Si Kate Middleton se llamara Katharina Mittleburg no tendría algunos problemas que está teniendo (la pobre).
13 de Marzo.- Cuando, en el futuro, los sociólogos se sienten a estudiar nuestra época, posiblemente encontrarán que las costumbres “tribales” del ser humano empezaron a cambiar a partir de principios de este siglo. La aparición de las redes sociales y la necesidad insaciable de material nuevo que conllevan, hicieron que la gente se viera en la necesidad de renunciar cada vez a más parcelas de su vida privada.
Para las personas más jóvenes, los llamados “nativos digitales”, resulta normal compartir con miles de desconocidos incluso las cosas más íntimas. Se busca sobre todo aprobación ante las decisiones que se han tomado o consuelo en el caso de que algo vaya mal. Yo tengo la teoría, sin embargo, de que, como la gente hace esas publicaciones en lugares íntimos (en vez de leer los botes de champú, como antes, pongamos por caso) no tiene verdadera conciencia del alcance auténtico de todo lo que se publica en internet.
Indicio de este estado de cosas es esta historia que me sucedió el otro día. Como sabrán quizá mis lectores, soy uno de los administradores del grupo de Facebook Españoles en Viena. Hace unos días uno de los tertuliantes publicó un anuncio y, para que le contactasen, puso su número de teléfono personal. Inmediatamente, le hice una pregunta que para mí resulta obvia en esas situaciones: ¿Se pondría a gritar su número de teléfono en mitad de Mariahilferstrasse? Y si así fuera, probablemente le escucharía menos gente que en un grupo de Facebook que tiene casi veinte mil afiliados.
Al decir esto, por supuesto, me topé con la incomprensión de muchas personas que no entendían que fuera tan tiquismiquis.
Otro ejemplo lo estamos teniendo estos días con Kate Middleton. Hace algún tiempo, la princesa de Gales fue sometida a una operación cuya naturaleza exacta se desconoce. La presión sobre ella para que confiese con pelos y señales los detalles de la operación está siendo brutal (el famoso incidente de la foto) y cuando le haces notar a alguien que la señora está en su perfecto derecho de guardar esta información para sus allegados, muchas veces la respuesta, entre indignada y perpleja es “!Pues que no sea famosa!”.
Si Kate Middleton se llamase Katharina Mittleburg estaría perfectamente protegida por las leyes austriacas (como lo está por la ley inglesa). El ser famoso, el dedicarse a una profesión que garantice la atención pública, no implica, de ninguna manera, que esas personas pierdan el derecho a la vida privada, al honor y a la propia imagen. El ordenamiento jurídico austriaco también reconoce esto, y permite actuar legalmente contra personas o entidades que vulneren nuestro derecho.
De cualquier manera, conviene recordar una serie de consejos sencillos para no “colaborar con el enemigo”. La mayoría son de sentido común. Por ejemplo:
–No publiques demasiadas cosas sobre ti en las redes sociales. O, lo que es lo mismo: piensa que si publicas algo perderás absolutamente el poder sobre esa información. Esto es aplicable no solo a nosotros mismos, sino también a personas que estén bajo nuestra responsabilidad. A mí se me abren las carnes cada vez que veo fotos de niños en las redes sociales. Estamos de acuerdo que los padres están cegados de amor por sus criaturas, pero ni siquiera así se justifica.
–Mantener los datos personales en secreto. La dirección exacta, el número de teléfono, contraseñas…En fin. Si es posible, en vez de dar el nombre de uno, lo mejor es usar un alias.
–Tener presente el derecho a la propia imagen de los otros. Por ejemplo, si nuestro amigo está borrachísimo y resulta que es supergracioso lo que hace, lo último que hay que hacer es grabarle en video y subir esa grabación a internet. Una vez sobrio, nuestro amigo nos puede meter un paquete (con toda la razón). Antes de publicar cualquier foto de una persona, es conveniente pedirle permiso. Y, en el caso de que no pueda dar un consentimiento informado, NO PUBLICAR la foto. Por ejemplo, con los críos.
-Utilizar los parámetros de las redes sociales para restringir los accesos públicos siempre que sea posible.
–Bloquear a personas indeseadas (generalmente también indeseables). Aunque no publico nada del otro mundo en mis redes sociales privadas, yo solo le doy acceso a mis redes sociales a personas a las que haya visto en persona por lo menos una vez. Es una regla que me ha funcionado divinamente de toda la vida. Hago muy pocas excepciones.
–Utilizar contraseñas seguras es una buena idea también. Es una precaución elemental, como no dejarse las llaves puestas en la puerta.
–No utilizar redes públicas en donde cualquiera (o alguien con conocimientos técnicos) pueda entrar libremente a nuestros dispositivos.
En general, la regla de oro antes de publicar algo en internet es preguntarse: esto que voy a escribir, ¿Se lo diría a un desconocido que me encontrase por la calle casualmente? La respuesta dicta un modus operandi infalible.
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