un fax

Fax a una desconocida

un fax

Hoy hablaremos de un medio de comunicación que aquellos de mis lectores que no hayan cumplido los cuarenta quizá ni hayan usado.

 

LTeD 02.02.2025: Trump firma con un rotulador de punta gorda

3 de Febrero.- Hay objetos, enseres, que a uno le traen el recuerdo de otros tiempos. Uno los mira con simpatía, con cariño, pero piensa en la mayoría de las ocasiones que los ha sustituido por cosas más prácticas. Qué sé yo, se ríe uno al pensar que hubo un tiempo, de felice recordación, en que salía a correr con un chisme del tamaño de un tupperware en el que llevaba metido un disco con diez canciones, y que dicho artilugio, en cuanto uno daba un bote para salvar un bache, se paraba.

O se acuerda uno de aquellos tiempos en que tenía que esperar a llegar a casa para hacer una llamada importante, o en los que había relojes que incorporaban un modesto pitido que le arrancaba a uno del sueño cuando, a las seis de la mañana, se levantaba para repasar febril los temas de un examen que no llegaba nunca y del que Don Luis, el añorado profesor, no decía nunca la fecha.

(Como hubiera dicho Antonio Gala !Ay!).

Recuerda uno la aurora de su vida laboral, en un infecto cuchitril que asesoraba a carniceros y a empresas de decoración sobre el arte de evadir impuestos (hace treinta años, ya lo puedo decir) en donde se utilizaba un instrumento que, como la magdalena proustiana, ha venido hoy a mi memoria: el fax.

Aquellos de mis lectores que no hayan cumplido los treinta y cinco o los cuarenta probablemente ni sabrán de lo que estoy hablando. Pero hubo un tiempo en el que en cada oficina de España había por lo menos una de estas impresoras conectadas a la red telefónica y los documentos (y los anuncios publicitarios) se enviaban por cable, y se iban imprimiendo en una cinta de papel ancha como un folio. Y cuando uno enviaba, luego le salía la confirmación con hora y fecha y había que guardarla, para poder poner a caldo al proveedor si no le mandaba a uno el pedido.

El fax, nuestro queridísimo fax (léase con voz de Carmen Sevilla) desapareció hace muchísimo tiempo de todas las oficinas. Los últimos ejemplares de este brontosaurio tecnológico resistieron bravamente hasta el año quince de este siglo y fueron después arrinconados por el juguetón e-mail y hoy, con suerte, ya no llega ninguno a los puntos limpios de Europa ¿En todas partes? Pues no, queridos amiguitos. En todas partes, menos en Austria.

FAXEANDO QUE ES GERUNDIO

Decía Gustav Mahler que había que intentar que el fin del mundo te pillase en Austria, porque aquí pasa todo cincuenta años más tarde.

Visto lo visto, al maestro Mahler no le faltaba razón.

Porque con todos sus “güevos morenos”, la autoridad sanitaria competente en Esta Pequeña República ha anunciado que a partir de Julio (!) de 2025, el fax deberá ser desterrado de todas las consultas médicas de este país y que no será posible seguir enviando, como hasta ahora (!!) los resultados de las pruebas diagnósticas de los pacientes, por fax (!!!) !Por fax!

Hoy, cuando han contado esto en el Zeit Im Bild, yo me moría de risa. O sea, no se me ocurre ilustración más fehaciente de la inquina, del odio, de la manía que le tiene la gente en este bendito país a las novedades.

Me lo hubiera esperado todo, pero señora !El fax! Reconozco que esta no la había visto venir.

Y esto no es lo peor. Porque resulta que ya hace años (!Años!) que se había anunciado el fin del fax como medio de comunicación entre galenos. Por su propio peso caen las razones. Por protección de datos, sin ir más lejos. Cualquier piernas puede ver que Adalbert Mustermann tiene gota o ha cogido el VIH. Pues eso, que hace ya años que la del fax era una muerte anunciada, pero resulta que es ahora, a seis meses del deceso, cuando los médicos se han echado las manos a la cabeza y se han puesto a buscar soluciones. Una risa.

Los médicos austriacos están eludiendo la prohibición mandando los resultados de las pruebas en “pinchos” USB que se llevan en ambulancia, al mismo tiempo que llevan a la señora Hannelore a la rehabilitación.

La jefa de política interior de la redacción de la ORF, con retranca, explicaba que en Austria hay una alergia a todo lo que implique relacionar en la misma frase la medicina y la electrónica. Los médicos austriacos deben de ser de esos que llaman a internet, “las nuevas tecnologías”.

Yo estaba escuchando la noticia y no podía parar de reir.

(Al próximo, por cierto, que mencione delante de mí la famosa chapuza hispánica, me lo como).


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