Españoles en Viena y Alternativa por Alemania

El grupo de Facebook Españoles en Viena es un mundo en pequeño, que nos ayudará a entender un grave peligro.

 

Paco haciendo cosas (trabaja conmigo)- episodio 1

3 de mayo.- Facebook ya no es lo que era. Hubo un tiempo en el que todo el mundo tenía una cuenta y, aunque parezca increible, la usaba. Hoy, es el equivalente geriátrico de las redes sociales.

Es probable que, si has llegado a este post utilizando la red social de Mark Zuckerberg, tengas más de cuarenta, como yo.

Alrededor de los años diez de este siglo, Facebook fue sumamente útil para los emigrantes que vivíamos en Austria y, aún hoy, algunas partes de esa red social siguen manteniendo esa función. Por ejemplo, el grupo Españoles en Viena. Todos los días le doy entrada a gente que, aunque ya no utiliza Facebook para sus cosas personales, sí que entra en el grupo porque, creo yo, es un sitio en donde se puede conseguir ayuda útil y de forma rápida para grandes y pequeñas cuestiones. Desde encontrar una peluquería, a averiguar dónde se compra Cola-cao, o resolver trámites burocráticos.

Hoy en día administro el grupo solo, pero hemos llegado a ser hasta cinco personas. Conforme el grupo crecía nos dimos de narices con una paradoja: y era esta: para que el grupo funcionara de una manera eficiente era imprescindible moderar los contenidos. Y moderar los contenidos significaba que había que borrar cosas que los miembros del grupo publicaban amparándose en un concepto de la libertad de expresión que era, en nuestra opinión, absolutamente erróneo.

Naturalmente, cuando borrábamos determinados contenidos, los autores se quejaban y nos llamaban dictadores y cosas así. Decían que no respetábamos su libertad (la de convertir el grupo en un vomitorio, por lo visto) Para estas personas, la mencionada libertad de expresión significaba que cualquier cosa que se publicase había que dejarla. Y evidentemente, no, hija, no.

Por ejemplo, durante las crisis de los refugiados, los cenutrios se quejaban si dejábamos los bulos racistas que decían que los refugiados venían a robar y a quitarnos el trabajo. Si había un crimen machista, se quejaban de que borrábamos los mensajes que decían que “ni machismo, ni feminismo, igualdad” o que “los hombres también morían y nadie decía nada”. Durante la pandemia, se quejaban si borrábamos la roña antivacunas. Supongo que ya se hace una idea el lector.

 

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Al ver que era imposible eliminar la paradoja y que una comunidad cualquiera de seres humanos tiene que convivir con elementos que buscan aniquilarla, mis compañeros de administración y yo decidimos dos cosas: a) que no haríamos dejación de nuestras responsabilidades y que nos caeríamos en la tentación de pensar que un grupo en donde todo el mundo pudiera publicar lo que le saliera del pijo era más libre que un grupo en el que se supervisaran los contenidos y se eliminaran los no pertinentes y b) que no caeríamos en la arbitrariedad o sea, que borraríamos lo menos posible y que borrar sería siempre el último recurso y que borraríamos siempre cuando la razón nos asistiese.

La gente no solía apreciarlo pero, aunque somos seres humanos y tenemos nuestro corazoncito, no borrábamos las descalificaciones dirigidas a nosotros.

Solo quitábamos aquellas que contenían insultos y vejaciones (por ejemplo, a mí había un cabestro que me llamaba maricón día sí y día también, y lo soporté con paciencia hasta que de las insinuaciones pasó a llamármelo directamente).

UN MUNDO EN MINIATURA

Españoles en Viena era (es) un mundo en miniatura, que permitía (permite) analizar todas las tensiones que tiran de las costuras de las sociedades en las que vivimos.

Reflexionaba sobre eso leyendo la noticia de que los servicios secretos alemanes han calificado a AfD (Alternativa por Alemania, por sus siglas en alemán) como un partido de extrema derecha. Concienzudos como son los alemanes, esta calificación se apoya en un informe (confidencial hasta el momento) de 1500 páginas.

En teoría, una calificación así podría abrir la puerta a una prohibición de la AfD, por ir en contra de los valores que defiende la constitución alemana.

El Gobierno alemán se encuentra ante una disyuntiva muy parecida a la que, en pequeño, enfrentábamos los administradores de Españoles en Viena. Por un lado, la libertad de expresión es sagrada en una democracia pero, por otro lado, la libertad de expresión no puede amparar que haya una fuerza dentro de una democracia que pretenda establecer un modelo de Gobierno autoritario.

El Gobierno alemán, lo mismo que los administradores de Españoles en Viena, se encuentra ante una crisis que no tiene solución. O, mejor, ante una crisis que no tiene ninguna buena solución.

Haga lo que haga el Gobierno de Alemania, va a tener que enfrentarse a una consecuencia indeseable. Si prohíbe o limita de alguna manera la acción corrosiva de AfD sobre la democracia alemana, siempre habrá personas, dentro y fuera del partido, que digan que esa limitación se hace por razones políticas. Los mismos que quieren destruir la democracia alemana dirán que el Gobierno democrático de Alemania es una tiranía. Cosa , por supuesto, absolutamente falsa, como no éramos tiranos ni somos, los administradores de Españoles en Viena.

Por otra parte, si el Gobierno de Alemania no hace nada, es posible que Alternativa por Alemania llegue, en un futuro próximo, a adueñarse de los mecanismos del poder y utilizarlos para, por ejemplo, deportar masivamente a todas las personas que, según ellos, no tengan un pedigrí suficiente de “alemanidad” o dinamitar la Unión Europea, por no ser suficientemente “patriótica” para aliarse con un estado autoritario como es hoy la Federación Rusa.

En las novelas de La Fundación, estas situaciones se llaman una “crisis Seldon”. En general, Asimov hace que sus personajes sean lo bastante inteligentes como para solucionar la crisis.

En la realidad, como es natural, es todo un poco más complicado. Aunque solo sea porque, si el territorio de Alemania fuera el de la antigua DDR, Alternativa por Alemania estaría gobernando con mayoría absoluta.

La situación es extremadamente delicada. Igual que lo es aquí, en Austria, con el FPÖ.

¿Qué se hace con un partido que pretende destruir la democracia desde dentro, sustituyéndola por una cáscara vacía? Es más ¿Qué se hace con un partido cuyos dirigentes no tienen ningún problema en reconocer sus planes y que, aún así, cuentan con el apoyo de un tercio de la población de un país?

De nuevo, es una situación extremadamente delicada.

Como en el caso de Españoles en Viena, sea el que sea el curso de acción que se adopte, el riesgo para la integridad del sistema es máximo.


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