Beethoven es uno de los campeones la corchea ¿Quién sabe lo que hubiera escrito si él mismo y sus médicos no se hubieran emperrado en cargarselo?
20 de Junio.- Hay trozos de este planeta por los que casi es mejor no pasar, porque uno diría que están marcados por la Historia de manera que no cesan de pasar cosas en ellos. Por ejemplo, en la manzana que hoy en día ocupa el Hotel Sacher (ese lugar en donde venden esa tarta que es más pesada que comerse un kilo de polvorones con pan) murió Vivaldi pero también, por ejemplo, se estrenó el 7 de Mayo de 1824 (ha hecho 200 años) la novena sinfonía de Beethoven, una de cuyas partes, el himno a la legría, terminó andando los siglos siendo el himno de la Unión Europea que quiere cargarse Putin.
El estreno de la celebérrima composición de Beethoven fue un éxito y el antiguo teatro de la ópera de la corte, que fue sustituido hace ciento cincuenta años por el actual, se venía abajo por los aplausos.
Desgraciadamente, Beethoven no pudo, ni escuchar su composición ni escuchar la eufórica reacción del público. A esas alturas, estaba más sordo que un muro de hormigón armado, pero se había visto obligado a hacer que dirigía porque su nombre todavía tenía mucho tirón entre el público entre el cual había corrido el rumor de que aquella sería su última aparición pública. De hecho, oculto a la vista del respetable, estaba el auténtico director, un „asistente“ que movía la batuta mientras el compositor hacía aspavientos („mirad la magia de mi melena“) igual de eficaces que si estuviera espantando mosquitos.
Como otras muchas cosas antes y después, Beethoven, uno de los clásicos de la música clásica vienesa, compuso la novena sinfonía prácticamente de memoria. Cuando ensordeció, de hecho, la productividad de Beethoven subió hasta un veinte por ciento (claro, el angelico se quedó sin distracciones). Desgraciadamente, tanto para él como para su cuenta corriente, la sordera no era el único problema de salud que aquejaba al genio. El pobre se fue al otro barrio a los cincuenta y seis años, no solo por culpa de su hígado, que lo tenía hecho foie, sino también de la bruticie de sus médicos, los cuales aceleraron su final a base de recetarle curas de caballo.
Además de sordo, el pobre Luis de Beethoven tuvo sarampión, reúma, viruela, tifus, asma y calambres abdominales. O sea, que estaba hecho una piltrafa. Para colmo, muy coqueto para ponerse gafas y más ciego que Rompetechos, en 1810 se dio una costalada monumental al no distinguir un obstáculo y se hirió gravemente en la cabeza.
Tampoco era un paciente obediente. Llevado por su impaciencia, no respetaba las dosis que los médicos le prescribían y se tomaba las medicinas como Dios le daba a entender. Aunque sus médicos hubieran sido eminencias (que no lo fueron) la verdad es que lo hubieran tenido bastante difícil.
Beethoven empezó a ensordecer progresivamente a los vientiséis años y se quedó sin oido completamente a los veintiocho. Naturalmente, aquello fue como si a Miguel Angel le hubieran machacado las manos con un martillo. Buscó ayuda médica, pero con los conocimientos de la época nadie le pudo ayudar.
En sus últimas semanas de vida, Beethoven estuvo en cama. No era para menos. Ofrecía un cuadro clínico que indicaba una enfermedad hepática. Estaba amarillo como un limón, hinchado y tenía hidropesía y diarrea. Por lo menos dos médicos lo visitaban cada día. En Diciembre de 1826 uno de los galenos le punzó para ver de sacarle el líquido que acumulaba en el cuerpo y anotó una cantidad de ocho litros.
En estas condiciones, hecho polvo como estaba, es comprensible que el humor de Beethoven no fuera precisamente el de unas castañuelas.
Así que uno de sus médicos, un tal Malfatti, pensó con una lógica muy austriaca que lo que a su paciente le sentaría de perlas sería, naturalmente, bebercio (¿Qué podía salir mal?) así pues le recetó un helado de ponche bien regado de aguardiente.
Beethoven se lo tomó (obediente por una vez) y a los pocos minutos, claro, estaba como Mick Jagger.
Cuentan que, mucho más animado (lógico), decía !Milagro, milagro! Con la ciencia de Malfatti me voy a curar! Asimismo, visto que el morapio le hacía bien, se apresuró a pedir una caja del mejor vino, el pedido llegó poco antes de su muerte y al ver que no se lo iba a poder beber, el pobre Ludwig dijo „qué pena, que ha llegado tarde“.
Desde entonces ha habido muchas teorías para explicar el fin de Beethoven. Como el finado había dejado dicho que quería que se investigasen las causas de su sordera, cuando Beethoven murió le hicieron la autopsia.
De la sordera no se supo nada, pero los médicos encontraron otras cosas curiosas, como por ejemplo que el cráneo de Beethoven era más grueso que el de la media. También descubrieron una cirrosis avanzada y el líquido esperable. En resumen, como no tenían ni idea de la causa última de la muerte dijeron pinto pinto gorgorito dónde vas tú tan bonito y pusieron sífilis, porque al fin y al cabo los artistas son gente con propensión a meter el pajarito donde no deben (noches de bohemia y de ilusión) y la sífilis estaba de moda en el siglo XIX.
En el año 2007, sin embargo, utilizando los medios modernos, se pudieron estudiar unos rizos de Beethoven que se habían conservado (!Bendito fetichismo de los fanes y las fanas!) y así se descubrió que, cuando Beethoven murió, tenía plomo en el cuerpo suficiente para haber tumbado a un cachalote.
La ingesta se explicaba por la cantidad de vino que Beethoven consumía para olvidarse de sus padecimientos (y porque los austriacos de entonces, como muchos de los de hoy, creían en el poder medicinal del alcohol). El vino, entonces, no se bebía puro, sino que se le agregaba azúcar mezclada con plomo para quitarle el sabor ácido (y que pareciera menos peleón de lo que era en realidad). Asimismo, los médicos contribuyeron generosamente a su intoxicación a base de recetarle sales de plomo y de mercurio que, en aquella época, sustituían a los antibióticos (que no había, claro).
Por si solas, las dosis no le hubieran matado si antes él mismo no se hubiera hecho polvo el hígado a base de bebercio (Beethoven era hijo de un alcohólico y su padre decidió educarle desde niño, obligándole a beber desde que tenía once años).
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