Marlene Engelhom, tataranieta del fundador de BASF y perteneciente a una familia de millonarios, va a donar su fortuna. Esta es su historia.
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10 de Enero.- Una de mis fotos favoritas de todos los tiempos es una que muestra a Sofía Loren en todo el esplendor de su belleza. Va empujando un cochecito de niño con una actitud regia y, tras ella, un señor gordito y algo mayor le sostiene un quitasol. El señor mayor (y calvo) es el productor Carlo Ponti, su marido. Ahora que caigo, la foto es una paráfrasis de otra muy famosa en la que Picasso hace lo mismo con una de sus mujeres.
Esta foto es una demostración de un hecho muy frecuente el cual es el de ver que muchas personas despampanantes conviven (y son muy felices) con personas de físico normal o incluso, como el pobre Ponti, más bien tirando a Dani De Vito.
Los ingenuos siempre se preguntan lo mismo: ¿Por qué, pudiendo haber elegido a cualquier hombre, pongamos al guapísimo Cary Grant, que echó los dientes por ella, Sofía Loren “se conformó” con Carlo Ponti? La respuesta, en mi opinión, es muy simple: las personas hermosas que, además, son inteligentes, se dan cuenta pronto de que la belleza solamente no es bastante para ser feliz junto a alguien. Y es que, queridos amigos, como decía aquel: uno puede acostarse con una persona. Incluso, muchas veces. Pero en algún momento hay que desayunar con ella. Y desayunar con un tonto (o una tonta) es un coñazo.
Con el dinero pasa un poco lo mismo: las personas para las que el dinero no ha sido nunca un problema no tienden a basar su proceso de toma de decisiones pensando en la pasta. Cuando uno tiene algo en abundancia tiende a no prestarle mucha atención.
LA MILLONARIA DECENTE
Marlene Engelhorn es una chica joven que siempre ha tenido, por familia, todas sus necesidades cubiertas. Uno sospecha (sin pruebas) que en algún momento debió pensar de los suyos lo mismo que decía Sabina en la canción (“era tan pobre que no tenía más que dinero”). Quizá se haya dado cuenta de que hay cosas (las más importantes) que el dinero no puede comprar. O quizá solo sea que Marlene ha salido a su tatarabuelo, el fundador de BASF y es muy inteligente. Yo me inclino por esta última opción.
El caso es que la abuela de Marlene Engelhorn, una de las personas más ricas del mundo, murió hace poco y Marlene heredó de ella 25 millones de Euros. Marlene, a quien los de su clase no deben de apreciar mucho, ha decidido organizar un grupo de cincuenta personas elegidas al azar pero representativas de Austria para que se reúnan 3 fines de semana (cada uno cobrará 1200 jEur por fin de semana), discutan y decidan de forma democratica a qué se destina esa fortuna. Por cierto, creo que es importante recalcar que no se trata de todo el patrimonio de Marlene Engelhorn, aunque sí de una parte muy importante (el 90%, hagamos cuentas para ver que Engelhorn no se queda en la calle, precisamente).
La mujer, de 31 años, y activista por el impuesto de sucesiones (y a favor, en general, de los impuestos) considera, con una lógica de libro, que los impuestos son la forma más sencilla de reducir la desigualdad y redistribuir la riqueza. Es un poco como si Sofía Loren le hubiera pagado la esteticién a un número de señoras italianas. El argumento de Marlene Engelhorn es impecable: yo disfruto de esta riqueza por el azar de haber nacido en una familia como la mía. No he hecho nada para tener ese dinero, de manera que es injusto que lo disfrute solo yo.
La solución sería un impuesto a las grandes fortunas (que solo los socialdemócratas llevan en su programa) pero dado que en Austria a los ricos se los trata con guante de terciopelo y no está a la vista que un impuesto así se vaya a instaurar, Marlene Engelhorn ha decidido tomarse la justicia impositiva por su mano.
Baste decir que, en Austria, un 1% de los hogares controla el 50% de la renta nacional.
Por expreso deseo suyo, una vez formado el consejo de cincuenta ciudadanos, ella no tendrá ninguna influencia sobre el destino final de los 25 millones de euros aunque quedarán excluidas aquellas finalidades lucrativas, contrarias a la vida o a la dignidad humana.
Para Marlene Engelhorn es una cuestión de fe en la democracia. Ella piensa que es injusto que los ricos, por el hecho de serlo, adopten decisiones que nos afectan a todos y sobre las que la mayoría no puede tener control.
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