Sebastian Kurz

Sebastian Kurz condenado por falso testimonio

Sebastian Kurz

Ayer, en Viena, la expectación era máxima. Tras un largo proceso, a ratos rocambolesco, se conoció el fallo contra Sebastian Kurz.

 

24 de Febrero.- Ayer, en Viena, la expectación era máxima. Tras un largo proceso, a ratos rocambolesco, que incluyó la declaración por videoconferencia desde Moscú de un testigo ruso, se esperaba que se conociese la sentencia que decidiría la suerte de dos acusados con campanillas: el excanciller Sebastian Kurz y su antiguo jefe de gabinete, Bernhard Bonelli.

La fiscalía anticorrupción les acusaba de tres delitos de falso testimonio en la comisión de investigación del llamado „escándalo de Ibiza“.

Algo antes de las siete de la tarde, entre un hervidero de rumores, el juez leyó su veredicto y la argumentación.

Kurz fue condenado a ocho meses de prisión condicional, Bonelli a tres.

La sentencia aún no es firme y cabe recurso. Los abogados de Kurz ya anunciaron ayer que ejercerían este derecho.

A Kurz le cabe el dudoso honor de ser el primer ex canciller condenado en las últimas tres décadas y esta sentencia frustra una eventual vuelta a la política activa con la que nadie contaba mucho de todas formas.

Como decía, la fiscalía anticorrupción acusaba a Sebastian Kurz de falso testimonio en la comisión de investigación del llamado “escándalo de Ibiza”. Allí, en Junio de 2020, durante un tenso interrogatorio al que Sebastian Kurz acudió muy a regañadientes, se le preguntó sobre algunas decisiones a propósito de distintos puestos en empresas públicas. Principalmente, el holding Öbag, que se fundó durante la coalición entre la derecha del ÖVP y la extrema derecha del FPÖ.

El holding administraba participaciones públicas por valor de más de veinte mil millones de euros, por ejemplo en Casinos Austria o la ÖMV, la empresa que fue pública de hidrocarburos.

Algunas semanas antes de que estallase el escándalo de Ibiza y saltase por los aires la coalición entre la derecha y la extrema derecha, un hombre de confianza de Sebastian Kurz, Thomas Schmid, fue nombrado jefe del holding Öbag.

La decisión fue bastante polémica, porque Schmid, como secretario general en el Ministerio de Finanzas, había sido una pieza fundamental en la creación del organismo público en cuestión.

A la oposición le pareció entonces que la decisión de poner a Schmid al frente de Öbag había sido claramente política.

En la comisión, Kurz respondió de manera muy lacónica y rechazó la posibilidad de haber tenido algo que ver en el nombramiento de Schmid. Según declaró entonces, había sido el consejo de administración del holding Öbag quien había tomado la decisión de nombrar a Schmid. Según su versión él había tenido conocimiento de deliberaciones pero no había decidido nada.

Esta versión de independencia se contradice claramente con las conversaciones que la fiscalía anticorrupción encontró en los teléfonos confiscados a Kurz y a su equipo. En ellas quedaba claro (como el juez confirmó ayer) que Kurz sí que había participado en la decisión de nombrar a Schmid.

Ayer, el juez resaltó que Kurz había intentado dar la impresión de que había presenciado desde lejos el proceso y no había participado en lo esencial, cuando lo cierto es que había silenciado su implicación.

La defensa de Kurz argumentó durante el juicio que esto no era necesariamente mentir, sino callar. Y que las dos cosas son distintas. El juez, como queda dicho, no estaba de acuerdo.

Exactamente igual en el caso de Bonelli. Durante los interrogatorios de la comisión dijo haber escuchado la “música de fondo” en torno al nombramiento de Schmid, intentando dar a entender que no había participado en las deliberaciones.

El juez leyó la sentencia en medio de un silencio casi absoluto y se tomó su tiempo, 45 minutos, para explicar por qué tanto Kurz como Bonelli habían sido condenados solo por uno de los tres delitos de los que se les acusaba.

En el caso de Kurz, en concreto, el juez le absolvió de la acusación de haber mentido a propósito de haber conocido el acuerdo entre el negociador nombrado por el FPÖ, Arnold Schiefer y Thomas Schmid. El juez argumentó que las preguntas de los políticos de la comisión no habían sido debidamente precisas y por eso no consideró ayer probado que Sebastian Kurz hubiera mentido en el Parlamento.

Bonelli fue absuelto a su vez de tres de las cuatro acusaciones que pesaban sobre él.

La defensa también argumentaba que Kurz había respondido como había respondido presionado por las circunstancias, tensas, en las que se desarrolló la comisión de investigación del escándalo de Ibiza. El ex canciller contaba que había sentido la hostilidad de los congregados en la sala en donde se realizaban las investigaciones y que esta hostilidad le había llevado a sentirse inseguro y a dar contestaciones lo más breves posibles.

El juez se mostró ayer de acuerdo en este punto.

Y lo hizo de acuerdo con su propia experiencia, porque él mismo había participado en la comisión de investigación parlamentaria de otro escándalo sonado, el llamado escándalo de los Eurofighters.

