La ambición de Jelinek

Debajo de su inquebrantable entusiasmo se escondía una ambición morena, caliente e implacable. Esta es la historia de Phillip Jelinek.

 

 

Austria y las amnistías

2 de Abril.- En 2026, o sea, dentro de nada, hará veinte años que escribo Viena Directo. Tengo la ventaja de ser mi propio jefe en esto, de manera que solo escribo sobre lo que me llama la atención y me parece que puede interesarle a los lectores. A lo largo de estos años, hay una parte de la realidad austriaca que, no es ningún secreto, me ha fascinado: el universo de la extrema derecha austriaca.

Especialmente, todo el grupo humano que rodea y rodeaba primero a Jörg Haider y luego a Heinz Christian Strache. Y mi pregunta siempre es la misma ¿Cómo semejante colección de gente rebotada de mil y un sitios, muchas veces sin otro oficio que la política entendida en el peor sentido, que entre todos, con frecuencia, no reúnen ni una neurona, consiguen…En fin, lo que consiguen? Desde hace quince años lucho por encontrar una respuesta y solo se me ocurre que entre un veinte y un veinticinco por ciento de mis conciudadanos son absolutos pelagatos. O sea, gente rebotada de mil y un sitios, muchas veces sin estudios y con un capital neuronal tirando a escaso. De manera que el FPÖ no es, ni más ni menos, que un reflejo de sus votantes.

En ese reino en donde todo lo chusco tiene su acomodo, piensa uno que, cuando ha oido la última historia, no ha podido oír nada peor, pero lo cierto es que, como decía una compañera que yo tenía cuando hacía teatro “todo siempre puede ser peor y más hortera”.

Para muestra.

Phillip Jelinek, nacido en Viena en 1968, es un señor con “pecho palomo” y un entusiasmo en apariencia inagotable. Según su perfil en Wikipedia, es triatleta y ha participado en ese tipo de competiciones con las que algunos hombres intentan combatir los estragos que la andropausia ocasiona en su psique (Ironman y nidos semejantes de masculinidad tóxica). Por lo demás, fuera de correr y saltar, Jelinek ha hecho de todo en la vida. Desde producir bañeras para bebés hasta abrir un bar. Dado el paño del que está hecho el personaje, es bastante probable que todas estas ocupaciones variadas empezaran y terminaran de la misma manera: entusiasmo un poco infantil y choque contra el duro hormigón de la realidad.

En 2018, el mismo año en el que Herr Jelinek cumplió cincuenta años, por algún conducto ignoto, pero probablemente relacionado con la afición de Jelinek de arrimarse a soles que calientan mucho, la cadena pública austriaca le dio uno de esos trabajos que, como la sección de horóscopos del periódico, solo consiguen los que se los ganan a pulso. Debió de hacer mucho pasillo Herr Jelinek, debió dorar muchas píldoras y comer muchos lóbulos de muchas orejas, porque consiguió un espacio de dos minutos en el magazin matinal de la pública, “Guten Morgen Österreich” (del título del programa se deduce el nivel: recetas de cocina, trucos caseros y...Naturalmente, Phillip Jelinek enseñando ejercicios para mantenerse ágil a pesar del “pecho palomo”).

En 2021, Jelinek llegó hasta lo que, hasta el momento, es el pináculo de su carrera profesional: debido al éxito de sus clases de gimnasia “sin salir de casia” (todos estábamos pandémicos y no teníamos otra cosa que hacer) la ORF recompensó a Phillip Jelinek con un espacio diario “Fit mit Phillip”.

Pero Jelinek que, como habrán adivinado las personas que me leen, no es precisamente ese tipo de personas que lee trocitos de “Crítica de la razón pura” antes de irse a la cama, quería más. Debajo del señor simpático y con cuerpo de estufa había una ambición morena e implacable. Y aquí es donde entra en juego el entonces vicecanciller y ministro de deportes Heinz Christian Strache, en aquel momento dirigiéndose a toda pastilla hacia el escándalo de Ibiza.

Jelinek hacía horas extra y, mientras en la tele le daba clase a toda la nación austriaca, dedicaba las tardes, según parece, a ser el entrenador personal (o algo) del Ministro de Deportes.

En ese cometido trataba según parece, de que Strache desarrollase con él lo que una compañera mía llamaba “solidaridad de polla” (no era muy elegante, la compañera). Esta solidaridad que, según parece, sentimos todos los hombres cuando cualquier desconocido habla de mujeres o de fútbol. Le freía a mensajes de WhatsApp, le llamaba “Heinzi”, le decía que él quería presentar “Guten Morgen Österreich” a solas, le decía que los “Jelinek” del otro partido -el ÖVP- estaban moviéndose y que él quería su parte (teniendo en cuenta que Strache era un señor tirando a fofisano, hay que reconocer que Jelinek se estaba ganando el ascenso a brazo partido). Strache, por lo visto, se dejaba querer.

Propulsado por sus amistades y por su inquebrantable entusiasmo, Jelinek escribió un libro, se casó y ganó un Romy. Luego vino el escándalo de Ibiza y el profe de gimnasia de la nación austriaca -cachis en la mar- se quedó sin su mayor valedor. Fuera de combate Strache, a Jelinek solo le quedaba mantener un perfil bajo y esperar la siguiente oportunidad.

Sin embargo, lo escrito queda y los ridículamente adulatorios WhatsApps de Jelinek a Strache han salido a la luz. Y, ante el escándalo y el alipori, la ORF ha suspendido el programa de Jelinek durante una semana, a la espera de decidir qué hacen con él. Con Jelinek y con el programa. Con los dos.


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