¿En qué consiste la regla de las 3 K?

¿Cuál es el valor límite de los regalos aceptable? La regla de las 3K te ayuda a saberlo. Y si eres funcionario (policía) más.


 

Expresiones alemanas utilizadas en los medios ultras (1)

27 de Marzo.- Casi lo primero que aprende una criatura son dos medidas de precaución: la primera, a decir su nombre y su dirección, para el caso de que se extravíe. Después, a no aceptar nada comestible de desconocidos. En la segunda advertencia va implícita una verdad mucho más importante e intranquilizadora: que hay gente mala en el mundo.

Después, andando el tiempo, si la criatura no tiene la suerte de que su padre sea candidato a presidir los Estados Unidos y, por lo tanto, necesita trabajar, ya le advertirán en la empresa que los regalos siempre dan problemas. Por una sencilla razón: porque no hay regalos. O sea, el que da algo “de gratis” es porque quiere una contraprestación.

En estos países de habla extraña, se suele reducir la cuestión a la regla de las tres kas. O sea: Kuli, Kalender, Klumpert. Bolígrafos, Calendarios y chismes (hola, Isabel Díaz Ayuso: el chisme NO puede ser un Maseratti). En algunos sitios más estrictos, incluso ponen un tope de valor máximo: unos doce jEur. Lo que uno se gastaría en el amigo invisible de un compañero que no le cayera excesivamente bien.

Para las comidas, se suele dejar el listón alrededor de los 25 jEur.

Cuando llegan las navidades, los proveedores se tienen que estrujar la materia gris para encontrar detallitos que entren en este estrecho marco. Tazas personalizadas con tu nombre, bolígrafos de publicidad, botellas de aceite de oliva (cuando el aceite de oliva no estaba a precio de platino iridiado, claro), tabletas de chocolate de comercio justo. Esas cosas.

Con esta modestia también se quiere dar la impresión de que se ponen las cosas difíciles al soborno. O sea, la impresión de que la mujer del César no solo parece honrada, sino que lo es.

Como saben los lectores de Viena Directo, en estos días pasados fueron las elecciones en Rusia (bueno, lo llamamos elecciones, para entendernos guiño guiño) y en esta bonita capital, los rusos fueron a votar a alguno de los candidatos. Podían elegir a Putin, a Putin o a Putin, si se ponían exquisitos.

Para velar por el (ejem) pacífico desarrollo de la jornada electoral, di que los rusos necesitaron a la policía austriaca.

Una vez terminado el servicio y, dicho sea de paso, muy a la rusa, el personal de la embajada compensó a los agentes con sendas bolsacas de regalos, que los números de la policía se llevaron a su casa ufanos y cantando el Kasatchok.

Ni a los policías ni a sus jefes les pareció rara la cosa. Seguramente dijeron “Schau, wie liab, die Rus´n“.

Cuando la cosa se supo, la dirección de la policía de Viena se vio en la necesidad de intervenir (a buenas horas, Maricarmen). Lo que dijeron no tiene desperdicio. Declararon que aceptar regalinchis no es ninguna infracción, pero que deja, claro, “una impresión indeseada” (¿Sobornos?). Lo cierto es que, según parece, no hay reglas claras al respecto. La dirección de policía las pidió, claro que sí, que se empieza por unas botellas de vodka y se termina…Bueno, con un Maseratti.


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