Está claro que, el que fuera canciller austriaco, se muere por volver a la palestra. Y está intentándolo por todos los medios a su alcance.
10 de Septiembre.- Poco a poco, se va disipando el verano. Los últimos días de calor no engañan ya a nadie, lo mismo que no engañan a nadie las nevadas de abril. Los primeros diez días de septiembre suelen ser, informativamente hablando, una extensión agosto. Una época un poquito tontaina, en la que se hacen muchos propósitos para el curso que empieza y, al mismo tiempo, se valora hacer alguna locura, alguna excentricidad.
Por ejemplo, estrenar una película de propósito bastante amorfo y financiación tan opaca como la carrera de su protagonista.
Pero vayamos por partes.
Políticamente hablando, Sebastian Kurz es un ser amortizado (otra cosa es que él piense lo contrario, lógicamente). Judicialmente es todavía una patata caliente para el ÖVP (!Y cómo! Además).
Con la distancia que dan los años, casi todo el mundo en Austria menos, de nuevo, lógicamente, el interesado, ve a Sebastian Kurz como lo que fue desde el principio: comoun gigantesco gag publicitario. Un globo lleno de aire.
Cuando Kurz entra en escena, en la década pasada, al Partido Popular austriaco le pasaba lo que al periódico español ABC, que no perdía lectores. Se le morían de puro viejos. El otrora hegemónico partido conservador austriaco se encontraba en un bache del que no había manera de sacarlo. No solo era el envejecimiento de la población, o la pérdida (gigantesca) de influencia de la en otro tiempo poderosísima Iglesia Católica. Era algo más: un aroma a viejo, a naftalina y a fracaso que hacía que cualquier persona en el cartel electoral del ÖVP retrocediese instantáneamente en la mente de los electores a 1962.
Se trataba de convencer al electorado de que ÖVP podía significar también sangre nueva, gente joven. Parece ser que fue Erwin Pröll, uno de los santones del conservadurismo austriaco, el que vio en aquel chaval de orejas de soplillo lo que nadie más había podido ver. No solo juventud, sino también desparpajo para decir sin titubear lo que le escribía un grupo de expertos spin doctors. Poquito a poco, impulsado por una maquinaria de fontaneros no menos profesionales, Sebastian Kurz fue escalando puestos en el organigrama. Una persona con una formación académica que terminaba en el bachillerato, fue secretario de Estado, luego Ministro de Exteriores (logro notable para una persona sin estudios universitarios) y finalmente canciller.
De lo siguiente no tengo pruebas pero me apostaría los varios miles de artículos de esta página a que los problemas empezaron cuando Sebastian Kurz, a base de cócteles, canapés y “after works” empezó a creerse lo que la propaganda decía de él y a tomar decisiones como si en Austria no hubiera más ley de los que, como decía la letra de “Hotel California”, eran “pretty boys he called friends”.
El escándalo de Ibiza fue el primer aviso y luego la marea de mierda de los casos de corrupción terminaron por llevarse a Sebastian Kurz por delante. Todo está sub iudice en estos momentos y las cosas no pintan bien.
Pero Sebastian Kurz es un hombre joven, en lo mejor de sus facultades (la flor de la vida, solía llamarse) y el poder crea adicción, y las tentaciones de volver son grandes.
El último intento de recuperar la atención pública se llama “Kurz-der Film”, un publirreportaje en el que ha participado no solo el propio Sebastian Kurz cantando sus propias alabanzas sino también la plana mayor del ÖVP, recordando aquellos tiempos que, según los sumarios, convirtieron el distrito uno de Viena en una sucursal de los Montes de Toledo.
Tanto el director como los productores de la película son personas sin mucho currículum en el mundillo del cine austriaco, lo cual, junto con la campaña publicitaria (fiestorra incluida) ha llevado a pensar que Sebastian Kurz ha montado toda la operación para intentar volver volver volver. El cachondeo, por cierto, ha sido grande. Kurz- der Film ha tenido la carrera comerciaal esperable: o sea, ninguna. Aunque su protagonista no se haga a la idea, su tiempo ha pasado.
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