Max De Crinis solo tenía un objetivo: sobrevivir en las procelosas aguas del tercer reich. Ningún medio le pareció demasiado sucio.
Puedes leer la primera parte aquí
5 de Agosto.- Desde el principio, De Crinis estuvo en el círculo de “asesores” que fue construyendo poco a poco la trampa que terminó costándole la vida a miles de personas indefensas, sobre todo niños y personas con discapacidad. Incluso en un mundo tan corrupto como era el centro del poder del nazismo, una operación a esa escala necesitaba un andamiaje legal. En 1940 se produjo una “ley de eutanasia” que era tan bestia que incluso Hitler tuvo reticencias para publicarla. Ya para se punto, De Crinis y Paul Nitsche querían incluir a más y más pacientes en el programa de eutanasia. De Crinis intentó convencer al jefe del programa, Brandt, uno de los médicos de Hitler de que aceediera a extender la llamada acción T4, pero Brandt no accedió.
En 1944, De Crinis alcanzó la cúspide de su poder y fue nombrado director del Instituto de Psiquiatría general y Psicología de Defensa de la Academia de médicos militares.
Para ese momento, ya era perfectamente evidente que los nazis estaban perdiendo la guerra y que la derrota era una cuestión de tiempo.
En 1945, sin embargo, Himmler, un nazi fanático, pensaba todavía que se podía evitar lo peor si se conseguía descabalgar a Hitler del poder.
De Crinis pensaba que el dictador estaba muy enfermo, probablemente de Parkinson. De Crinis, como médico, no podía ignorar los, según él, “movimientos no orgánicos” de Hitler, que había observado en los noticiarios en el cine.
El objetivo de Himler era, utilizando el diagnóstico médico de De Crinis, forzar a Hitler a abdicar en él.
El torbellino de la Historia ya se había desatado sobre Berlín y no lo consiguió (por suerte).
Hitler no fue el único jerarca del régimen al que De Crinis examinó. En 1941, con ocasión del vuelo de Rudolf Hess a Inglaterra, se buscó la ayuda de De Crinis, al fin y al cabo una eminencia de la psiquiatría nazi, para que intentara explicar la huida de Hess y sus planes mesiánicos como fruto de una enfermedad mental.
Se le ordenó realizar un peritaje de la salud de Joachim von Ribentrop, el Ministro de Exteriores.
Ni que decir tiene que todos estos diagnósticos eran fruto de intrigas palaciegas y que, en su mayor parte, se desarrollaron sin la participación ni el conocimiento de los interesados, cuya capacidad De Crinis juzgaba para intentar complacer los intereses de quienes le pedían opinión y para mantenerse a flote en las procelosas aguas del nazismo.
Como ya conté más arriba, De Crinis tuvo muy mal final. A finales de abril de 1945, con los soviéticos ya rodeando en Berlín, intentó escapar con su mujer. Su huida terminó en las afueras de la capital del Reich. Viéndose rodeados, los De Crinis, como muchos otros nazis prominentes de aquel momento, se suicidaron mordiendo una ampolla de cianuro.
Su muerte fue probablemente instantánea y sufrieron mucho menos que todos aquellos a los que De Crinis, con sus maquinaciones, había mandado a la muerte.
A la luz de los datos que han reunido los investigadores, Max de Crinis fue, desde el principio, un yonki del poder y del prestigio y no se detuvo en ningún momento para conseguirlo.
Siguiendo este esfuerzo por pasar a los anales de la psiquiatría alemana, Max de Crinis intentó por todos los medios a su alcance borrar o disimular las huellas de su participación en el programa T4.
Esto explica que tengamos pocos datos exactos a propósito de sus fechorías y que solo haya documentación concreta y fehaciente de sus delitos en unos pocos casos. No cabe duda sin embargo de que, aparte de en esas ocasiones, De Crinis envió a la muerte a muchísimas más personas. Era perfectamente consciente de que lo hacía.
Por otro lado, De Crinis era un nazi fanático y un antisemita, que se empleaba con todas sus fuerzas en construir el mundo distópico y aberrante que constituía su ideología.
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