A pesar de los pesares, a pesar de su 25,7%, la extrema derecha austriaca no debería estar eufórica por el pobre resultado de ayer.
10 de Junio.- El chotis, el baile típico de Madrid, tiene su origen en el imperio austrohúngaro (la palabra viene de los Schotten, “escoceses”). La mujer permanece quieta, hierática, sobre una baldosa y gira sobre sí misma llevada por el impulso del hombre que “pasea” a su alrededor.
Es una imagen de gran poder metafórico, que va a servirme a mí hoy para analizar los resultados (ya prácticamente definitivos) de las elecciones al Parlamento europeo de ayer.
En Austria, desde hace muchos años, la política es un chotis que los tres grandes partidos (conservadores, socialdemócratas y la extrema derecha) bailan sobre una baldosa de puntos porcentuales que tiene un intervalo entre el 22 y el 27%. El pacto tácito es que el partido que saca mayoría de votos (ese 27-28% que se suele interpretar como el apoyo mayoritario de los electores) pone canciller y se convierte en el hermano mayor de la coalición de la que se trate.
Esto lleva a un sistema político endiablado, en el que esos dos puntos o tres, que parecen poco, cuestan en realidad carísimos al partido del que se trate y solo pueden obtenerse a costa de la debacle de los otros.
Ayer, la noticia del día era que, por primera vez desde la segunda guerra mundial, la extrema derecha o sea, los herederos de los nazis austriacos (se puede tirar una línea parda que va, en continuidad, desde los últimos días de la contienda hasta hoy) han alcanzado el primer lugar en unas elecciones.
Ayer, en La Tarde en Directo, siguiendo los sondeos de la ORF, yo daba un resultado del 27%. La realidad ha sido algo menor. El FPÖ ha ganado las elecciones, sí, pero con una ventaja pírrica, de un punto porcentual sobre su más directo competidor, el Partido Popular austriaco.
Y esto ha sido así a pesar de que el FPÖ, con Vilimsky a la cabeza, ha hecho una campaña sucia que ha incluido todo tipo de argucias. Desde peleas ficticias con la ORF hasta un contínuo intento de cargarse a la candidata verde a través de la ventana mediática de los ultras en los medios mainstream, el grupo Österreich de los Fellner.
A pesar de que el asunto es preocupante y a pesar de que no debe caerse en la tentación de interpretar el resultado de las europeas en clave de elecciones legislativas, en mi opinión, las buenas gentes tenemos razones para el optimismo.
Y es que, pese a todo, pese a todas las trampas, pese a las operaciones y los tintes capilares de Vilimsky, pese a los bulos, pese a la desinformación, pese a la demagogia, pese al populismo, pese a los antivacunas, el FPÖ sigue bailando en la baldosa estrecha en la que seguía bailando hasta ayer (de momento).
Por supuesto, las preguntas siguen en el aire ¿Qué pasará cuando el cabeza de cartel sea Herbert Kickl? ¿Qué pasará cuando estemos hablando de unas elecciones en donde no haya una abstención tan alta como suele ser tradicional en las europeas? ¿Qué vamos a hacer en los próximos diez años, cuando los votantes del SPÖ y del ÖVP se mueran y los jóvenes de ahora, que votan ultra mayoritariamente, sean los contingentes que decidan los destinos del país? Pues no lo sabemos.
Por supuesto, que gane el extremismo, aunque sea por poco es una malísima noticia. Siempre. Pero debería servir de acicate para que los socialdemócratas y los conservadores (especialmente los socialdemócratas) se hagan algunas preguntas que yo creo que son básicas y que se resumen en una: ¿Qué ha pasado para que hayamos perdido por el camino a las clases trabajadoras?
Y en cuanto a la comunicación ¿Cuándo nos vamos a poner de una vez por todas a combatir a la extrema derecha con sus propias armas? Y es que la extrema derecha crece porque ha colonizado un ecosistema de comunicación, las redes sociales, internet, que es terreno virgen para los socialdemócratas que no saben ni usar un excel a derechas.
Así pues, cuanto antes, mejor: hoy es el primer día del resto de nuestra vida.
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