Hoy Penélope Cruz cumple cincuenta años, para mí es una figura entrañable. Una persona que tiene en común muchas cosas con nosotros, los que vivimos fuera.
28 de abril.- Me acordaré de ella toda la vida. Un día, cuando yo iba para la academia en donde aprendí inglés, ella estaba esperando el autobús en la parada que todos llamamos de „Los Guerrilleros“ a pesar de que la zapatería ha desaparecido hace muchos años. Llevaba un abrigo verde de corte recto (dónde estará). Era delgada y pequeña de estatura. Al pasar a su lado, me dije „anda, mira, Penélope Cruz“. Presentaba entonces „La quinta marcha“, años de plomo en Tele 5, y era una más.
La gente se ríe mucho cuando cuento que el padre de Penélope trabajó con el mío en el edificio que hoy es Antena 3 Televisión, entonces una fábrica en medio de un páramo desolado. Al padre de Penélope le llamaban en la fábrica „el Camilo“ porque, según parece, cantaba muy bien y su especialidad era imitar a Camilo Sesto. Muchas veces he pasado por la calle en donde vivía su familia y estoy seguro de que la geografía urbana de Alcobendas está llena para ella de los mismos hitos que para mí, aunque ella se fue mucho antes que yo y, a diferencia de lo que a mí me sucede, ella no podría hoy pasear por aquellas calles proletarias de asfalto parcheado, en las que las sucesivas crisis económicas han ido dejando sus huellas.
Antes de venirme a vivir aquí, ella ya se había marchado de España, pero cuando yo llegué a Austria, yo me traje la película suya por la que Penélope estará para siempre en mi corazón y mi memoria. La película, de todas las que ha hecho, en donde está más guapa (y mira que Penélope ha hecho películas en las que está guapa, como en Volver): La Niña de Tus Ojos, de Fernando Trueba, que es una película que puede leerse como una especie de paráfrasis de lo que ha sido su vida de niña pobre y actriz salvada por su belleza y su aguda inteligencia.
En esa película sale un austriaco, por cierto, Johannes Silberschneider, que hace de Goebbels. No estoy seguro de que Fernando Trueba lo supiera cuando le eligió, pero Silberschneider ahora se prodiga mucho por Servus TV, así que seguramente será medio simpatizante del FPÖ.
Cuando Marlene Dietrich volvió a Alemania, nada más terminar la segunda guerra mundial, hizo una gira para entretener a los soldados. Llegó un día a un teatro, puede que Duisburg, puede que en Maguncia. No había calefacción y hacía mucho frío. Se le acercó un tramoyista y le ofreció café caliente. Los americanos que iban con ella le advirtieron de que no lo bebiera, porque podía estar envenenado (Marlene se había pasado a los aliados, y para los nazis aquello era un crimen imperdonable).
Marlene dio las gracias al tramoyista y se lo bebió de un trago.
El hombre, bajó los ojos emocionado y le dijo:
-Han pasado muchas cosas ¿Sabe usted? Pero lo de El Ángel Azul…Lo de El Ángel Azul no lo olvidaré jamás.
Muchas veces fantaseo con la idea de que Penélope y yo somos viejos un día y nos encontramos en algún sitio y yo paso a saludarla y le doy las gracias por aquellos meses de frío, de nieve y de mudez en los que yo me aferré a La Niña de Tus Ojos como a una tabla de salvación. Aquellos primeros meses míos en Austria. Y le digo:
-Penélope, han pasado muchas cosas pero…Lo de La Niña de tus Ojos no lo olvidaré nunca.
En España ni Javier Bardem, su marido, ni ella, tienen buena fama entre los imbéciles (hoy ha salido publicado en La Razón un artículo ignominioso, por ejemplo), porque los dos se han hecho como profesionales en los Estados Unidos y allí están acostumbrados a que los famosos de verdad no difunden sus intimidades.
No enseñan a sus niños, no hacen otras declaraciones que las necesarias. Los dos tienen unas carreras cinematográficas envidiables. La de ella, más europea que la de él, porque Penélope es una mujer muy inteligente y sabe que para una actriz es mucho más difícil envejecer en Hollywood con dignidad.
Sigo su vida de lejos, expatriado como ella, lejos de mi casa como ella, alegrándome mucho por sus éxitos, sintiéndome extrañamente reivindicado por sus logros, haciéndolos míos como jamás he podido hacerlo con los logros de gente mastuerza que gana ensaladeras y copas de la vida pegándole a esferas diversas. El Oscar de Penélope fue también un porquito un Oscar mío y un Oscar a todos los que nos ganamos las habichuelas por el mundo.
Hoy Penélope cumple cincuenta, un año antes de lo que yo lo haré, y yo le he escrito esta tarde una carta de amor que ella no va a leer nunca.
Pero La Niña de Tus Ojos…Eso no lo olvidaré nunca. Felicidades, Penélope.
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