De internet al mundo real: el triunfo de los antivacunas en Austria

El movimiento antivacunas ha servido en Austria para propiciar el resurgir de la extrema derecha. Detrás de su triunfo hay una historia fascinante.

27 de Junio.- Un libro te puede cambiar la vida de muchas maneras. Por ejemplo, con la emoción estética.

La que más mola, sin embargo, es cuando un libro consigue ordenar y sistematizar una serie de fragmentos de información de los que uno ha sido siempre consciente, pero a los que no había podido encontrar una hilazón.

Cambridge Analytica y el triunfo del microtargetting

En estos momentos estoy leyendo un libro escrito por el que fue una de las cabezas pensantes detrás de Cambridge Analytica. Como quizá recordarán las personas que me leen, CA fue una empresa que recogió de manera opaca información personal de millones de personas (solo en Estados Unidos, información de ochenta y siente millones de personas) y luego utilizó esos perfiles para crear propaganda personalizada que se disparó a través de las redes sociales, para llevar a Trump a la Casa Blanca, o para decantar el referendum del Brexit hacia la salida de la Unión Europea.

Antes de seguir me gustaría que las personas que me leen recordasen una serie de afirmaciones escuchadas durante la pandemia que, a esta luz, adquieren un matiz escalofriante. Por ejemplo cuando los antivacunas decían que no creían en la ciencia porque “ellos se informaban” en internet.

El mecanismo descrito en el libro es, en principio, sencillo. Se trataba de realizar estudios de mercado a gran escala. Los datos se obtenían de diferentes fuentes: en primer lugar, de Facebook. En segundo lugar de aplicaciones trampa (por ejemplo, esas páginas de Facebook en donde se ofrecen tests de personalidad en apariencia inofensivos, con preguntas del tipo “Antes de actuar me pienso mucho lo que hago”). Estos datos se cruzaban y se elaboraban perfiles personales de increíble precisión. Después, se clasificaban esos perfiles en grupos. Se localizaba a las personas que puntuaban en determinados rasgos de personalidad. Los más proclives, por ejemplo, a creer teorías conspiranoicas. Y, después, se les bombardeaba con publicidad por Facebook, concebida para agudizar esos rasgos neuróticos.

En una palabra: el objetivo era, ni más ni menos, que hackear a esos indivíduos para llevarlos a su causa.

Y mientras tanto, en internet…

Así, mientras todos estábamos ocupados combatiendo la pandemia, observando los progresos de las vacunas, los grupúsculos de ultraderecha austriaca realizaron justamente esta labor de cribado y de sembrado dirigido de propaganda. En dos direcciones: por un lado, dado que las redes sociales tradicionales no permitían la propaganda antivacunas, infiltrándose en las redes de mensajería, como Telegram que, de hecho, no tienen ninguna seguridad. Allí, localizaban a los perfiles más neuróticos y alimentaban la ira.

Utilizaban la temática de los antivacunas junto con otros temas conexos. Por ejemplo, el tema del género, el feminismo o los derechos LGTBI+. O la idea fuerza de la contraposición entre “el sano pueblo” y las élites.

Hay que tener en cuenta que el votante medio de la ultraderecha tiene un nivel económico y cultural bajo. Cuando uno es pobre y, además, no muy culto, es muy fácil caer en el sentimiento de que no es uno el que controla su vida y que sufre las consecuencias de las decisiones de personas (como esa caricatura de Bill Gates fabricada por la propaganda ultra) que están a salvo protegidas por sus millones.

La otra dirección era aumentar la desconexión de las personas con los medios tradicionales, creando ecosistemas que se retroalimentaban. Algunos, marcados políticamente (como el conglomerado “Auf 1”) pero otros no, como todas las páginas que, supuestamente, se dedicaban a hacerse eco de los damnificados por las vacunas.

En este sentido, los que movían las campañas en la sombra sabían perfectamente que, para tener éxito, no solo tenían que dirigirse al típico votante del FPÖ, sino que tenían que captar también a personas que normalmente no participaban en esas cosas.

En este punto entraron en escena los amantes de la llamada medicina alternativa y los partidarios de todas esas constelaciones intelectuales que podríamos agrupar en eso que se llama la creencia en “las energías”.

Eran esos que recomendaban “comer alcalino” o confusos remedios como beber lejía o la famosa Ivermectina caballar.

La trampa era muy sofisticada y, en realidad, muy inteligente. Cuando les recordabas a estas personas que, de hecho, estaban defendiendo postulados de extrema derecha, el mismo rechazo que sentían, y que no era más que una profilaxis mental para defenderse de la idea de que tú tenías razón, les reafirmaba en sus ideas, haciendo imposible “deshackearles”.

De internet al mundo real

Como sucedió con los grupos focales de Cambridge Analítica, una vez se llegó a un punto de ebullición, los grupos de ultraderecha, como los identitarios y el FPÖ, vieron el momento de pasar del mundo virtual al mundo físico. Estoy convencido de que estos actos de afirmación se realizaron primero en lugares pequeños. Se debió de convocar por internet a los miembros más radicales de estos grupos antivacunas -los que luego dieron lugar a ese partido, por suerte muerto, llamado MFG- primero en locales pequeños. Después, en manifestaciones.

Las primeras fueron bastante ruidosas, ruido que aumentaba por el hecho de que estaban prohibidas. Recordarán quizá los lectores cuando los antivacunas bloquearon la entrada de urgencias de un hospital. Después llegaron las manifestaciones de los sábados. Recordará el lector quizá la primera, a la que asistió el propio Herbert Kickl en persona y que terminó con incidentes en el edificio de Uniqa.

Despues de esto, incluso a Kickl le debió de parecer peligroso que le asociaran a un “movimiento” semejante (incluso se rumoreaba que, envalentonados, iban a asaltar el Parlamento) y en las siguientes compareció Dagmar Belakowitsch (a la que nunca le importó tener un título de doctora en medicina para seguir propagando falsedades sobre las vacunas).

Es muy importante en mi opinión, señalar que la burbuja informativa sigue ahí. Que el FPÖ, a través de sus medios (por ejemplo el periódico gratuito Österreich) se encarga de profundizar todo lo que puede la desconfianza de sus votantes de los medios tradicionales. Por ejemplo a través del descrédito de la ORF como nido de comunistas y portavoz de las élites (una cosa contradictoria, si bien se mira, pero este mundo no está regido por la racionalidad, como todos sabemos).

Convenientemente apartados de una información fiable y de calidad contrastable, los perfiles seleccionados son presa fácil de toda clase de bulos.

Una vez inoculado el virus mediante un sistema afinado para aprovechar todos los sesgos cognitivos de los receptores, es muy difícil “deshackear” a las personas “hackeadas”. Y sin embargo hay que intentarlo. Nuestros valores democráticos y la calidad de nuestras instituciones están en peligro.

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