Les acusaban de terroristas, pedían cárcel para ellos. Ahora sabemos (o deberíamos saber) que tenían razón.
31 de Octubre.- Hace unos meses, el grupo de activistas Letzte Generation, que intentaba que la sociedad se concienciara sobre la urgencia de la crisis climática, se autodisolvió. Tiró la toalla, ante la evidencia de que, desde un Gobierno, el austriaco de entonces, y probablemente el próximo, se seguía subvencionando los combustibles fósiles y no se hacía ni lo más mínimo para paliar los efectos del cambio climático.
Desde entonces, han sucedido bastantes cosas y ninguna buena.
En septiembre la ciudad de Viena y toda su área metropolitana han quedado paralizadas por unas lluvias de una abundancia sobrecogedora. Si no pasó una desgracia fue porque las infraestructuras de Viena son del primer mundo y están preparadas (aún) para estos fenómenos extremos. Sin embargo, en Baja Austria, yo tengo un amigo cuyo hijo lo perdió todo. Y cuando digo todo, digo todo, menos las cuatro paredes y el techo que le acogen, y que ahora va buscando electrodomésticos baratos y muebles de saldo con el que intentar reconstruir una vida en futuro precario que se ha llevado la riada. No es su caso el único.
Como sucederá en España van a ser los impuestos de todos nosotros y los cientos de millones venidos de la Unión Europea los que ayudarán a mitigar los efectos de la catástrofe.
La pregunta, naturalmente, es ¿Cuántas crisis de estas podrá aguantar la caja común de la Unión?
Los informativos austriacos han abierto hoy prácticamente sin excepción con las horribles imágenes de Valencia y los medios de comunicación españoles se han llenado de historias de dolor insoportable, protagonizadas por personas como tú, que me estás leyendo, y como yo.
Personas que están buscando desesperadas a sus seres queridos, personas que no tienen qué comer ni qué beber, personas que han visto cómo su vida era arrollada por una lengua marrón de agua, cieno, piedras y enseres varios, en cuestión de minutos. Ni siquiera de horas.
Y todo eso, aunque ya es tarde para evitarlo, porque la locomotora la hemos puesto todos en marcha y ya no la vamos a poder parar, se puede amortiguar.
Pero antes tenemos que ver cómo traemos al lado bueno a quienes aún no están convencidos de que nos dirigimos hacia un suicidio colectivo programado.
El treinta y tantos por ciento de los austriacos votaría, en estos momentos, a un partido negacionista del cambio climático, el FPÖ. Un partido que dice que defiende “al hombre de la calle” pero que en realidad solo defiende el beneficio cortoplacista de los ricos, que seguirán pudiendo volar en sus aviones privados. Un partido que, de llegar al poder, permitirá que se siga usando el gas y el petróleo rusos, que pondrá palos en las ruedas a políticas europeas, como la ley de restauración de la naturaleza, como antes publicó, a conciencia y perfectamente a sabiendas de que eran un disparate, falsedades a propósito de las vacunas.
Hoy daba escalofríos ver manchado el Parlamento austriaco con la presencia de Victor Orbán, el primer ministro húngaro, uno de los representantes más conspícuos de la extrema derecha negacionista del cambio climático.
Ha sido invitado por la segunda autoridad de Austria, el primer presidente del Parlamento, Walter Rosenkranz.
El encuentro, presuntamente de Estado, pero al que no estaban invitados los representantes de las otras fuerzas políticas representadas en el Parlamento austriaco, se ha convertido en un acto de confraternización entre dos fuerzas reaccionarias, que lo único que ha hecho ha sido demostrar que el Presidente van der Bellen ha tenido todo el tiempo más razón que un santo, y que aquellos que no quieren ni ir a la vuelta de la esquina con Herbert Kickl están en lo cierto.
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