participantes en el congreso de Viena

210 años del Congreso de Viena: un nuevo orden para Europa (2)

participantes en el congreso de Viena

Un grupo de hombres con biografías complicadas, un método de trabajo descentralizado, y una misión: que en Europa no se moviera ni Dios.

22 de Enero.- Viena, Septiembre de 1814. Las potencias vencedoras de las guerras napoleónicas se reúnen en la capital del imperio austriaco para enterrar bajo una capa de hormigón conservador los sulfúricos ideales de la revolución francesa. Abajo con todo lo que huela a laicismo, a republicanismo y a ilustración. Los ricos, en su sitio, que ha sido desde siempre el de pisar el cuello de los pobres. Los curas, en sus iglesias, reprimiendo cualquier tentación de cuestionar el orden divino. Los pobres, a currar con la vista puesta en el suelo. Y los ricos…Bueno, a lo de siempre.O sea, a hacer todo lo contrario de lo que predicaban oficialmente intentando que no se notase  mucho.

El intento, como es sabido, salió regulero y no duró tanto como sus impulsores esperaban. Pero eso es adelantarse a la historia.

En fin: habíamos dejado a las lucidas delegaciones de las monarquías llegando a la ciudad de los valses. A Metternich, el superministro austriaco, como Deus ex Machina de semejante tinglado y a los curritos a pie de obra quejándose de que aquello era un jolgorio y un cachondeo y de que así no había manera de hacer una revolución neoconservadora.

UNA TORRE DE BABEL

Lo cierto es que el Congreso de Viena, a pesar de sus intenciones conservadoras y autoritarias estuvo bastante descentralizado. Un contrasentido, si se quiere. En vez de sentar a todos los representantes de las monarquías europeas en algún sitio capaz, el trabajo se organizó por comisiones. A saber, y entre otras:

-Comisión para los alemanes,

-Comisión para asuntos europeos

-Comisión para asuntos territoriales

-Comisión para navegación fluvial

-Comisión para el comercio de esclavos (!)

Generalmente, los países se reunían de dos en dos en la comisión que fuera y se firmaban tratados bilaterales que, al final, se publicaron en una colección: El Acta del Congreso. Este librote (o librotes) solo llevaba las firmas de las ocho principales potencias: Austria, país anfitrión, España, Francia, Gran Bretaña, Portugal, Rusia y Suecia (en este orden alfabético por sus nombres en francés).

Anexa, hubo otro acta, el Acta Federal Alemana, que fue firmada por separado por los embajadore plenipotenciarios de los Estados alemanes. Hay que recordar que, a la altura de 1814, lo que hoy conocemos como Alemania era un mosaico de principados, agrupados en principio en una confederación. Alemania no se convertiría en algo parecido a lo que conocemos hoy hasta que Bismarck no empezase a aglutinarlos, proceso que no terminó hasta 1871, cuando nació el imperio alemán, con Prusia como miembro más potente.

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Talleyrand, el extremo derecha del equipo francés (Wikipedia)

EL CONGRESO: UN CLUB DE CABALLEROS CON VIDAS INTERESANTES: DETENTE, VIAJERO, Y MEA

El quién es quién de la diplomacia europea, las cabezas más preclaras del conservadurismo, se concentró en Viena. Metternich, por Austria, mangoneando aquí y allá. Por el equipo zarista, Alejandro I (este estaba majara perdido: esquizofrénico y aquejado de una manía religiosa que desconcertaba a todas las personas que tenían la desdicha de tener que relacionarse con él). Oficialmente, murió el 1 de diciembre de 1825 durante un viaje a Crimea, pero siempre se rumoreó que había fingido su muerte para retirarse a vivir como un ermitaño; en 1926 se abrió su tumba y estaba vacía.

Por Inglaterra Castlereagh (otro pirado: a pesar de ser uno de los hombres más prominentes de Gran Bretaña, Castlereagh o Lord Londonberry, fue una persona universalmente odiada; aquejado de una enfermedad mental, probablemente producida por la gota, se suicidó en 1822 no sin antes sufrir de manía persecutoria y confesar inclinaciones homosexuales, aunque lo mismo podría haber confesado que había sido el toro que mató a Manolete; las tristes circunstancias de su muerte no impidieron que, incluso después de fallecer, fuera odiado; Lord Byron incluso le escribió un epitafio satírico; dice así: “La posteridad nunca verá / una tumba que más noble sea/ aquí yacen los huesos de Castlreagh: detente, viajero, y mea”).

Robert Castelreagh, o Lord Londonberry (Wikpedia)

Por Francia, Talleyrand, otro con una vida interesante. Cojo (él contaba con un accidente, pero más probablemente por una causa congénita) el ex sacerdote Talleyrand no dejó a su muerte hijos legítimos, aunque sí una guardería de hijos nacidos de lances amorosos con diversas mujeres. Algunos de los hijos de Talleyrand salieron igual de listos que su padre. Incluso hay opiniones que indican que el pintor Delacroix (el de la Balsa de la Medusa) era hijo de Talleyrand, aunque no parece que haya demasiadas razones para pensarlo. Talleyrand declaró heredera universal de su fortuna a Dorothea von Sagan, mujer que había sido de un sobrino suyo (de Talleyrand) y con la que las malas lenguas, conocedoras de la bragueta suelta que se gastaba el diplomático, le atribuyeron siempre un lío sexual. Parece ser que la cosa fue más platónica que otra cosa. Talleyrand y su acompañante se llevaban nada más y nada menos que 39 años.

Los delanteros del equipo prusiano fueron Karl August von Hardenberg, otro mujeriego impenitente y Wilhelm von Humboldt (no confundir con el von Humboldt que fue un gigante de las ciencias). Ambos consiguieron considerables ganancias de tierras para Rusia (sobre todo en Renania y contra Sajonia) y ampliaron su posición política.

¿Cuáles eran los principios que guiaron a estas preclaras mentes? Lo veremos en el próximo capítulo.


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