Las elecciones en Austria y la crisis de los medios

Unos medios de comunicación sanos son uno de los frutos más sofisticados de nuestra cultura y nuestra democracia. Están en peligro.

25 de Septiembre.- Los medios de comunicación, hasta principios de este siglo, eran básicamente un producto de la revolución industrial y uno de los frutos más sofisticados y perfectos de las democracias liberales.

El mercado, o sea, los costes de entrada al mercado, ponían el filtro de quién podía y quién no podía llegar a una audiencia más o menos amplia. Para entendernos: un medio de comunicación (televisión, radio o publicación periódica en papel) costaba muchísimo dinero. Había que convencer y poner de acuerdo a una serie de inversores de que aportasen capital, porque se necesitaba una infraestructura muy grande no solo para elaborar los artículos que después leería el comprador del periódico, sino también para imprimirlos en papel y que ese papel impreso llegara a los Kioscos.

Desde 1850 aproximadamente hasta el año 2000 ese mecanismo por el cual entraba dinero en las empresas a través de la publicidad, se transformaba en papel impreso y retornaba en forma de ventas de periódicos, se había perfeccionado y, aunque nadie tenía por seguro el éxito de un periódico (baste mencionar los batacazos, solo en España, de El Sol, El Independiente o Diario 16) sí que estaba más o menos claro que los periódicos solo podían sobrevivir si tenían una base ancha empresarial y de lectores, lo cual los convertía en eso que se ha llamado proverbialmente “un pilar de la democracia”.

Pero !Ay, amigo! A mediados de los noventa llegó internet a las casas y el negocio empezó a escachifollarse, como todo el mundo sabe. En cosa de veinticinco años, el mecanismo de circulación del dinero se rompió porque, de pronto, el dique que había hecho de filtro (el dinero necesario) se esfumó.

Si en la situación anterior hacían falta varios millones de Euros para poder montar un periódico yo puedo decir que todo el equipo que utilizo para hacer Viena Directo y La Tarde en Directo, vale alrededor de 1500 o 2000 Euros (cantidad que, por supuesto, yo he ido desembolsando poco a poco). También se podría hacer por menos, en plan sans coulotte, pero a mí me gusta hacer las cosas con dignidad. El caso es que, como se le alcanzará a quien me lea, esa cantidad está al alcance de cualquiera.

Uno de las ventajas de la situación anterior era que los periódicos, su difusión y su importancia eran representativas. O sea, se sabía que, detrás de un periódico grande (El País, por ejemplo) tenía que haber un número grande de personas, generalmente salidas de las capas medias y altas de la intelectualidad. Eso, y los estándares periodísticos que, líneas editoriales aparte, eran un sobrentendido, daban confianza al lector y permitían que supiera a qué atenerse.

Ahora eso es imposible en la mayoría de los casos. Si yo me inventase cuatro o cinco alter egos (siendo modesto, podría inventarme cincuenta) los lectores podrían estar perfectamente convencidos de que, detrás de esta página, hay cincuenta personas y le atribuirían a Viena Directo un digamos poderío que, humildemente, no tiene.

La llegada de internet también corrompió el sistema en otro aspecto. Las redes sociales especialmente. Se extendió la noción de que cualquiera podía (y debía) tener una opinión sobre todas las cosas y, dado que tenía una tribuna, cualquiera podía (y debía) soltar su opinión sobre cualquier asunto. El asunto perverso venía después, desde el momento en que, sobre todo desde las capas más humildes intelectualmente hablando, se presionaba para que todas las opiniones tuvieran el mismo peso. En un mundo ahogado en opiniones y sin un mecanismo de decantación o discriminación, esto ha tenido y tiene unos efectos adversos horribles que han puesto a la democracia en una crisis de la que ya veremos si sale intacta.

Lo anterior está a punto de terminar con la noción de periodista tal como la conocíamos. Esa persona que recogía información, la filtraba, apartando lo fiable de las mentiras, la estructuraba para que el lector la comprendiese y luego la empaquetaba en un texto que se publicaba en un medio.

Esa persona que recogía información, la filtraba, apartando lo fiable de las mentiras, la estructuraba para que el lector la comprendiese y luego la empaquetaba en un texto que se publicaba en un medio.

A mí me preguntan siempre si soy periodista y, aunque la vida me ha puesto en el trance de contar noticias y trato de hacerlo lo mejor que puedo según mi recto entender (mi regla es no contar nunca nada que yo sepa fehacientemente que es mentira) yo siempre digo que el periodismo es algo por lo que tengo mucho respeto y que no sé si yo soy digno de llamarme periodista (estudié Empresas). Yo tengo un medio, un nanomedio, es cierto, pero…Bueno, creo que ha quedado claro mi punto de vista.

LAS ELECCIONES AUSTRIACAS

Todo este artículo viene de una tribuna que yo he leido hoy en Der Standard en donde una periodista profesional se quejaba de que el conglomerado propagandístico Auf 1, uno de esos agregados de páginas de internet que son máquinas de agitación y propaganda disfrazadas de medios, había obtenido una acreditación para “cubrir” las elecciones en el Parlamento austriaco.

Auf 1 ha sido catalogado por los observatorios del extremismo como “afín a la extrema derecha” y su contenido no tiene ni un gramo de periodismo. Disemina sin pudor noticias falsas, da crédito a todo tipo de teorías conspiranoicas, incluso aquellas que son peligrosas para la salud pública (por ejemplo, las de los antivacunas), utiliza en sus textos todos los códigos del neonazismo, por ejemplo hablar de “élites globalistas” que es un lenguaje para iniciados que designa a los judíos. Presenta como hechos cosas que solo son pajas mentales de neonazis de mente más o menos calenturienta, como aquella teoría del “gran reemplazo” o las majaderías que se difunden sobre los supuestos planes perversos de la ONU y la agenda 2030.

¿Tiene sentido que un “medio” tan notoriamente ful obtenga una acreditación que se sabe positivamente que va a utilizar mal? ¿Puede una democracia permitirse darle pábulo a aquellos que no creen en ella y que pretenden destruirla desde dentro y sembrar la duda sobre sus instituciones? Por otro lado ¿Tienen derecho las instituciones públicas a expedir “carnés de periodista” atendiendo a los estándares de calidad? Supongamos por ejemplo que, de las elecciones del domingo, saliese (Dios lo evite) un gobierno ultra ¿No sería posible que un Gobierno así utilizara como filtro una supuesta “calidad” para decidir quién y cómo y cuándo?

Yo soy solamente un ciudadano que escribe y que le cuenta a otros cómo ve las cosas, pero me gustaría que alguien diera alguna respuesta a estas preguntas.

 

Expresiones alemanas utilizadas en los medios ultras (1)

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