Cartas desde el banquillo

El Gobierno austriaco ha cumplido 100 días en ejercicio, pero también la oposición ultra ¿Cómo está llevando el FPÖ el banquillo?

 

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15 de Junio.- Una de las consecuencias de los funestos sucesos de Graz, en el que perdieron la vida once personas, incluido el atacante, es que el congreso anual del FPÖ ha sido pospuesto para el otoño.

Con el talento para la comunicación que siempre ha distinguido a los ultras en Austria, y que es uno de los más diabólicos instintos de Herbert Kickl, la reunión de la extrema derecha austriaca estaba programada para coincidir con los cien días de la coalición que hace lo que puede por gobernarnos. O sea, el tripartito formado por Neos, Populares y Socialdemócratas.

Se considera generalmente que cien días (o sea, un trimestre largo) es el periodo de gracia del que goza cualquier nuevo poder antes de que la oposición se lance a despedazarlo.

En honor a la verdad, hay que decir que los tres partidos no han gozado de este periodo de gracia y que, desde el minuto uno, Herbert Kickl no ha dejado de lanzar denuestos contra los que lograron lo que él no pudo conseguir: o sea, constituir una mayoría suficiente de Gobierno.

Recordará el lector -porque lo conté aquí en su momento- que el hecho de que el FPÖ se encuentre ahora en la oposición (y en una oposición que, todo lo indica, va a ser larga) se debe sola y exclusivamente a la falta de inteligencia emocional de su dirigente principal, Herbert Kickl. Su treinta por ciento, en un panorama bastante más atomizado de lo que solía, le daba a los ultras la llave para formar Gobierno, pero de ninguna manera les aseguraba que pudieran hacerlo sin condiciones. Kickl, claramente, sobrestimó sus posibilidades pero, sobre todo, subestimó las que tenían sus potenciales aliados para, como cantaba la flamenca, “hundir el barco de su alegría”.

Personas conocedoras de los ambientes ultras, ponen de manifiesto que, por un lado, todavía hay una parte del FPÖ que no puede creer que haya sucedido lo que ha sucedido y que abonan la teoría de la “puñalada por la espalda”. También hay una parte -la escasa de los ultras que tiene algo entre las orejas- que se da cuenta de que el FPÖ está preso en una situación paradójica. Por un lado, Herbert Kickl ha sido el fogonero de un plan que ha permitido a la formación superar el descalabro del escándalo de Ibiza, con la ayuda de gente de muy diferente ralea que no están precisamente destinados a entenderse, y que van desde los conspiranoicos más pirados, pasando por eso que ha venido a llamarse “rojipardos” (o sea, gente que, sintiéndose “progresista” compra todas las tesis de la extrema derecha) y llega a los skinheads menos presentables. Por otro lado, sin embargo, y aunque nadie se lo reproche abiertamente -en esos ámbitos la unanimidad en torno al jefe es algo casi indiscutible- en privado hay dirigentes ultras que se lamentan de que la intransigencia autoritaria de Kickl les ha llevado a seguir en la frialdad de los bancos de la oposición.

Hay, además, otra disyuntiva, y es que, por un lado, el FPÖ tiene mucho poder a nivel regional y, de hecho, gestiona mucho dinero público en los Länder pero, por otro lado, se ve en la obligación de hacer en Viena, a nivel nacional, una oposición de colmillo retorcido que es, en cierto modo, una contradicción.

Por no hablar de que estar vaticinando todos los días que mañana se va a terminar el mundo en cierto modo produce desgaste.

Más que probablemente, Herbert Kickl se consuela pensando que, en tiempos tan duros como estos, con la Unión Europea abriéndole al Gobierno austriaco un expediente por su déficit público, es mejor estar en la oposición, en donde decir cualquier cosa sale completamente gratis y no obliga a nada. Esto es: uno puede llamar incompetente o vendepatrias a un Gobierno que se ve obligado a tomar medidas impopulares que uno mismo hubiera tenido que tomar de estar en su puesto.

O sea, que la consigna es esperar y ver.

El cálculo de Herbert Kickl parece ser el de esperar que el enemigo se desgaste para luego, triunfante, erigirse en la salvación de la patria. Esto, sin embargo, tiene un pequeño incoveniente. Aunque el FPÖ sigue más o menos en los mismos niveles de intención de voto que le permitieron las elecciones, de aquí a un par de años no están previstas citas electorales importantes. Si todo sucede según lo previsto, la próxima oportunidad de Herbert Kickl llegaría, como pronto, en 2029. Para entonces, Kickl estará a punto de cumplir los sesenta. Los hay que piensan que el reloj corre contra el líder ultra.

Entretanto, y mientras pasa una cosa o la otra, el FPÖ ha conseguido sentar en un centro de poder muy importante, el Parlamento, a uno de sus dirigentes más radicales, Walter Rosenkranz. Con el carisma de un ladrillo, Rosenkranz representa todo lo que hace al FPÖ temible. Principalmente, su interés en desvaluar la democracia austriaca y llevarla hacia el autoritarismo, si no Trumpiano sí, a la Orbán.


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