Hoy se ha producido en el Parlamento austriaco un acalorado debate que ha conducido a la ruptura de una de las tradiciones más antiguas de esta república.
27 de marzo.- Los años que median entre el fin de la primera y la segunda guerra mundiales fueron bastante complicados en el mundo en general y en Austria en particular. Pasaba un poco como ahora, que la realidad iba más deprisa de lo que los periódicos podían contarla y reinaba lo que la gente percibía como un gran desorden. Para intentar paliar ese desorden, los sistemas políticos reaccionaron frecuentemente poniendo en sus cúspides a “hombres fuertes” que gozaban de mucho poder para que paliasen los “excesos” de las débiles democracias y cortasen de raíz todas las veleidades revolucionarias.
Así nació la figura del “Bundespresidente” austriaco, prácticamente como la conocemos hoy.
“QUIZÁ NOS HEMOS PASADO”, DIJERON LOS PADRES DE LA CONSTITUCIÓN
Después de la segunda guerra mundial, sin embargo, los padres de la constitución austriaca se dieron cuenta de que quizá el “Bundespresidente” gozaba de demasiado poder (por lo menos sobre el papel) así que decidieron que había que crear un contrapeso para que el sistema no estuviese al albur de los caprichos de un Trump, digo de un loco. Y así nació la figura del primer presidente del parlamento austriaco. En la práctica, la segunda persona con más poder y más palancas para ejecerlo dentro del sistema austriaco.
Se creó además todo un sistema legal para blindar la figura del Presidente del Parlamento para que, en la práctica, nadie pudiera caer en la tentación de destituirle y de eliminar así el contrapeso al poder del Bundespresi.
Es tradicional que el cargo lo ocupe una personalidad designada por el partido más votado en las elecciones. Es una regla no escrita. Al contrario de lo que sucede con el Bundespresi, el primer presidente del Parlamento es una especie de fontanero de la república y su figura, en los últimos años, no ha estado exenta de polémica.
El penúltimo ocupante del cargo ha sido el rocoso Wolfgang Sobotka, el hombre que, sin duda, guarda más secretos dentro del Partido Conservador. Secretos confesables, ojo, pero también, seguramente, muchísimos inconfesables.
Después de las últimas elecciones de octubre, cuando se volvió a reconstituir el Parlamento, se siguió al pie de la letra la tradición no escrita del parlamentarismo austriaco, así que el cargo de primer presidente del Parlamento (la Francina Armengol de aquí, vaya) fue ocupado por un político ultraderechista, ya que los ultras habían sido los más votados.
CUANDO EL CONTRAPESO NO CONTRAPESA
La elección recayó en Walter Rosenkranz. En su discurso, el señor Rosenkranz aseguró que iba a ser el presidente más ecuánime y que no se iba a llevar por las ideologías (la suya, era más que obvia) pero, conforme las cosas se fueron torciendo para el FPÖ y empezó a quedar claro que no iban a tocar poder en el Gobierno, Rosenkranz se encastilló y empezó a hacer cosas rarísimas. Como alabar a criminales nazis del pasado más turbio de Austria, invitar a Victor Orbán al Parlamento obviando la presencia del resto de grupos políticos en él, y le dio por recibir a sus invitados frente a una obra de arte que había sido pintada (cachis en la mar) por un nazi confeso.
Uno de los cometidos del Presidente del Parlamento tiene que ver con la responsabilidad histórica, la que la República austriaca contrajo con las víctimas judías del nazismo. Él es el administrador de los fondos que la República sigue dedicando a este fin.
Debido a los tropezones anteriores y a la propia biografía de Rosenkranz (es miembro de una de las organizaciones ultranacionalistas conocidas como Burschenschaften, en donde se refugia mucho del neonazismo más piojoso) la elección de Rosenkranz levantó ampollas en la comunidad judía. Hasta el punto de que sus representantes amenazaron con abandonar estas comisiones, que son algo de una gran importancia simbólica y una seña de identidad de la democracia austriaca, si Rosenkranz seguía presidiéndolas.
Hasta ahora, la función de administrar los fondos era inseparable del cargo de Presidente del Parlamento. Sin embargo, hace dos semanas el constitucional austriaco emitió un veredicto diciendo que debería ser posible una ley por la que el Presidente del Parlamento se hiciese representar en esta tarea por los otros dos presidentes que hay y que están por debajo de él, o que pudiera ser despojado de su cargo si se daba una mayoría de dos tercios de la cámara, mayoría necesaria para estos debates constitucionales.
Esa mayoría se ha dado hoy, y todos los grupos parlamentarios menos el FPÖ han votado para que esta doctrina del constitucional tome forma de ley. Rosenkranz no ha querido estar presente en esto que los ultras han percibido como una nueva humillación de lo que ellos han dado en llamar “el partido único” (la conjunción entre socialdemócratas, conservadores y Neos).
El debate ha sido muy acalorado. Los ultras han dicho que la acción, que representa sin duda una ruptura inaudita de la tradición, estaba motivada por la ideología y han dicho que todo era “antidemocrático”.
Los conservadores han contestado a los ultras que no saben sino “hacerse las víctimas” y los demás han recordado la oposición de la comunidad judía a Rosenkranz.
El propio interesado se ha mostrado tranquilo y ha dicho querer “lo mejor para el parlamento”.
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