En los últimos días, Austria se encuentra enfrascada en una carrera por definir algo tan difuso (y tan peligroso) como “la normalidad”.
16 de Julio.- Cuando me pongo a escribir los artículos de Viena Directo, tengo muy presente el lema de la página: „Las noticias que importan“. Yo lo entiendo así: se trata de hacer comprensible lo que pasa en Austria. Aunque a veces, por un momento, haya que salir fuera.
UNA EXCURSIÓN A ESPAÑA
Como probablemente sabrán muchos de mis lectores, España se encuentra barrida, en estos momentos, por una inmisericorde campaña electoral. En el curso de esa campaña electoral, en un acto con simpatizantes del Partido Popular español, Mariano Rajoy, ex presidente del Gobierno español, dijo lo siguiente:
–¿Qué aportan temas que a nadie le importan, por los que nadie pregunta? La ley del bienestar animal, que nadie sabe exactamente lo que es, o los transexuales, eso no le importa; hablemos de los temas que le importan a la gente.
Naturalmente, en su auditorio solo encontró aquiescencia. Para muchas personas, reconocer que los animales son seres “sintientes” o sea, que si les cortan una pata sienten dolor, les coloca en una posición incómoda. La de tener que aceptar que ellos, aunque sea por la mano interpuesta del matarife, del carnicero o, en el peor de los casos, del torero o del cazador, son cómplices de ese dolor. Una perspectiva bastante intranquilizadora. A nadie le gusta descubrir que quizá es una mala persona.
Otro tanto pasa con las personas transexuales. Durante mucho tiempo, lo único que hemos hecho, como sociedad ha sido machacarles.
Para mucha gente, el que les obliguen a recapacitar y descubrir que son cómplices de un gigantesco disparate resulta una perspectiva terrible. Obviamente, la situación anterior les viene mucho mejor. O sea, el silencio.
Y todas las cosas de las que no se habla, ya se sabe, es “porque no le importan a nadie”.
Dicho esto, volvamos a Austria.
LA ESCURRIDIZA NORMALIDAD
La gobernadora de Baja Austria, Johanna Mikl-Leitner, está bastante apurada. Para poder seguir en ejercicio ha tenido que hacer un pacto con lo peor de la extrema derecha austriaca (y ya es decir, ya tiene que oler mal). Los antivacunas apestosos, los machistas más reaccionarios, los criptonazis. A todos les ha tenido que poner buena cara. Por supuesto, ni ella, ni sus electores, ni su partido a nivel nacional, pueden correr el riesgo de admitir que, pactando con la extrema derecha, es muy posible que hayan dado carta de naturaleza a unas personas que, a medio plazo, convertirán Austria en un infierno como la Hungría de Viktor Orbán, un país en donde una librería puede ser multada con treinta y dos mil euros por vender libremente una cosa tan inocente como el cómic “Heartstopper”.
Así pues, hace unos días, respondiendo a los ataques, Johanna Mikl-Leitner, sin saberlo, casi calcó las declaraciones de M. Rajoy.
Dijo que su propósito es concentrarse en temas “del sentido común normal de la mayoría de la gente” y obviar el resto. El problema, como en el caso de M. Rajoy, es definir la palabra “normal”.
Hay un sesgo cognitivo, perfectamente estudiado, que consiste en creer que “lo normal” es creer lo que nosotros creemos. Se trata de un sesgo cognitivo al que nos enfrentamos frecuentemente todos los que, siendo extranjeros, vivimos en Austria. Es esa puñetera manía que tienen todos los nacionales de creer que todos los problemas tienen una única solución, y que esa solución se ha inventado aquí, y que no hay otra posible. Cuando uno intenta demostrarles que en otras partes del planeta “lo normal” es otra cosa, sale siempre lo que yo llamo el “bei uns”. O sea “bei uns” lo hemos hecho siempre así.
Pocos días más tarde, el canciller Nehammer abundó en la misma idea, de fortísima raíz nacionalsocialista, del “sentido común” de esa colectividad que los nazis llamaban “Volk”. Y para subrayar la idea puso algunos ejemplos muy reveladores: “Nadie tiene que sentirse mal por querer comerse un Schnitzel” o “todo el mundo tiene que poder usar un coche si así lo quiere”.
O sea, nadie tiene por qué sospechar que comiéndose un schnitzel a lo mejor está haciendo algo malo, o no hay que ponerle en la situación de creer que utilizar un coche es un acto de complicidad con los que asesinan su posteridad con el cambio climático.
Mantengamos las cosas como están, tengamos la fiesta en paz.
En una palabra: hay que evitar a toda costa despertar la ira de esas personas que están convencidas de vivir en el lado correcto de la Historia. Ojo: aunque sea mentira.
EL CASO DE LA SEÑORA DISPARADA
Terminaré con una anécdota personal, para que el lector sea consciente del desafío al que nos enfrentamos.
El otro día vino a verme un conocido. Un hombre pacífico, ya jubilado, que no suele meterse en muchas honduras. Le acompañaba una señora, también pensionista. Razonablemente culta para los estándares de 1990. O sea, tenía una carrera universitaria. Había sido enfermera (se había jubilado hace muy poco).
La señora era correcta pero, en su trato, se notaba una cierta aspereza de fondo. Es difícil de explicar, pero nada le parecía bien a la primera. Siempre había que hacer alguna corrección, aunque fuera mínima, en los planes, para que ella se diera por satisfecha.
Sentados en un restaurante, entorno agradable, arbolado, salió la conversación de lo mucho que los seres humanos normales dependemos de las decisiones de los poderosos. Fue un comentario inocente, a cuento de la guerra de Ucrania, pero pronto se vio que ella respiraba por la herida.
Empezó a hacer un alegato (tan sorprendente por venir de donde venía) contra las vacunas y entonó el discurso llorica y anticientífico de costumbre, y la cantinela imbécil esa de los “ciudadanos de segunda” y todo lo demás.
De las vacunas siguió a la homosexualidad, los refugiados y por ahí todo seguido nos citó la cantidad de basura intelectual conspiranoica que forma la pared de la burbuja en la que vive gente parecida a ella. Que es mucha. De carrerilla, cada vez de forma más faltona y agresiva, de forma totalmente incongruente con el contexto de una merienda de amigos que hablan sobre tonterías para olvidarse del calor.
Costó mucho pararla, devolverla al tono normal intrascendente que caracteriza ese tipo de reuniones.
En los últimos tiempos hemos descubierto, dolorosamente, que toda esa gente, aunque no lo saben, tienen un concepto absolutamente erróneo de lo que es “el sentido común” o “los temas que preocupan a la mayoría de la gente” porque creen a pies juntillas, como Luis XIV pensaba que el Estado era él, que se encuentran en el justo medio del sentido común y que la normalidad (Dios no lo permita) son ellos.
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