En un lugar muy frecuentado de Austria no pueden con la vida por la masificación turística y han decidido pasar a la acción.
28 de Agosto.- El verano, que va llegando a su fin, es época de vacaciones. Las personas que pueden permitírselo “se escapan”, así suele decirse, como si la vida fuera diaria fuera una cárcel, de sus rutinas diarias para visitar lugares desconocidos.
En realidad, lo que sucede en muchas (en demasiadas) ocasiones, es que suelen viajar todos a los mismos sitios, de manera que muchas veces se convierten (nos convertimos) en un auténtico tormento para nuestros semejantes.
O sea que cuando el filósofo decía que “el infierno son los otros” probablemente estaba pensando en esto. Debió de escribirlo a la vuelta de unas vacaciones especialmente masificadas.
El que esto escribe recuerda con horror y asfixia, como si fuera una película de Chicho Ibáñez Serrador, unas vacaciones en Francia durante las cuales tuvo la insensata ocurrencia de visitar la abadía del Mont Saint Michel. Esa meca de los amantes de los rompecabezas de diez mil piezas.
Desde lejos, el Mont Saint Michel es una visión idílica, pero conforme uno se acerca el idilio se va disipando. Frente a la entrada, en un llano, a la hora que sea entre las siete de la mañana y las seis de la tarde, hay decenas de autobuses que vomitan personas que quieren entrar a la abadía. Dentro de las murallas todo es una especie de calle ascendente en espiral, en donde uno va siendo llevado en volandas por una multitud de personas que hablan en idiomas diferentes y que no siempre han tenido la precaución de pasar previamente por una ducha. Si uno, por lo que sea, trata de detenerse, hay alguien detrás que le hace señas para que siga. Es imposible escapar y lo que en las fotos es un lugar solitario, encantador, al natural es una manifestación vocinglera y olorosa a humanidad, en cuyo centro no se puede disfrutar nada ni observar nada con calma.
La sucursal austriaca del turismo masificado es Hallstatt. Cómo será el atractivo magnético que ejerce este bonito lugar en Salzkammergut (más bonito durante la pandemia) que hasta los chinos se hicieron una copia (de Alí Babá) para tenerlo a mano.
Ese lago cristalino, esa torrecita encantadora, esos Alpes al fondo, esos balconcitos con geranios…Esa muchedumbre de gente -especialmente orientales- intentando todos sacarse el mismo autorretrato en el mismo sitio.
Es comprensible que los habitantes de Hallstatt y su región estén hasta el mismo pijo de tanta visita.
Hartos, hace algunas semanas la sufrida población de Hallstatt pasó a la acción. Para que la gente no se hiciera el p*to selfie en el mismo p*to sitio, el ayuntamiento de Hallstatt puso un tablado vertical de dos metros, tapando las hermosas vistas que son la fortuna (por los jEur) y la maldición (por el gentío) de las personas que habitan esta comarca.
Hoy, un grupo de ciudadanos cabreados ha bloqueado el túnel que da acceso al pueblo, para protestar por las condiciones en las que viven.
Por supuesto, también cabría decir que cuando los turistas entran en las tiendas y se gastan los cuartos no hay protestas. No se conoce el caso de ningún ciudadano de Hallstatt que haya dicho:
-¡Cómo se atreve a comprarme un “chuvenir”! ¡Métase sus jEur por el mismo jander guander guaremor y déjeme tranquilo! ¡Nosotros llegamos aquí primero!
O sea que, como dice mi madre, igual deberían ir aceptando que teta y sopa no puede ser.
En 1925, un joven de tan solo 23 años diseñó la que probablemente es la silla más conocida del siglo XX. Fue, además, todo un statement político.
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