¿Tiene sentido seguir educando a nuestros niños como en el siglo XIX, cuando se van a enfrentar a un entorno laboral del siglo XXI?
15 de Noviembre.- Una de las ventajas de que Viena Directo tenga un recorrido tan largo es que uno puede echar un vistazo a las cosas que le interesaban, por ejemplo, hace cinco años. Y también, aunque parezca raro, puede saber las cosas que no le inquietaban. Por ejemplo, hace cinco años la inteligencia artificial era un asunto que estaba dando sus primeros pasos. Y sin embargo, en cuestión de meses, la inteligencia artificial ha pasado de ser “ese asunto” a convertirse en “el asunto”.
Y una de las patas de ese asunto y no la menor, precisamente, es cómo la inteligencia artificial va a afectar a la educación. A cómo y a para qué estamos educando a nuestros niños. Si, como parece, en un plazo brevísimo de tiempo, no va a ser concebible un entorno laboral sin inteligencia artificial (lo mismo que es inconcebible hoy en día alguien que no trabaje con un ordenador o con luz eléctrica), las autoridades competentes tienen que ver si tiene demasiado sentido que los chavales sigan en las aulas volviéndole la espalda a lo que será en el futuro parte de su entorno de trabajo.
Ayer, el Ministro de Educación, Sr. Polaschek y el Secretario de Estado de Digitalización, Sr. Tursky, anunciaron que, en el transcurso de los próximos dos años, se va a realizar un programa experimental con 100 escuelas, con la finalidad de evaluar de qué maneras se puede implantar la inteligencia artificial en las aulas y el efecto que tienen estas nuevas herramientas (que ya utilizamos todos, aunque algunos no lo saben siquiera) en el ámbito de la educación.
Para participar, las escuelas que lo deseen tendrán que solicitarlo y el Estado ha reservado al efecto un (poco ridi) presupuesto de 250.000 jEur.
Este dinero se va a utilizar en desarrollar mejores materiales educativos utilizando inteligencia artificial. Se podrá tener acceso a ellos desde en Eduthek, una plataforma de contenidos gratuitos del ministerio de educación, hasta digi.case una suerte de caja de herramientas educativa para las escuelas, hasta los clásicos manuales escolares para la educación básica.
El Estado austriaco también va a invertir parte del dinero en formación de los docentes en el ámbito de la inteligencia artificial, sobre todo a través de una oferta masiva de cursos online. La inteligencia artificial también será integrada en la formación estándar del profesorado.
El Ministro repitió que, ahora como antes, el uso de la inteligencia artificial está prohibido en las escuelas, en aquellos casos en que se utilice para “hacer trampas” y fingir conocimientos que no se tengan (rollo “rincón del vago”). Se deja en manos del personal docente la tarea de sensibilizar a los alumnos de que hacer trampas en este aspecto está mal. Seguirán siendo los docentes, eso sí, los que decidan qué “ayudas” están permitidas en clase, tipo calculadoras y resúmenes de fórmulas, por ejemplo.
El reto que representa la inteligencia artificial no es nuevo. En mi generación, por ejemplo, llegaron las calculadoras científicas (uno es tan viejo ya, que se acuerda de los primeros relojes digitales con calculadora). La pregunta está, naturalmente, en qué hacer con estos instrumentos, si prohibirlos o que los alumnos los conozcan, integrándolos en la tarea educativa. El Gobierno austriaco, aunque tímidamente aún, parece que se ha decantado por la segunda posibilidad.
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