Para todos nosotros, es una rutina elegir lo que comemos sin tener que pensar si nos lo podemos permitir o no. No todo el mundo vive así.
2 de Mayo.- Austria es un país rico. Incuestionablemente, uno de los sitios del mundo en los que (de momento) merece la pena vivir. Es un bienestar sólido, que ha demostrado ser duradero y que sobrevive razonablemente a los vaivenes de la economía mundial. Hay que ser muy mayor para haber conocido la estrechez en Austria en primera persona. La guerra, la posguerra. Para la mayoría de nosotros, es un acto de pura rutina el quedar a tomar una limonada con los amigos (aquellos que beben alcohol, pues pueden quedar para unas birras) o preparar una buena cena en casa, según nos lo dicte el apetito, la imaginación o el salero con el que nos movamos entre las ollas y las sartenes.
Bien digo, para la mayoría. Porque según se ha sabido hoy, hay un doce por ciento de personas en Austria para los que esta situación que acabo de describir es un sueño inalcanzable, porque no comen lo que quieren, ni en la cantidad que quieren, ni consumen alimentos de la calidad que les gustaría.
Según los resultados de una encuesta que se ha presentado hoy, realizada en una muestra representativa de dos mil personas a partir de los dieciséis años, casi un doce por ciento de las personas que viven en Austria padecen en su día a día esta situación e incluso alrededor de 420.000 padecen lo que se llama “pobreza alimentaria”. O sea, que pasan hambre.
Esto se traduce en que tuvieron que pasarse sin alguna comida o, directamente, se pasaron todo el día sin comer.
Un 13 por ciento de las personas en su situación tienen menores a su cargo y han tenido miedo de no poder darle de comer a sus hijos.
Para casi un veinte por ciento de los encuestados es una utopía invitar a otras personas a comer o, simplemente, darse el lujo de salir a comer a un restaurante o comer fuera de casa de cualquier manera.
Los más vulnerables son los jóvenes, los ancianos, los enfermos, los que tienen un nivel educativo bajo y los desempleados.
Para la mayoría, no hay opciones de comprar alimentos de buena calidad y se tienen que conformar con algo barato que les llene el estómago, como la pasta y el arroz.
En Austria, además, comer un poquito bien (o sea, con su pescado y sus verduras) sale bastante caro. Por no hablar de que una falta de competencia crónica entre las cadenas de distribución tira hacia arriba de los precios (en Austria la comida está mucho más cara, en general, que en sus países vecinos, en particular Alemania, que tiene un nivel de vida comparable).
Según las personas expertas, se podría paliar en parte esta situación a base de aplicar medidas como bajar el IVA de la verdura, de la fruta y de los frutos secos, fomentar los supermercados baratos sin ánimo de lucro y mejorar la formación de las personas para elegir los alimentos más beneficiosos para su salud.
Las opiniones sobre las causas del problema difieren, aunque en general parece todo el mundo estar de acuerdo en que el hecho de que estas situaciones se puedan dar en Austria, uno de los países más ricos del mundo, es una vergüenza a la que se le debería poner coto más pronto que tarde.
Socialdemócratas y sindicatos aducen, además, que deberían ser los políticos los que pusieran los medios para que no hubiera personas que pasen necesidad en Austria a estas alturas, también le echan la culpa al desmantelamiento de las leyes sociales por parte de la anterior coalición entre la derecha y la extrema derecha.
El caso, dirán algunos, es que, como pasa siempre, unos por otros y la casa sigue sin barrer.
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