Hay noticias que bajan a los lugares secundarios de los periódicos pero que son más reveladoras que los grandes titulares
12 de Septiembre.- Hubo un momento en el que todo el mundo, absolutamente todo el mundo, estaba en Facebook. La red social era una máquina con un interés voraz en hacerse una idea de las relaciones que teníamos todos con todos. Sobre ese mapa, utilizando un mecanismo complejísimo, Facebook empezó a superponer intereses y aficiones, creando perfiles de sus usuarios. El objetivo era obvio: cuanto más nos conociera la máquina, más eficaz sería a la hora de mostrarnos solamente (y atención al adverbio, solamente) aquello que queríamos ver. Como efecto secundario, Facebook favorecía uno de nuestros sesgos cognitivos más arraigados, que es el de pensar que la mayoría de las personas piensan del mismo modo que nosotros lo hacemos.
A la altura de la campaña electoral de Trump, Steve Bannon, el dueño del portal de noticias Breitbart, un hombre tan malvado como culto, se dio cuenta de que, si Facebook podía servir para vender cacerolas o mangas de riego, también podía usarse para vender políticos. Lo único que había que hacer era invertir el dinero suficiente. Un dinero que, además, era mucho menos que el que costaban las campañas de publicidad electoral tradicionales.
Si en términos de manipulación de la democracia la cuestión era un hito sin parangón en la Historia de la Humanidad, en términos tecnológicos la cosa era un logro comparable con haber colocado al un bípedo implume sobre la superficie de la luna.
La cosa no tenía más que ventajas si lo que querías era hacer el mal. No solo se podía hacer un anuncio a medida para cada uno de los receptores (Goebbels hubiera muerto de placer) sino que, al no reconocer el peligro a tiempo, no existían controles institucionales que permitieran garantizar la igualdad y el juego limpio. Tampoco las personas estaban preparadas para reconocer que lo que veían en sus muros de Facebook estaba cuidadosamente estudiado y no obedecía, ni en proporción ni en veracidad, a lo que pasaba en realidad.
Una publicidad así, barata, eficacísima y sin ningún control (solo hace unos días se aprobó, y solo en la Unión Europea, un intento de acabar con la tiranía de los algoritmos y la “publicidad personalizada”) fue utilizada profusamente por los políticos. Desde el momento en que el que más pagaba era más popular, se rompió la igualdad de oportunidades. La víctima fue la democracia.
Hoy se han conocido las cantidades de dinero que políticos y organizaciones austriacas se gastaron en publicidad en Meta (Facebook+Instagram) desde 2019 hasta ahora.
Las cifras llaman mucho la atención: en los últimos tres años y medio, Herbert Kickl, el líder de la extrema derecha austriaca ha gastado en publicidad en Meta 407.184 Euros (no está nada mal para ser un político que, oficialmente, es el ángel de los pobres). Esa cantidad viene a ser el sueldo de 200.000 personas
Es la medalla de plata de la lista, que está liderada por Greenpeace (751,476 Euros).
Sin embargo, si nos ponemos a sumar, los ultras se han gastado (por ejemplo en campañas antivacunas) casi un millón y medio de euros en tres años solo en publicidad en internet (un año con otro, casi cuatrocientos mil euros). Viene a ser 22,5 Euros por habitante de Austria al año). De las veinticinco cuentas de Facebook que más dinero han gastado en publicidad de Facebook, una cuarta parte están vinculadas a los ultras.
Por poner la cosa en perspectiva, el Presidente van der Bellen se ha gastado en tres años y pico, contando las dos campaöas electorales y la cuenta institucional de Presidencia de la República, 131.556 Euros. Una décima parte de lo que los ultras se han gastado en difundir su tóxica mercancía.
Por cierto, la cantidad real es mucho mayor porque otro de los medios ultras para propagar sus consignas es YouTube, en donde también hacen activamente publicidad.
Su maquinaria de propaganda es muy eficaz, está muy engrasada y quienes la llevan son muy profesionales. Durante años la han optimizado para sacar el máximo partido. Hoy por hoy es un enorme leviatán. A ver quién puede con él.
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