España¿La envidia de Europa?

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!Los horarios! Eterno caballo de batalla ¿Cuáles son mejores, los austriacos o los españoles? ¿Es razonable que un restaurante esté abierto a la una de la noche?

 

El camino hacia la igualdad: La aprobación del matrimonio igualitario en España (primera parte)

5 de Marzo.- La zarzuela „El dúo de la Africana” se estrenó en Madrid en el hoy desaparecido teatro Apolo el 13 de mayo de 1893.

En el primer cuadro, unas coristas cuentan lo que es su vida. Comer a las siete de la tarde, ir al teatro, salir de trabajar pasadas la una (el teatro Apolo era el que más tarde cerraba de Madrid, porque tenía una “sesión golfa” la famosa “cuarta de Apolo” a la que iban todos los señoritos crápulas del Madrid de la Restauración) y entretenerse a cenar con el Froilán de turno hasta que las dejase acostarse.

En España, ha sido siempre privilegio de los ricos trasnochar porque, desde los Austrias, era condición de los ricos (o de los que querían pasar por tales) no trabajar y, por lo tanto, no tener que madrugar. Sigue siendo así.

El resto, los que tenían que ganarse el pan con el sudor de su frente, tenían unos horarios más o menos racionales y más o menos saludables. O sea, se comía al mediodía (doce), se cenaba al anochecer dependiendo de la estación y, si la cosa se alargaba, a eso de las diez se tomaba algo antes de irse a la cama (Pla, en El Cuaderno Gris, lo llama “el resopón”).

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LA GUERRA CIVIL DESQUICIA LOS HORARIOS ESPAÑOLES

Esto cambió (muy a peor) después de la guerra civil. En primer lugar, por decisión política los ganadores de la guerra sincronizaron la hora de Madrid con la de Berlín (debió de ser a ver si se nos pegaba algo). Con lo cual las actividades de la población dejaron de ir con el sol. Asimismo, el trasnochar se hizo general, porque se asociaba (ver primeros párrafos) el ser pudiente con el irse tarde a la cama. Como anochecía más tarde por el cambio de la hora, daba más pereza irse a dormir y el español empezó a asociar el lujo con irse a la cama a las tantas. Esto significó, a nivel laboral, que una parte de la sociedad, que era la que salía de noche, empezó a dar por supuesto que podía explotar impunemente a unos trabajadores, los camareros, los cocineros y las personas que trabajan en la hostelería, que generalmente formaban una masa famélica de personas mal pagadas y, peor, mal vividas. Y que, por tanto, tenían muy poco poder de negociación para cambiar las cosas (en España, tradicionalmente, se ha metido a camarero quien no tenía otra cosa mejor). Y es que, como cantaba Mecano en su famosa copla “Cruz de Navajas”, si “a las cinco se cierra la barra del 33” dígame usted qué vida familiar podía hacer el pobre Mario (así la canción terminaba como terminaba).

Esto ha llegado a un punto en que los españoles pensamos que este estado de cosas es una parte imprescindible de nuestra identidad y una parte de nosotros, la más paleta, se pone hecha una furia cuando se le intenta hacer ver que, quizá, en bien de todos, habría que adaptar nuestros horarios a los europeos (por ejemplo, a los austriacos). La paletez llegó al nivel de que, en los días de la pandemia, cuando había gente muriéndose por cientos, ciertos políticos con el cencerro al cuello (y un buen número de personas sin cerebro) se desgañitaban pidiendo la libertad de poder ir a los bares aunque se llevasen a algún cristiano por delante.

¿Y EN AUSTRIA?

Llevo viviendo en Austria veinte años (los hará en octubre) y, por haber vivido otra cosa, comprendo que la solución austriaca para este asunto es mucho mejor para todos. No resulta un gran trastorno hacerse a la idea de que a las nueve o a las diez se cierren las cocinas de los restaurantes (se come antes y andando) y para los trabajadores de esa rama de actividad resulta mucho más saludable disfrutar del descanso a unas horas más o menos normales, incluso pudiendo ver a su familia y no perdiéndose la infancia de sus críos.

Todo esto viene a cuento, como el lector atento habrá podido colegir, de las indignadas reacciones a las palabras (muy tibias) de la vicepresidenta del Gobierno español, Sra. Yolanda Díaz, diciendo que habría que pensarse eso de que los restaurantes estén abiertos hasta la una de la noche.

Las voces de los froilanes y las victoriafedericas de pacotilla que preferían la muerte pandémica antes de no poderse tomar un gintónic no han tardado mucho en soltar idioteces como que “somos la envidia de Europa” (estaría bien preguntarle a los camareros qué piensan de eso)


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