Tartas, sostenes y contraseñas

Una conocida (y viejuna) tarta se ha convertido en una contraseña para iniciados. Lo que son las cosas.

11 de Septiembre.- Preparando la noticia de hoy, pensaba uno que el hecho de que el Estado tenga (afortunadamente) reprimida la ideología fascista y sus símbolos conlleva un curioso fenómeno de deslizamiento de significados y de códigos que, en apariencia, no se termina nunca.

Es un poco como los eufemismos: son esas palabras que se utilizan para tapar otras que suenan soeces, vulgares o poco elegantes. La cosa funciona mientras el eufemismo conserva su inocencia, luego, se carga y adiós muy buenas, hay que inventar otro. Por ejemplo, nuestras abuelas llamaban sostén a la prenda que sirve para que las mamas femeninas se declaren en rebeldía a la implacable ley de la gravedad. Es una palabra, por cierto, preciosa, en mi opinión. Precisa y elegante. Poco a poco, sin embargo, el sostén ancestral empezó a cargarse de connotaciones por el uso diario. Dejó de tener, por ejemplo, ese escalofrío erótico, ese atractivo de lo prohibido. Llevaba sostén lo mismo la portera que la marquesa, de manera que los proveedores de la marquesa, por distinguirse, encontraron otra manera de llamar a lo mismo: sujetador.

Con el fascismo es un poco igual. Se prohibieron de primeras todos los aperos simbólicos de la dictadura hitleriana, que si la cruz gamada, que si las runas, que si la tibia y las calaveras. Pero, en sus catacumbas, las cucarachas asquerosas empezaron a tramar nuevas contraseñas. Y así nació el llevar camisetas de la marca Lonsdale (porque en el centro de la palabra está NSDA, casi completas las siglas del partido nazi) o el 88 (H es la letra octava, así que código para iniciados). El 21 de abril, fecha del cumpleaños de Hitler se convirtió en una contraseña secreta, lo mismo que sus comidas favoritas.

Según informa el diario Der Standard, el último deslizamiento se ha producido con la tarta Kardinalschnitte, una bomba azucarada y viejuna (es un poco el sostén de las tartas) que se ha convertido en una contraseña secreta entre los tunantes.

¿Y por qué? Pues resulta que la carta del cumple ahora noventa años, ya que fue inventada por Ludwig Heiner, pastelero vienés de ideología tan ambigua como fuerte olfato comercial, para una festividad católica (una olimpiada de la hostia, podríamos decir) que se celebró en Viena entre el 7 y el 12 de Septiembre de 1933. Heiner, dueño de una pastelería que aún funciona y sigue en manos de sus descendientes, combinó ingredientes para que la tarta le saliera blanca y amarilla, colores que, como todo el mundo sabe (va de símbolos) representan al Vaticano.

¿Y quién era el cardenal? Pues nada más y nada menos que el cardenal Innitzer un hombre que tuvo con el fascismo una relación casi tan ambigua como la ideología del pastelero Heiner. Durante la inauguración de esta “olimpiada de la hostia” a la que hacemos referencia, el canciller Dollfuss dio el pistoletazo de salida al austrofascismo (en este caso podría decirse que, literalmente, el tiro acabó saliéndole por la culata) e Innitzer, prudente, no dijo esta boca es mía, sospecha uno porque, en el fondo, estaba de acuerdo con que Austria volviera a un medievo en el que todo el mundo se mantuviera quietecito y los curas partieran el bacalao.

Ya en 1938, el cardenal Innitzer escribió una carta pastoral animando al personal a su cargo a que votase en el referendum de mentira que se hizo para la “anexión” de Austria a Alemania, carta que firmó con un expresivo Heil Hitler.

A Innitzer también le salió el tiro por la culata, porque nada más entrar los nazis en Austria le atacaron el palacio episcopal y a los curas pacifistas o los apresaron o les hicieron cosas peores.

En cualquier caso, como los cazurros no hacen demasiados distingos, lo cierto es que la tarta se ha convertido en una contraseña.

La familia del inventor del dulce ve la cosa con bastante tranquilidad. Se conoce que ellos piensan que este deslizamiento semiótico a ellos ni falta que les importa, mientras las pensionistas se castiguen el hígado comiendo tartas del cardenal con sus amigas mientras hablan de lo cara que se ha puesto la vida y de la gente que se pega a la calzada para protestar contra el cambio climático.

De cualquier manera, mira tú por dónde hemos aprendido la historia de una tarta. No hay mal que por bien no venga.


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