Quedan escasas horas para saber si será Austria la encargada de organizar la septuagésima edición de Eurovisión.
17 de mayo.- Austria pasó el jueves a la final del festival de Eurovisión 2025. Lo hizo con su representante, JJ con el que la tele pública austriaca, la ORF, piensa quizá en repetir, una década más tarde, la jugada Conchita Wurst.
La elección de JJ es muy inteligente. El chico vende voz (una voz de contratenor, curtida en el escenario de la Staatsoper de Viena), vende ambigüedad, vende exotismo y vende una calidad escénica que, en teoría, le aleja de la masa de las participantes con mono de licra, medias “de coja” (se llaman así en el argot esas medias de goma que estilizan el muslamen) y labios recauchutados.
A lo mejor hoy va, se pone, y gana. Y entonces, ¿Qué?
Quizá convenga recordar una década más tarde lo que supuso para Austria que Conchita Wurst se alzase con el micrófono de cristal. Y no fue poco.
En primer lugar, el mainstream austriaco conoció un aspecto de sí mismo en el que no había caído. Hasta entonces, en Austria, las identidades sexuales “disidentes” simplemente no existían. Era como el sketch este famoso de Joaquín Reyes cuando imitaba al presidente de Irán, en el que decía que no había “gayers” en la República Islámica.
Pero cuando Conchita ganó, mucha gente se dio cuenta de que Austria “también” era eso. Que era Sissi, que era Strauss, pero que también era Conchita y todo lo que Conchita tenía alrededor. Por supuesto, quien más quien menos, cayó en la cuenta también de que había “gayers” en su entorno, y que oye, hacía ilusión estar cerca de esas personas a las que, hasta entonces, no les había prestado mucha atención.
Conchita Wurst viene, además, de la “Austria vaciada” (Gmunden, Alta Austria, Austria profunda). Tom Neuwirth era el “marica del pueblo” que, de pronto, molaba. Era el niño de la Rosamari, ese que jugaba con Barbies cuando era chico, y que ahora se codeaba con la intelectualidad, como Pedro Almodóvar.
Con la victoria de Conchita Wurst también llegó a Austria una auténtica lluvia de millones. Sobre todo, a Viena, durante la semana en la que se celebró el festival de 2015. El jueves, dijeron en Basilea que había personas que habían comprado entradas para el festival desde 120 países, si no me falla la memoria. Piensen quienes me leen en lo que eso significa.
Durante los siete días en que estuvo en Viena la tribu risueña (y algo esquizofrénica) de los eurofanes y las eurofanas, en Viena no quedó una cama de hotel libre. La hostelería tuvo su semana fantástica y todo estaba de bote en bote. El ESC vienés también tuvo otra derivada en este sentido. Piense el curioso lector que los eurofanes y las eurofanas son personas que, aparte de hacer cábalas de vaticanólogo a propósito del próximo ganador del micrófono de cristal, también tienen sus profesiones. Y en un porcentaje esas profesiones implican congresos, salidas, entradas, idas y venidas.
Terminado el festival, un alto porcentaje de las personas que estuvieron aquí celebrando que Europa estaba living a celebration, se acordaron de lo bien que les habían tratado en Viena, de lo bien que funcionan los servicios públicos y todo lo demás y cuando su empresa les encargó organizar un congresillo pensaron “joé, Viena, con lo bien que nos lo pasamos” y compraron los billetes.
Por último, el festival de Eurovisión de Viena de 2015 fue uno de los garndes eventos a nivel mundial “verdes”. O sea, en los que todo se concibió para reducir la cantidad de residuos y hacer del evento un acontecimiento sostenible. Eso también aumentó la rentabilidad económica y contribuyó a que todo fuera mucho más fenomenal.
Por todo lo anterior, es muy bueno recordar hoy aquel eslogan de Lotería Nacional, aquel de “¿Y si cae aquí?” y claro, todos esperamos que caiga. Pero no somos los únicos. En cualquier caso, tardaremos solo algunas horas en saberlo.
Deja una respuesta