Un emisario del Señor Oscuro vino ayer a pedir cuentas a uno de sus esbirros. Firmaron un papel. No vale nada.
1 de noviembre.- Si la realidad fuera un libro de Tolkien, ayer en Viena se hubiera escenificado una historia parecida a esta (ejem): hace dos décadas, el Señor Oscuro que reina en las estepas blancas mandó a un emisario a la capital de la Tierra Central. Este emisario, un brujo de magia negra de enorme poder, reunió en un antiguo palacio a los esbirros del Señor Oscuro que vivían ocultos en la Tierra Central y les exigió que utilizaran todas sus malas artes para lograr el poder omnímodo para el emperador de la oscuridad. Los esbirros, babeantes como perros rabiosos, se conjuraron y prometieron no ahorrar en malas artes a la hora de conseguirle al Señor Oscuro primero, la dominación y, después, la destrucción de la Tierra Central.
Tardaron veinte años y consiguieron muchas victorias.
Solo la propia Tierra Central se les resistía. Cachis en la mar. Un mago de magia blanca era el último dique que separaba al Señor Oscuro del dominio de la Tierra Central a través de su esbirro. Todas las malas artes del esbirro no habían conseguido conmover al mago de magia blanca, que protegía con su poder a la Tierra Central del dominio del cruel tirano. Furioso, desde su frío castillo, el Señor Oscuro mandó a la capital de la Tierra Central a uno de sus fieles a pedirle cuentas al esbirro, al cual no le fue posible poner más excusas. A través de su emisario, el esbirro, babeante y canijo, le prometió al Señor Oscuro que haría todo lo posible por terminar con el mago blanco. Costara lo que costase.
Entretanto, para calmar al emperador de las sombras, firmó un conjuro, mojando la pluma en su sangre. Después, el emisario del Señor Oscuro se marchó de nuevo a su madriguera.
EL PAPEL Y LA FIRME
Como esto no es un libro de Tolkien, lo que sucedió fue lo siguiente: como ya saben los lectores de Viena Directo, nada más ser elegido, Walter Rosenkranz, político ultra y segunda autoridad formal de Austria, invitó a Viena a Victor Orbán. La visita tenía su miga, al ser Orbán, amén de uno de los caballos de Troya de Putin en la Unión Europea, un tipo que se limpia el trastévere con la democracia y que solo aspira a implantar en Hungría un régimen totalitario que sería la avanzadilla de regímenes parecidos en el resto de Europa. Una de las piezas de ese plan es, naturalmente, el FPÖ. El FPÖ es una de las cabezas de puente de Putin en la Unión Europea y, como se demostró ayer, solo haría falta que llegase al poder (Dios lo evite siempre) para que se pusiera a la tarea de dinamitar las instituciones de la Unión desde dentro, utilizando de ariete el Estado austriaco.
Ayer, simbólicamente, Victor Orbán y Herbert Kickl tomaron posesión del Parlamento austriaco en el nombre de la ultraderecha europea. Ningún otro representante de las fuerzas políticas austriacas estuvo invitado a este encuentro, con el que Herbert Kickl se hacía la ilusión de que era lo que no le dejan ser: canciller de la República de Austria.
Después, estampó su firma al pie de un documento en el que se comprometía “en nombre de Austria” a una serie de cosas para las que no tiene ningún derecho a comprometerse, si no es a título personal.
Entre ellas a hacer causa común políticamente hablando.
Herbert Kickl es y, probablemente, será todavía durante mucho tiempo, el jefe de la oposición. Y el jefe de la oposición, ya se sabe, de cara al exterior no tiene ninguna capacidad de comprometerse.
El resto de fuerzas políticas han criticado fuertemente primero el encuentro entre Kickl y Orbán y, después, la firma del documento. Han resaltado lo obvio, o sea que, Kickl, aunque él quiera, no es canciller.
Los expertos en derecho constitucional austriaco ven el asunto como una provocación pero no creen que tenga para Kickl ninguna consecuencia penal.
El papel en cuestión sirve, exactamente, para hacer lo que Victor Orbán hace con la democracia de su país. En términos jurídicos es nulo.
Por supuesto, el FPÖ, en su estilo chulesco y tabernario habitual ha respondido a las críticas diciendo, básicamente, que los demás partidos les tienen manía y solo buscan criminalizar sus buenas relaciones con Orbán y su calaña.
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