Hace unos días se presentó en Viena un hallazgo artístico de los que se dan uno cada cien años: una pintura de Klimt que se creía perdida.
31 de Enero.- Hace cosa de dos años, a unas personas que han elegido permanecer en el anonimato, les tocó la lotería. De momento, no saben exactamente la cuantía del premio, pero se supone que será entre treinta y cincuenta millones de euros. Un pico.
Tras el fallecimiento de unos parientes lejanos recibieron en herencia, además de álbumes de fotos llenos de caras desconocidas y juegos de café y libros que nadie leerá ya nunca, nada más y nada menos que un Klimt. Y para redondear la historia, resulta que lo que recibieron fue un Klimt que se creía perdido y del que los estudiosos solamente tenían una fotografía en blanco y negro datada en 1925.
Entre esa fecha y los años sesenta del siglo pasado, el paradero del cuadro es un auténtico misterio. Por no saberse, no se sabe por ejemplo cómo llegó a la mansión, situada en los alrededores de Viena, en donde permaneció todo este tiempo, estabilidad que ha permitido que el cuadro se conserve en un estado prácticamente perfecto.
Pero empecemos la historia por el principio.
En mayo de 1917, Gustav Klimt empezó a pintar el retrato de una joven, perteneciente a la familia judía de industriales Lieser (la identidad de la retratada no está clara, aunque se piensa que podría ser Lily Lieser). El cuadro fue encargado por su padre. La joven posó durante nueve sesiones y durante ellas Klimt realizó veinticinco estudios preparatorios, los cuales plasmó después en la tela (inacabada) que ha sido recientemente descubierta. En ella, en el estilo inconfundible del famosísimo (y cotizadísimo) pintor vienés, se puede ver a la joven, de aspecto dulce, con un vestido de color verde agua y con lo que parece ser una bata de flores. La figura se recorta contra un fondo rojo.
El 6 de febrero de 1918, Gustav Klimt murió de repente de un derrame cerebral. Dejó algunas pinturas inacabadas, como la que nos ocupa. Todas fueron entregadas a las personas que las encargaron.
Nuestro cuadro reaparece fugazmente en 1925, para una exposición. Fue el momento en el que se le hicieron las fotografías que eran la única prueba, hasta ahora, de que alguna vez hubiera existido.
Luego, el misterio y las incógnitas.
No se sabe, por ejemplo, cuándo fue vendido y a quién o qué pasó con la obra durante el sombrío periodo del nacionalsocialismo.
En 1925 la dueña del cuadro era Henriette Lieser, la cual lo prestó para la exposición en la que fue exhibido. Henriette Liser permaneció en Viena hasta 1942, momento en el que fue deportada y asesinada en un campo de concentración.
Tras la guerra, los miembros supervivientes de su familia depusieron ante el Estado austriaco una demanda de restitución de sus bienes, demanda que fue estimada. Sin embargo, en el inventario de bienes devueltos no se encuentra el cuadro, de lo cual se deduce que ya no estaba entre sus propiedades, o que los herederos desconocían su existencia.
En cualquier caso, dado que estos asuntos pueden llegar a ser muy delicados, tanto la casa que va a subastar el cuadro, Kinsky, como los abogados de los actuales propietarios han investigado hasta donde se puede el recorrido de la pintura sin haber encontrado ningún indicio de que hubiera sido objeto de una transacción ilegal.
Bueno, en realidad no han encontrado indicios de ninguna transacción, ni ilegal ni ilegal.
De todas formas, para curarse en salud, los afortunados herederos del cuadro han contactado con los descendientes de la retratada y han pactado repartirse el producto de la subasta. Como decía más arriba, un importe estimado de entre 30 y 50 millones de euros.
Si alguna de las personas que me leen tiene un poco de suelto y quizá interés en adquirir el cuadro, debe saber que se subastará el 24 de abril próximo.
Antes y al objeto de animar a posibles compradores, el cuadro será presentado en varios lugares de Europa y de Asia.
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