Varios destacados miembros del FPÖ se han acercado a Kabul para darles un barniz de respetabilidad a los talibán. Esos seres.
26 de Septiembre.- A primera vista, se podría pensar que los dos hombres que aparecen en la foto, publicada en Twitter, no tienen nada en común. Están sentados en una habitación impersonal, administrativa pero que, de alguna forma, quiere ser lujosa. Las paredes blancas. El suelo es de mármol concienzudamente abrillantado. En las ventanas, hay dos cortinas de color béis y unos visillos semitransparentes que dejan entrever un promisorio jardín.
El mobiliario consiste en dos sillones que aparentan ser opulentos pero que, en Europa, podrían comprarse en unos grandes almacenes de medio pelo, de esos que venden mobiliario hecho con virutas de madera apelmazada. Hay una mesita de centro sobre la que hay un pequeño jarrón de cerámica con un chismecillo que pretende ser delicado. El cachivache lo mismo podría ser una de esas bolas de cristal con nieve sintética, que un platito de cerámica en el que pusiera “estuve en Kabul y me acordé de ti”. En los extremos de la foto, dos mesitas con dos tarros de cristal en donde hay galletas. Detrás de uno de los sillones hay una bandera blanca con unos caracteres (grandes) en árabe. Es la bandera de los talibanes.
Por cierto, por el pie de foto sabemos que la habitación que estamos viendo está ahí exactamente, en Kabul. En la ciudad en que las niñas no pueden ir al colegio, las mujeres están condenadas a la reclusión de sus casas y los homosexuales son ahorcados. Esa ciudad que está en un país en donde se destruyen las obras de arte antiguas, se tortura, se mutila, se apalea y se mata.
Sentados en los dos sillones hay dos hombres. El de la izquierda tiene unos sesenta años. El pelo blanco. La expresión entre concentrada y malhumorada. Quizá le molestan las almorranas. Va vestido a la europea. Lleva una camisa blanca y un traje azul eléctrico -quizá “demasiado” azul. En la mano izquierda un anillo de sello. No le vemos los pies. En el sillón de la derecha hay un hombre algo más joven (es difícil de saber, pero la barba es aún negra). Va vestido a la afgana. Turbante negro, chaleco azul y vestimenta blanca. Su calzado solo se adivina. Unas babuchas. Tiene las manos cruzadas sobre el regazo, como una señora mayor. Y la cabeza algo inclinada hacia el hombre vestido a la europea, como si rogase, o como si se quejase, esta vez de una gastroenteritis. Lleva un reloj de pulsera con la correa de metal dorado.
El hombre del traje es Andreas Mölzer, ex diputado en el Parlamento Europeo de la extrema derecha austriaca. Vaca sagrada de su vieja guardia. Un camisa vieja. El hombre afgano es Khan Muttaqi, el “ministro de exteriores” de los talibán. Son importantes las comillas porque nadie reconoce a ese gobierno salvaje. Oficialmente, Mölzer se ha reunido con Muttaqi para “facilitar los trámites consulares de los afganos en Viena”. Es curioso porque ni Mölzer ni el partido al que pertenece, pueden hacer nada al respecto.
Para el régimen talibán, la visita de Mölzer y de otros dos “políticos europeos” constituye una migaja de propaganda dentro del férreo rechazo de la comunidad internacional. Un poco como cuando Johann Gudenus era convocado por el Kremlin a supervisar consultas ilegales en estados títere invadidos por la Federación Rusa. Los talibán deben pensar que la presencia de Mölzer -ese caballero con una presumible afección proctológica- les da un barniz de respetabilidad.
La visita de Mölzer es, por lo menos a priori, más difícil de explicar. En un comunicado de prensa, el “ministro de exteriores” talibán se ha felicitado de que Mölzer y sus dos acompañantes -ambos conspicuos políticos ultras- se hayan acercado a Kabul a ver la realidad de la vida en Afganistán. Los talibán se sienten maltratados por los medios occidentales y están deseosos de mostrar que no es tan fiero el león como lo pintan.
Aunque pudiera parecer lo contrario, los talibán son bastante populares en los medios ultraderechistas. Los llamados identitarios (el ala más extrema de la extrema derecha austriaca) se deshacen en alabanzas de un movimiento en el que “la masculinidad” no es cuestionada, en el que oprime con crueldad y dureza cualquier intento de feminismo y en donde los homosexuales se juegan la vida si les descubren. Destacados miembros de esa costrosa secta quisieran importar muchos de los métodos de los talibán para ponerlos en práctica en Europa. Sin Corán mediante, claro. No vaya a ser.
El cuento de la criada sobre la tierra.
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