Aitana Vivó) una novia intermitente (Esther Sansigre) la cual es, por cierto, el personaje más original, ya que la figura del “pagafantas” es atribuida en este caso a una mujer y, por último, otro personaje difícil: el de la rubia tontaina y explosiva, interpretada por Maria Teresa Yagüe.

En ella me gustaría detenerme porque consigue hacer creíble una cosa que a mí, personalmente, me molestó un pelín del texo. Y es esta: si uno, como autor, plantea que una de las reglas del juego es que haya un personaje cortito de entendedras -al fin y al cabo, otro cliché- lo que no debería hacer, como dramaturgo, es cambiar de caballo a mitad de la función.

Ya digo que esto es una apreciación personal, una cuestión de gusto con la que, probablemente, Javier Veiga no estaría de acuerdo (y estaría en su derecho, claro).

De todas formas, Maria Teresa Yagüe consigue que esta costura de la trama no se vea y nos hace entrar en la curiosa lógica de este personaje aquejado de una ingenuidad que, como la locura de Don Quijote, adolece de una peculiar intermitencia.

Dejando aparte esto, Cinco y Acción cumple perfectamente su misión de entretener y divertir (mucho) al público durante dos horas. En estos tiempos que corren, es muy de agradecer que nos hagan olvidarnos de los tráfagos de la vida diaria.

 


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