El hombre que no quiso reinar

Te puedes acostar todas las veces que sea con una persona, pero en algún momento hay que levantarse de la cama y desayunar.

 

El Clavo – Pedro Antonio de Alarcón- Libro completo

8 de Enero.- En alemán hay una palabra que viene muy al caso estos días y es “galgenhumor”.

Literalmente, se podría traducir como “humor del cadalso” o “humor del condenado a muerte” y es la risa floja que a uno le da cuando se encuentra frente a una situación extremadamente desagradable que le pide una defensa. Pongamos un desahucio o un velatorio o el ser despedido de la empresa a la que uno le ha dado los últimos treinta años de su vida.

Entre las personas decentes de este país (según las últimas elecciones un 71% de la población) no hay a estas alturas muchas ganas de bromas, esa es la verdad. Unos, porque están hondamente decepcionados con las personas a las que votaron la última vez; otros, quizá con más seso o más imaginación para las películas de miedo, porque intuyen lo que puede ser para Esta Pequeña República tener a su frente a lo más granado del neonazismo europeo.

Los primeros, a modo de defensa. piensan lo que pensábamos todos cuando el primer mandato de Trump o lo que pensaron los orondos burgueses de la república de Weimar cuando cierto cabo austriaco de oratoria incendiaria llegó al poder. O sea: ese “no es posible que sea tan bestia, no se atreverá” que luego, cuando ya era demasiado tarde, se transformó en “efectivamente era tan bestia y se ha atrevido”. Los segundos están tomando posiciones para lo malo que saben que va a venir.

Dentro de estos segundos hay posiciones combativas (las menos, de momento) y posiciones de altivo desprecio (son las que, de momento, han trascendido). O sea, lo que viene siendo ponerse a cubierto y esperar a que escampe.

EL HOMBRE QUE NO QUERÍA REINAR

Un de estas personas que ha declarado ya no querer participar en un gobierno con Herbert Kickl ha sido Alexander Schallenberg el cual, a este paso, va a ser conocido como “el bombero de esta República”. El Presidente de la ídem ha nombrado hoy a Schallenberg canciller interino, en sustitución de Nehammer y mientras (se supone) Kickl logra el puesto.

No es la primera vez.

Schallenberg, experimentado ministro de exteriores, hombre de familia noble (si hubiera emperadores en Austria tendría derecho a usar el “von” de los aristogatos, digo de los aristócratas), diplomático de carrera, también fue un canciller fugaz en 2021 cuando Sebastain Kurz, acosado por los casos de corrupción, tuvo que dimitir.

Para una persona como Kickl, ser un canciller sustituto sería una posición ingrata. Sin embargo, para alguien como Schallenberg, que lleva en su memoria genética varias generaciones de personas que sabían usar la pala de pescado, no deja de ser un trámite.

CUANDO ZARPA EL AMOR

Por lo mismo, como decía más arriba, era muy previsible que una persona como Schallenberg no quisiera ni comprar cien gramos (zehn deka) de jamón de York con Herbert Kickl. Es como esa cosa que se dice siempre de esas parejas que fracasan cuando se les acaba el ardor sexual. O sea, que tú te puedes acostar muchas veces con una persona, pero que en algún momento hay que levantarse a desayunar y es ahí, en ese momento muerto entre las galletas con fibra y el zumo de pomelo, en donde se decide el futuro de una relación.

Traducido esto a términos de coalición, si tú eres mandatario en coalición con otro tipo que también es mandatario, no puedes estar mandatando todo el día. En algún momento te tienes que juntar con esa persona en un ascensor, pongamos que de camino a una reunión en la cumbre en Bruselas o en la fiesta de navidad del consejo de ministros o en la fría terminal de un aeropuerto ignoto, durante una visita de Estado a Guatemala o a la República de Moldavia y entonces, cae por su peso, tienes que hablar con la persona de lo que sea. Lo que viene siendo el momento zumo de pomelo después de que haya zarpado el amor.

Y seguramente Schallenberg se habrá preguntado, como nos preguntábamos todos cuando Sebastian Kurz se reunía con Angela Merkel, de qué pueden hablar una jirafa y una rana, como si dijéramos dos seres de distintas especies de la naturaleza.

Schallenberg sabe que él con Kickl no tendría nada de qué hablar, ningún contacto humano posible. Llevarse bien con el jefe no es imprescindible, pero ayuda. Seguramente por eso ha anunciado que él, como cualquier persona decente, no estaría nunca en nada que Herbert Kickl organice.

Él puede, los demás no sé si podemos permitirnos ese lujo.


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