Un rey gafe, una reina que sufría los cuernos en silencio, un infante enfermo y un accidente de coche en una zona lujosa de Austria.
7 de Octubre.- En mayo de 1886 nació en el Palacio de Oriente un niño marcado por unas circunstancias tristes. Su padre había muerto seis meses antes y su madre (austriaca) Insistió en llamarle Alfonso. Centroeuropea como era, más católica que Torquemada, Maria Cristina de Habsburgo Lorena, la madre de la criatura, no quiso ni oír hablar de que, si el crío se llamaba Alfonso, como su padre, tendría que reinar con el nombre de Alfonso XIII.
-Señora -debieron de decirle- que el trece es gafe.
-Gafe? Was heisst das, “gafe”? -dijo la reina viuda sin atender a razones y el niño se bautizó como a ella le salió del Hofburg.
Como suele pasar en todos los cuentos, al principio no se notó que el crío, feo y enclenque, estaba marcado por la mala estrella.
UN REY GAFE SE ENAMORA DE UNA RUBIA
Tampoco se notó que el mal fario le perseguiría no solo a él, sino a sus familiares más directos, como ahora se verá. Sin embargo, cuando dejó de ser un niño feo para convertirse en un adolescente feo y, más tarde, en un adulto feo, Alfonso XIII se enamoró de una mujer que, a diferencia de él, era guapetona y rubia. En principio, todo normal.
La mujer rubia se llamaba Victoria Eugenia y era una princesa inglesa. La conquista no fue fácil porque, como al chaval le cantaba un poquito el aliento, Victoria Eugenia no estaba muy por la labor, pero Alfonso XIII insistió (era feo pero simpaticón y, además, rey) de manera que Ena, como se la llamaba en familia, terminó por prometerse a un monarca que compaginaba el trono con la producción de pelis porno (y otros emprendimientos no menos adelantados a su tiempo, siempre a través de testaferros).
La austriaca suegra hubiera preferido otra muchacha para su hijo (ay, madre, deje ya de darme la matraca). Que si mira que es inglesa, que si mira que en su familia hay hemofilia, que si no es princesa…Pero Alfonso XIII estaba decidido. Victoria Eugenia no sabía en el fregado en el que se metía. El gafe del decimotercero de los Alfonsos se manifestó el mismo día de su boda cuando un anarquista, Mateo Morral, atentó contra la real pareja.
Con el traje de novia perdido de sangre, la inglesa decía:
–Oh, my God! Oh, my God! ¿Qué clase de país de salvajes es este?
Victoria Eugenia se quedó embarazada pronto y la pareja tuvo siete hijos. Pronto empezaron las infidelidades del rey -Sofía, hija, no eres la única que ha sufrido en silencio-. Por cada señora que pasaba por la cama del rey -y parece que el apetito del monarca en este aspecto era incansable- Victoria Eugenia recibía en compensación una joya. Baste decir que el joyero de Victoria Eugenia era uno de los más repletos de Europa. De vez en cuando siguen saliendo por esas casas de subastas joyones que pertenecieron a la mujer de Alfonso XIII.
UN INFANTE ENFERMO
Como había ya vaticinado la agorera de su suegra, Ena trajo a la familia real española la hemofilia, que es una enfermedad congénita que padecen los hombres pero transmiten las mujeres y que se manifiesta en que la sangre no tiene un agente coagulante, de manera que las heridas no se taponan y los hemofílicos corren el peligro de desangrarse por cualquier tontería.
Dos hijos de la pareja, Alfonso, el primogénito, y Gonzalo, el benjamín, nacieron con hemofilia. Curiosamente, los dos murieron en circunstancias muy similares. Nos quedaremos con el que tiene relación con Austria.
Gonzalo de Borbón y Battenberg nació en octubre de 1914 en el Palacio Real y fue educado por nannies inglesas (a las que su padre les enseñaba el cetro puntualmente, por cierto). A pesar de su enfermedad, fue un gran deportista. En 1931, el gafe de Alfonso equis tres palitos volvió a manifestarse. Como es sabido, el 14 de abril se proclamó la República y la familia real tuvo que marcharse (en el fondo, a Alfonso XIII no le importó: estaba forrado por sus negocios bajo cuerda y pudo vivir con lujo hasta el final de sus días; su Abu Dabi se llamó Roma).
En Agosto de 1934, Gonzalo de Borbón se fue a pasar las vacaciones al país de su abuela, Austria, concretamente a la villa que el conde Ladislao de Hoyos tenía en Pörtschach am Wörthersee en Carintia.
El caso: un día, cuando iba en coche por la localidad de Krumpendorf, Beatriz, la hermana de Alfonso, que iba conduciendo, tuvo que hacer una maniobra para esquivar a un ciclista, otro ricachón, el Barón Richard von Neimans. El coche chocó contra una pared y los dos hermanos salieron más o menos ilesos del accidente. Pocas horas más tarde, sin embargo, el hijo de Alfonso XIII empezó a tener síntomas de sangrado abdominal y murió dos días después de una hemorragia interna.
Le enterraron en Pörtschach y sus restos mortales no volvieron a España hasta 1985, cuando su sobrino, el entonces rey Juan Carlos I, ordenó que se trasladaran al Monasterio del Escorial.
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