Sin embargo, también dijo que la ley no distingue entre los falsos testimonios que puedan darse ante una comisión parlamentaria y los que puedan darse durante la vista de un proceso. Contundente, también afirmó que las comisiones de investigación parlamentaria son un instrumento primordial de la democracia, porque permiten verificar si la actuación de los políticos ha sido la correcta en cada caso.

Aquí, le dio un tirón de orejas a Sebastian Kurz, al decirle que él, precisamente él, como ex canciller, estaba obligado a tener un papel ejemplar.

Ante esto, la defensa de Kurz también tenía un argumento: sostenían que el ex canciller había respondido con veracidad y corrección a las preguntas, pero que, al mismo tiempo, tenía miedo de que derivasen en una persecución penal y que por eso trató de contestar lo más lacónicamente posible.

Si el juez hubiera estado de acuerdo con esta línea argumental, Kurz hubiera salvado de la condena. Desgraciadamente para el ex canciller, el juez siguió la otra línea de argumentación que había sobre la mesa: la de la fiscalía anticorrupción. Esta sostenía y sostiene que Kurz mintió ante la comisión para preservar la imagen de su partido y evitar la impresión de que Schmid había sido nombrado jefe de la Öbag con el sistema de cabildeos y quid pro quos que habían regido en Austria de toda la vida.

También argumentó el juez, singularmente duro que, si Kurz hubiera tenido miedo, como sostuvo, de que sus afirmaciones fueran a dar lugar a otras acusaciones de índole penal y, si no hubiera tenido nada que temer, esto hubiera sido razón más que suficiente para contestar ampliamente a las preguntas de la comisión.

Sin embargo, no fue así. Cosa que para el juez resulta enormemente significativa.

Según el juez, Kurz tuvo abundantes oportunidades para salir con bien del proceso. Sin embargo y al contrario de lo que pasó con otros encausados, en ningún momento admitió durante la vista haber cometido errores. Ni Bonelli ni él ni siquiera admitieron que las investigaciones de la fiscalía podrían estar justificadas.

Los dos se han pasado los días descalificando al tribunal. En su alegato final, antes de que se conociera la sentencia, el ex canciller declaró, notablemente afectado, sentirse “indefenso” porque sus palabras habían sido sistemáticamente malinterpretadas. En cuanto a Bonelli, describió el proceso como “lo más humillante que le había pasado en la vida” e incluso explicó que su hija le había preguntado “si tendría que ir a la cárcel”.

¿Y qué pasa, entretanto, con Schmid?

Su declaración ha resultado ser una pieza decisiva de la causa contra Sebastian Kurz. El ex canciller y Schmid habían estado unidos durante mucho tiempo por una relación de confianza mútua. Relación que está definitivamente rota en lo personal y en lo profesional pero que todo indica que continuará en lo penal, porque tanto Kurz y Schmid están implicados en diferentes procesos y se tendrán que ver las caras en los tribunales frecuentemente. Por ejemplo, en el llamado affaire de los anuncios, que implica a otra vieja conocida de los lectores de Viena Directo, a Eva Dichand.

Durante el juicio, Schmid declaró que, durante la gestión de Kurz, la cancillería funcionaba como una especie de “central de gestión de personal”.

El juez concedió credibilidad a Schmid con una frase que ha dado mucho que hablar en los medios austriacos, diciendo que “nunca había declarado para salvar su propio pellejo”. También porque, pudiendo hacerlo, no hizo acusaciones mayores contra Sebastian Kurz.

Y aquí es donde aparecen los dos testigos rusos la que sin duda es la parte más pintoresca de este proceso.

La defensa intentó hacer creer que dos rusos habían convencido a Schmid para que mintiera ante la fiscalía. El juez consideró descabellada esta hipótesis y, por cierto, ninguno de los dos testigos rusos, bajo juramento, confirmó este extremo.

Tras conocerse la sentencia, Sebastian Kurz declaró que le parecía injusta (entraba dentro de lo previsible) y se mostró dispuesto a luchar hasta el final por la vía penal. Al fin y al cabo, el juez le había declarado inocente de dos de las tres acusaciones que pesaban sobre él.

En el partido popular austriaco la consigna ha sido declarar que la sentencia aún no es firme (como si no fuera suficientemente contundente) y algunos han acusado al juez de haber sido “demasiado locuaz” a la hora de argumentar las condenas, o sea, de hacer más sangre de la necesaria y de presentar al ÖVP bajo una luz nada conveniente.

¿Qué va a pasar ahora? Lo previsible es que los abogados de Kurz presenten un recurso, si es admitido a trámite, la causa pasará al tribunal superior de Viena y si también hay se produce un veredicto desfavorable para Kurz, le queda aun la vía de apelar al tribunal supremo.

El proceso, en cualquier caso, será largo y, aunque Kurz saliese con bien de él, es poco probable que, en un par de años, Kurz volviera a la política. Entre otras cosas porque ha dejado de ser un activo para el partido del que una vez fue jefe.

En la actualidad, se ha reciclado en empresario y es jefe de una compañía que gana millones de euros todos los años.

Las famosas puertas giratorias también funcionan en Austria.


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