En un lugar totalmente imprevisto, los arqueólogos han hecho un hallazgo sensacional que ayudará a conocer los primeros pasos de Viena.
2 de abril.- Hacia el año 80, lo que hoy es la ciudad de Viena distaba mucho de ser ese lugar tranquilo que conocemos hoy. Era un territorio de frontera. De un lado del Danubio, las legiones del César (Domiciano, si no me falla la memoria) del otro, los “bárbaros”. O sea, las tribus germanas que hostigaban a los soldados romanos, intentando detener el curso de la Historia.
La zona era bastante parecida a lo que hoy es la Lobau. El Danubio se ramificaba en un dédalo de brazos secundarios y humedales que convertían la zona en un lugar que podía ser bastante incómodo y pestilente.
En lo que hoy es el distrito uno, había un campamento militar capaz para 6000 efectivos. Dentro de él, casi superponiéndose con sus límites, había una fortaleza algo más solida que podía servir de refugio a 1000 soldados. Al sur, siguiendo la línea de lo que hoy es el Danubio y en el distrito 3, había una aldea para la población civil.
Los bárbaros iban y venían, y los romanos rechazaban sus ataques lo mejor que iban pudiendo. No siempre podían, esa es la verdad. En los anales de la soldadesca estaba aún la horrible catástrofe militar del bosque te Teotoburgo (una especie de “desastre de Annual” a la romana), en donde los germanos incluso se llevaron el estandarte de las legiones, de gran importancia simbólica. En aquella ocasión, lo que más dolió a los del César, y lo que consideraron la mayor prueba de que estaban luchando con una gente que se diferenciaba poco de los animales, fue que, al retirarse, los germanos dejaron los cadáveres de los romanos pudriéndose en el bosque, sin enterrar.
Los romanos eran muy respetuosos con sus difuntos y les ahorraban a toda costa el ser pasto de los gusanitos del campo. Incineraban a sus muertos. No fue hasta que se generalizó el cristianismo que cambiaron los ritos funerarios. Esto ha privado a los arqueólogos modernos de una valiosísima fuente de información, pues de los huesos se puede sacar toda clase de datos a propósito del estilo de vida de nuestros antepasados (para muestra, Atapuerca).
Por eso es tan sensacional el hallazgo que ha sido presentado hoy en el Museo de la Ciudad de Viena. Hace unos meses, mientras se estaba arreglando un campo de fútbol en Simmering, concretamente el Ostbahn XI, las excavadoras toparon con una masa enorme de huesos. Al principio, creyeron que se habían encontrado los restos de muertos de la segunda guerra mundial, pero pronto los arqueólogos salieron de su error. Se trataba de dos fosas comunes llenas de esqueletos de soldados romanos. Una rareza.
Se cree que las varias decenas de cadáveres de jóvenes soldados fueron víctimas de una expedición punitiva de los germanos, y que murieron alrededor del 98 de la era común. Varios historiadores de la época, como por ejemplo Suetonio, dejaron constancia de este punto constante de fricción en las fronteras del imperio y, como pasa hoy, dejaron constancia también de lo que juzgaban como inutilidad y negligencia de los generales, cosas ambas que hacían que se perdieran muchas vidas de „hombres experimentados en la batalla“.
Los difuntos encontrados en Simmering en número de 129 eran todos hombres de entre veinte y treinta años y, al parecer, gozaban de muy buena salud. Incluso dental, cosa no muy frecuente entre los romanos, que solían padecer -los pobres- de caries.
De sus mortajas no se ha conservado nada, porque todo era orgánico y se ha podrido. Solo han permanecido los clavitos que llevaban las sandalias de los legionarios y que al ser metálicos han aguantado los embates del tiempo, algunas dagas herrumbrosas y piezas de las armaduras.
Los arqueólogos no hubieran contado nunca con un hallazgo semejante, porque no se pensaba que la zona hubiera podido estar habitada en aquella época.
Después de ser estudiados adecuadamente, los huesos serán depositados en lugar en donde puedan conservar su dignidad de viajeros del tiempo.
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