Tras unas eternas veinticuatro horas, Herbert Kickl ha contado hoy cómo le fue la reunión con el Presidente van der Bellen.
5 de Octubre.- Si una persona ajena hubiera visto la imagen, sin contar con más información, hubiera podido decir esto:
Los muebles son típicamente dieciochescos, un canapé en blanco y oro, dos sillones, una mesa con la superficie de caoba brillante. Las tapicerías, son de color carmín, a juego con el entelado de las paredes, cuyo tejido de jaquard reproduce abstracciones presuntamente florales. En el suelo, una alfombra turca. Colgado de la pared, un enorme retrato, superior al tamaño natural de una persona, que representa a una señora orgullosa y oronda. Fue muy poderosa y carga con los emblemas de su poder. A un lado, mucho más sencilla, más acorde con el siglo XX o con este veintiuno de que pronto llevaremos un cuarto, la bandera de la Unión Europea, en azul ultramar y con las doce estrellas que coronan a la inmaculada concepción.
La habitación está inscrita en una edificación antigua, por lo que es probable que huela a museo o a iglesia.
En ella hay dos grupos de personas. Uno, compuesto de dos hombres. Después, más grande, el resto. No se les ve, solo se les intuye. El único rastro que tenemos de su presencia es que los dos hombres se han detenido a ser observados por ellos.
Los del grupo grande observan a los dos hombres, pues. Merece la pena describirles. Uno de los dos es muy anciano. Ha recorrido ya una gran parte de su vida. El otro es maduro. Hay una gran diferencia de edad entre ellos. Los dos van vestidos de manera parecida, aunque los trajes, compuestos de los mismos elementos, les sientan de manera muy distinta. La postura casi derrotada del anciano denota que siempre le ha importado muy poco la coquetería. El traje del otro es caro. Llevan un paño al cuello. Se llama corbata. La del anciano es roja. La del otro de color azul corporativo (de la organización a la que representa).
No hay que dejarse engañar por esta similitud en la vestimenta. Los dos hombres comparten el mismo espacio físico, pero están muy lejos intelectualmente. Se nota en que no mantienen contacto visual. El anciano mira al frente. En los labios, una ligera sonrisa, se diría que un poco socarrona. El más joven mira al anciano con una expresión casi dulce. Los ojos brillantes del niño que ha aprendido recientemente las ventajas de fingir amabilidad. La cara amable, sin embargo, contrasta fuertemente con la postura del cuerpo, deliberadamente inexpresiva.
Esto fue todo lo que pudieron ver ayer los que asistieron al prólogo del encuentro entre el Presidente de la República, Alexander van der Bellen, y el líder de la extrema derecha austriaca, Herbert Kickl.
Unas eternas veinticuatro horas más tarde, uno de los protagonistas del encuentro, Herbert Kickl, ha convocado una rueda de prensa para contar (lo que se puede contar) de sus impresiones al respecto.
La parte de esas impresiones que no es nueva suena bastante poco realista, las cosas como son. Kickl ha resaltado que la conversación se celebró en una atmósfera “distentida”. Que, naturalmente, hay diferencia de opiniones entre los dos. Diferencias que no se le ocultan a nadie, pero que es bueno que así sea porque “en una democracia sería un horror que todo el mundo pensara igual”.
Del contenido de la conversación, Kickl ha dicho poca cosa, porque Van der Bellen se dirigirá a la nación de una manera o de otra una vez terminada su ronda de contactos. Sin embargo, ha querido resaltar que ha transmitido al presidente que hay una clara ganadora de las elecciones, que esa ganadora es la extrema derecha y que la extrema derecha quiere gobernar y que lo hará solamente con él como canciller. También que un futuro Gobierno de Austria solo podrá ser estable con una amplia mayoría y que eso solo se puede conseguir si se unen los conservadores y la extrema derecha. Que su mano está tendida a todas las fuerzas y que blablablá.
Y sobre todo que “una coallición de perdedores” como Kickl llama a una unión del resto de partidos (al fin y al cabo, la inmensa mayoría de los austriacos, porque Kickl está muy lejos de ser ese “canciller del pueblo” del que habla la publicidad de los ultras) sería “una bofetada en la cara del pueblo soberano”.
Durante la rueda de prensa, Kickl, en un tono mucho más comedido, casi melancólico, también ha resaltado que hay “muchas mujeres” entre los votantes de extrema derecha. Cosa que no se cree, por cierto, ni él. Porque los votantes ultras son sobre todo hombres de bajo nivel educativo, como todo el mundo sabe.
El uso, hasta el momento, era que el Presidente encargase la formación de Gobierno a la lista más votada. Sin embargo, esta vez no va a ser así previsiblemente. Van der Bellen ha esbozado, eso sí, las condiciones que deberá cumplir el Gobierno que rija los destinos de este país: respeto a la democracia liberal y al estado de derecho,a los derechos de las minorías y a los derechos humanos, independencia de los medios de comunicación y pertenencia a la Unión Europea.
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