
Una de las características de las ideologías autoritarias es la degradación que sufren las reglas que rigen el funcionamiento de la sociedad.
13 de Junio.- Se ha puesto de moda entre los “moelnos” decir “me vuela la cabeza” para cosa que antes eran simplemente fascinantes, sorprendentes, sobrecogedoras, abracadabrantes, asombrosas, pasmosas, alucinantes, sorpresivas, impactantes, singulares, extrañas, inauditas, bizarras, etcétera.
Es un hallazgo feliz (copiado del inglés) que llena de gozo, porque permite echar al trastero toda esa palabrería que nos ocupaba sitio en el encéfalo. Ahora, dices que algo “te vuela la cabeza” y no solo te libras de cargar con todo ese lastre semántico, sino que las palabras te dan un barniz de modernidad que, si bien barato y perecedero, te rejuvenecen.
UN CAOS CON APARIENCIA DE ORDEN
Pues bien: una de las cosas que te vuelan la cabeza cuando lees un poquito sobre el nazismo es que, aunque en apariencia todo estaba tan reglado como en Korea la mala (por algo era un régimen totalitario, porque iba dirigido a la totalidad de los aspectos de la vida) la realidad era que, en el núcleo caliente del poder, en la toma de decisiones, reinaba una anarquía y una improvisación que eran el reflejo perfecto de la falta de orden de la cabeza del dictador.
Hitler era un cabo alemán medio analfabeto, sin estudios dignos de ese nombre, más bestia que un arado, que no sabía dónde tenía la mano derecha y que, como suele suceder con la gente de su tipo, creía que lo sabía todo. Rollo los antivacunas de hoy en día. De modo que, cuando alguno de sus sufridos colaboradores se oponía a alguna de sus decisiones, aduciendo que había normas, procedimientos y demás que impedían que Hitler (u otro cualquiera) hiciera lo que le saliera de los cojones, el Führer se remangaba y promulgaba una “ley parche” (su palabra era ley, “literalmente” como se dice ahora) sin pensar que su decisión podía causar más problemas de los que solucionaba.
Así, con el tiempo, el tercer Reich se convirtió en un bosque de instrucciones contradictorias, en una maraña inextricable de normas sin pies ni cabeza que al final eran interpretadas “trabajando en la dirección del Führer”. O sea, improvisando sobre la marcha según se pensaba que le alegraría a Hitler. El resultado fue, como es fácil deducir, la voladura incontrolada del estado alemán, el cual terminó empantanado en un cieno de incompetencia burocrática.
Mutatis mutandis, los sucesores de los nazis de entonces vienen a funcionar más o menos igual.
AQUÍ SE HACE LO QUE YO DIGA
Como recordarán las lectoras y los lectores de Viena Directo, los ultras ganaron (por poquito, no llegó a un punto) las elecciones del domingo. Jamás ocho décimas fuero exprimidas con tanto brío.
La primera ocurrencia ha sido la de decir que Susanne Fürst (una reconocida ultra, nota de la redacción) debía ser nombrada comisaria europea de “remigración” (para esto de la remigración me remito a mis posts sobre la jerga neonazi). Su argumento era que el FPÖ había “sido el partido que había pasado el primero como línea de meta” y que, como tal, tenían derecho a nombrar a Fürst comisaria.
Solo hay un problemilla: ese derecho no existe en el ordenamiento jurídico austriaco. El procedimiento de nombramiento de los comisarios europeos está perfectamente regulado y se basa en las mayorías parlamentarias, no en el resultado de las elecciones. De manera que, de acuerdo a las reglas previamente fijadas, es el ÖVP, el partido que tiene la mayoría en el Parlamento austriaco, quien tiene derecho a nombrar un candidato o una candidata a la comisaría europea.
Además, el puesto “comisario europeo de remigración” no existe (ni en la Unión puede existir, por ser las deportaciones masivas que quieren los ultras un tabú).
Tampoco existe por cierto, ninguna obligación del presidente de la república de encargar la formación de Gobierno al candidato de la lista más votada. El FPÖ podría ser el partido más votado pero el Presidente podría dejar a Kickl sin cancillería. Por cierto que esto sería (será) una ironía del destino y un acto de justicia poética. En la primera campaöa de Van der Bellen contra Hofer (que ganó Van der Bellen) los ultras abogaban por un “hombre fuerte” que impusiera su voluntad.
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