Hoy ha ganado Trump las elecciones en los Estados Unidos y el eco de esa victoria también ha llegado a Austria.
6 de Noviembre.- El mainstream del continente europeo sigue aún disfrutando de un relativo bienestar económico -no se sabe lo que durará-. Las clases medias de Alemania, de Italia, de Francia, las austriacas, las francesas, han visto erosionada en los últimos tiempos su economía pero, en conjunto, se puede decir que siguen viviendo bastante bien. El Estado de Bienestar, pagado con los impuestos de todos, sigue funcionando aceptablemente, aunque hay sitios en donde el viejo traje ya tiene brillos y están empezándole a fallarle las costuras -la sanidad pública-. En Austria, por ejemplo, está fuera de la experiencia cotidiana de los ciudadanos el sufrir una situación de exclusión tan salvaje que le deje a uno absolutamente sin una ayuda pública.
En los Estados Unidos esto no es así. La clase media estadounidense, antaño la que gozaba de la mejor calidad de vida del mundo, ha sufrido en los últimos veinte años una pérdida brutal de poder adquisitivo. En los Estados Unidos hay grandes capas de la población que están absolutamente a la intemperie y la precariedad hace que se produzcan crisis, de salud pública, por ejemplo, que serían absolutamente impensables en Europa.
Ni en los peores tiempos de la heroína se veían en España imágenes como las que está trayendo el fentanilo a los Estados Unidos.
En la Unión Europea el Estado de Bienestar, mal que bien, aún resiste, a pesar de todos los intentos de arrasarlo. Por eso, Trump (aún) no hubiera podido ganar en Europa. Y por eso (aún) la victoria de Trump nos parece a los europeos un auténtico sindiós.
Pero desde la perspectiva estadounidense no lo es.
Una señora como Kamala Harris, con sus blusas de seda y sus trajes de ejecutiva es, para muchos americanos, al margen de su ideología política, una imagen marciana, muy ajena a sus problemas cotidianos.
Y la paradoja es que, cuanto más progresista es Kamala y más progresistas son los progresistas europeos, cuanto más abogan por una política más decente e inclusiva que sea para todos, que saque del desfavorecimiento a los postergados, más pierden a esos postergados y a esos desfavorecidos, a quienes les vendría bien que no les acosasen en el trabajo o les gritaran insultos homófobos, pero a quienes les vendría mejor una cierta seguridad de que su situación vital, en términos generales, va a mejorar de cara al futuro. Aunque ese futuro sea muy incierto.
Donald Trump ha ganado hoy las elecciones y su victoria, sobre todo con lo que su victoria tiene de “venir a romper cosas”, con lo que su victoria tiene de venganza de los mediocres de la tierra contra lo establecido, con lo que su victoria presagia de arbitrario y de imprevisible, va a cambiar probablemente nuestras vidas.
A estas horas es una obviedad decir que de la victoria de Trump solo se ha podido alegrar la mala gente.
Basta seguir el hilo de las felicitaciones -no las institucionales, las sentidas- para hacerse un quién es quién de esa gente con la que cualquier persona normal no debería arriesgarse ni a ir a la vuelta de la esquina a por cien gramos de jamón de York.
Herbert Kickl ha visto en la victoria de Trump viento para sus velas (Dios lo evite siempre) y anima a sus huestes con la promesa de un mañana que les pertenecerá.
Ya sabemos que las personas decentes no tienen ningún lugar en ese mañana.
Harald Vilimsky, otra de las eminencias grises de los ultras, eurodiputado, también ha felicitado a Trump, lo mismo que Dominik Nepp, cabeza de los ultras en el ayuntamiento de Viena, también se han alegrado horrores de que Donald Trump vaya a cargarse el planeta.
Sebastian Kurz ha visto en la victoria de Trump una clara señal del pueblo americano en contra de la inmigración ilegal y de la agenda “woke” lo que quiera que esto segundo quiera decir, y a favor del “crecimiento y del bienestar”.
Lo que está claro es que, hagan lo que hagan Trump y sus secuaces, en algún momento habrá que recomponer la ruina que dejen. Es la única seguridad que se puede tener en este momento.
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