Hoy se cumplen ochenta años de la liberación del campo de Mauthausen. Hoy es día de recordar el horror, pero también la oportunidad que se abre ante nosotros.
5 de mayo.- No importa las veces que se vea la foto, siempre encoge el corazón notar que, sobre la multitud de hombres tan andrajosos (los pobres) como jubilosos, cuelga una pancanta incongruente con el lugar en el que está colgada. En letras mayúsculas perfectas, dice así: „LOS ESPAÑOLES ANTIFASCISTAS SALUDAN A LAS FUERZAS LIBERTADORAS”.
La fotografía se tomó hace ochenta años, el 7 de mayo de 1945, dos días después de que fuera liberado el campo de centración, escenario de tantos horrores, tal día como hoy.
Hay una extraña dignidad en el mensaje de la pancarta que a uno le llena de orgullo. No porque los autores fueran españoles sino porque eran españoles que formaban parte de lo mejor del alma de mi país, españoles que, a pesar de tenerlo todo en contra, no se habían rendido y habían sobrevivido al mal. Españoles que, en una situación terrible, y llevados por unos ideales que hoy deben seguir inspirándonos, convirtieron aquel infierno sobre la tierra en un lugar en el que la solidaridad entre los seres humanos pudo lograr algunas victorias, aunque fueran pírricas.
Estuve por primera vez en Mauthausen en febrero del año 2006. Aquel día había nevado mucho y hacía un frío horroroso. Yo acababa de llegar a Austria y, supongo que no estaba preparado o no estaba en la situación más adecuada, para enfrentarme a un lugar como Mauthausen.
Era un día de diario y, salvo yo y mi compañía, no había nadie.
-Desde luego, vaya idea que has tenido -me había dicho, yendo en el coche- yo no sé cómo puede querer nadie a ver Mauthausen voluntariamente.
Supongo que la idea me había venido porque, como nos pasa a muchos españoles con el nazismo, no somos capaces de calibrar en toda su hondura no solo el horror que aquello supuso, un horror ante el cual las palabras se agotan, sino también lo feo, lo cutre y lo mediocre que fue aquel periodo histórico en concreto.
No me cuesta nada confesar que, cuando yo me vi allí, en mitad de aquel lugar desolado y cubierto por la nieve, ante aquellas barracas de madera que, limpias como huesos blanqueados por la intemperie, me esperaban, se me vino el mundo encima. Hubo un momento en el que ya no era incapaz de contener los sollozos.
Cuando llegué al lugar en donde se ajusticiaba a los enfermos que no podían trabajar, me di cuenta de que muchos de los habitantes de aquel moridero habían sido españoles. En mi situación, me podía identificar muchísimo con aquel Antonio Segura, natural de Dos Hermanas, que me miraba desde aquella fotografía de estudio de los años treinta. O con aquel pobre hombre, ya mayor, extremeño, que debió morir incapaz de soportar la terrible rutina del trabajo esclavo.
El museo, entonces, era mucho más crudo de lo que es hoy. Hace algunos años, me explicaron que se había preferido un enfoque más didáctico, porque los jóvenes, con el alma encallecida por las películas -y, diría yo, por la creencia, inherente a la juventud, de la propia inmortalidad- no son capaces de hacerse a la idea de lo que fue aquello.
Delante de una vitrina, con un letrerito amarillento escrito a máquina, en donde se mostraba una pantalla de lámpara hecha de piel humana, se me nubló la vista por las lágrimas.
Un grupo de estudiantes americanos me miraban compadecidos, pensando sin duda que yo era familiar de alguno de los muertos. Y en cierto modo lo era, lo mismo que lo eran ellos, porque el crímen que se comete contra uno de nuestros congéneres perdura y se comete también contra una parte muy sensible de nosotros, porque golpea y corroe lo humano de todos nosotros, el alma de nuestra especie.
Hoy, Mauthausen se llama Gaza, ese horror mudo que presenciamos todos los días en los telediarios. Mauthausen se llama Harkiv. Mauthausen se llaman los campos de internamiento en donde son “deportadas” personas inocentes desde los Estados Unidos. Mauthausen se llama la isla de Lampedusa. Mauthause se encuentra en las barquichuelas del Mediterráneo desde las que se lanzan los cadáveres de las personas que mueren en la travesía, muchas veces dejando a sus niños solos, enfrentados a la noche eterna de la mar.
Pero no todo está perdido, porque allá donde está el horror de Mauthausen, está también la oportunidad de ser como aquellos antifascistas españoles que escribieron la pancarta el 5 de mayo de 1945. La oportunidad de ser instrumentos de paz, de solidaridad, de remedio de la injusticia. Está la oportunidad de prestarle nuestra voz a los que, por lo que sea, no tienen una. La oportunidad, en resumen, de hacer del trozo de planeta que habitamos un lugar más acogedor y más justo.
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