Austria necesita ahorrar con urgencia. Sin embargo, existe el peligro de recortar donde no se debe. Las consecuencias pueden ser terribles.
9 de enero.- Desde hace días, uno de los temas favoritos de conversación de los analistas es de dónde podría sacar el FPÖ el dinero para sanear el (terrorífico) agujero presupuestario que sufren las cuentas de Esta Pequeña República. Como dice mi amigo Javi, lo que el FPÖ está buscando es el chocolomo. O sea, algo que sea deliciosamente dulce y deliciosamente salado a la vez.
Por un lado, según su programa electoral, la extrema derecha no es partidaria de subir los impuestos. Y es normal que así sea: el FPÖ tiene su cantera principal de votos en las clases medias-bajas y bajas, de sueldos más bajos. Incluso teniendo en cuenta que, para cierta gente, las ideas de bombero ultras son café para los muy cafeteros, el FPÖ tendría muchísimas dificultades para vender impuestos nuevos a su público objetivo.
Es más: si el FPÖ va a muerte con su programa electoral, tendría previsto un recorte de costes para las empresas. Esos costes son los que pagan, entre otras cosas, la sanidad pública (que empeorará previsiblemente) y la educación (que lo mismo).
No queda otra que reducir gastos.
Pero ¿De dónde?
LA VENGANZA SIEMPRE ES UNA TONTERÍA
La parte más fanática de la extrema derecha (por ejemplo los miembros del equipo que está negociando ahora con el Partido Popular austriaco) animada a medias por una sed de venganza de lo más miope y a medias por una incultura científica que raya en el pensamiento mágico, es ferozmente negacionista del cambio climático (también son negacionistas de las vacunas, por ejemplo). En fin: al considerar que el cambio climático es una filfa de comunistas y de pijos, nada más lógico que quieran terminar con todas las medidas que se han arbitrado en los últimos años para proteger el clima.
Por supuesto, estos sueños húmedos con los combustibles fósiles tienen otra derivada: aparte de negacionistas, los ultras son prorrusos y Rusia paga sus guerras expansionistas (Ucrania, quizá pronto Georgia) con los réditos de la industria petrolera y gasística.
Según los analistas que están más en la pomada, los de Kickl estarían planeando suprimir las subvenciones que mantienen el Klimaticket (que ha abaratado mucho los transportes públicos y que ha sido la salvación de muchos hogares trabajadores, entre ellos el mío), así como derogar el Klimabonus (una limosnica que recibíamos en compensación por el impuesto a los carburantes). Puestos a tachar, los ultras también querran cepillarse las subvenciones a la modernización de las calefacciones o las subvenciones para los coches eléctricos.
A corto plazo, por supuesto, la cosa parece buena idea desde el punto de vista de los ultras. Recortando así se ahorrarían 2000 millones de Euros. Ahora bien: esto tiene una pega para Herbert Kickl y los suyos. En 2027, por leyes comunitarias, será obligatorio poner un impuesto a los carburantes que recaerá (tatáaaa) en la ciudadanía, en ese pueblo soberano al que el FPÖ dice representar.
Pero esto no es el único problema, claro.
En primer lugar, lo mismo que el coronavirus existía y las vacunas son efectivas, el cambio climático existe, a pesar de que el FPÖ lo niegue o haga como que no lo ve (son cosas diferentes).
Ahorrar en proteger el clima implica que las inundaciones como las de septiembre pasado se harán no solo peores, sino que la gente (sobre todo la más humilde) estará indefensa ante la furia de las aguas.
O sea, que las medidas para preservar el clima o para prepararse contra la emergencia climática ahorran dinero a medio plazo. No solo a las personas normales sino también a las empresas. Especialmente a las aseguradoras. Si no se hace nada, dentro de poco las compañías de seguros tendrán que renunciar a cubrir ciertos daños, por incapacidad financiera.
Por poner un solo ejemplo: se ha calculado que, a pesar de que Austria cuenta con unas infraestructuras hidráulicas del primer mundo, las inundaciones de septiembre pasado costaron 1,3 millardos de Euros, casi un veinte por ciento de lo que Austria necesita para cerrar su agujero presupuestario.
Por otro lado, la Unión Europea tiene en su legislación unos objetivos de emisiones que Austria, lo mismo que los demás países miembros, se ha comprometido a cumplir a partir de 2030. Un incumplimiento de esos compromisos podría implicar gravosísimas multas, contra las que ya ha advertido el Tribunal de Cuentas austriaco.
En resumen: que una política monetaria dictada por la industria petrolera y por la ideología cerril puede parecer una buena idea en un primer momento pero, a la larga, convertirá a Austria en un país más pobre y es también probable que cueste muchas vidas.
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