En una pequeña localidad de Hungría hay un grupo de gente que ha dejado de creer en su Gobierno. Del lado austriaco tampoco le creen mucho.
26 de Septiembre.- Uno de los cánceres que dejan tras de sí los gobiernos autoritarios y que es dificilísimo de erradicar, es la desconfianza de los ciudadanos hacia todo lo que tenga que ver con el Gobierno. Cuando el propio Estado se salta la ley a la torera, cuando la palabra de cualquier funcionario del Gobierno es más falsa que un billete de seis euros, cuando la corrupción campa a sus anchas y nadie se puede fiar de nadie, los Gobernados se sienten justificados de hacer lo que les sale del pitorro y la imaginación produce monstruos.
En la España de Franco pasaba eso, en la Rusia de Putin reina un estado de cosas parecido, todo se basa en interpretaciones y fantasmagorías; pero no hace falta irse tan lejos: apenas a doscientos kilómetros de donde estoy escribiendo esto, en Hungría, lleva un par de días sucediendo algo que resulta tan rocambolesco y tan descabellado como sintomático de lo que sucede en un país agusanado por la corrupción y por unos medios de comunicación maniatados.
Vitnyed es un lugarejo que está en Hungría, a unos quince kilómetros de la frontera austriaca. La versión húngara del culo del mundo, para entendernos. En medio de un prado se alza un edificio que fue una escuela. Desde hace algunas semanas, hay obreros trabajando allí. Han rodeado la parcela con una verja coronada de alambre de espinos, han transportado y montado literas dentro, puestas en fila, muy cerca unas de otras. Para unas seiscientas personas.
Estos indicios han llevado a los habitantes de Vitnyed, campesinos que llevan décadas envenenados por la propaganda racista del Gobierno húngaro, a suponer que les van a poner cerca de su casa un campamento de refugiados. Según la propaganda húngara, que es también la propaganda del FPÖ, refugiado implica hombre joven, sexualmente hambriento, que roba, que mata, que viola. Una única criatura morena y voraz hecha de mil cabezas coordinadas.
Naturalmente, hay miedo en Vitnyed. El Gobierno húngaro ha tratado, en vano, de tranquilizar a los ciudadanos, pero los ciudadanos, como tienen tras de sí la experiencia directa del comunismo y del férreo sistema “iliberal” de Orbán, no se han creido ni por un momento la versión del Gobierno. Y han empezado a manifestarse y dicen, a quien quiera oirles, que a ellos no les toman el pelo tan fácilmente.
No han sido los únicos.
El presunto campo de refugiados está, como ya he dicho, a quince kilómetros de la frontera de Austria y las autoridades de Burgenland, con su gobernador, Doskozil, a la cabeza, también piensan que algo huele a podrido en el reino de Dinamarca y le han pedido explicaciones a Hungría. Explicaciones que nadie se ha creido menos los aliados oficiosos de los húngaros, los ultras del FPÖ.
El presunto campo de refugiados es ahora un pretexto para que los políticos austriacos del FPÖ y los socialdemócratas se tiren los trastos a la cabeza.
Los primeros tiran de la etiqueta trumpiana de las “Fake news” y de que todo es un intento (un contubernio) de crear el pánico -ver el párrafo en donde yo glosaba, grosso modo, la visión que tiene la propaganda racista del Gobierno húngaro a propósito de los refugiados- y los segundos dicen que, como les pongan un campo de refugiados a tiro de piedra de la frontera húngara, van a mandar al ejército a cerrar la frontera, particularmente esa parte que se llama “la frontera verde”, o sea, esa parte boscosa que hay entre los dos países y por donde los húngaros enviaron a cientos o incluso miles de personas durante la crisis del 2015.
Los ultras se ríen de estas precauciones, sostienen que los húngaros son personas muy de fiar -a pesar de que el Gobierno de Orbán expulsara hace meses de las cárceles a todos los presos de las mafias de tráfico de personas que habían detenido antes con ayuda de la policía austriaca-, insisten en que si Kickl fuera canciller el asunto estaría resuelto “en un par de semanas”, se empecinan en que el Gobierno de Doskozil no tiene autoridad para cumplir sus amenazas, dado que el control de fronteras es asunto del Gobierno federal.
Y así están las cosas. El domingo, Austria vota su nuevo Parlamento, y…Algo parece indicar que el resultado de este pleito dependerá mucho de quién ocupe el despacho en la Ballhausplatz.
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