El socialdemócrata y el lobo

Lo que natura no da, Salamanca no lo presta. Y quien dice Salamanca, dice una asesoría externa.

 

La guerra civil austriaca de 1934

19 de Junio.- Ayer hizo en Austria una noche de verano prácticamente perfecta. Hacía calorcillo, pero corría una ligera brisa. A eso de las diez de la noche, yo llegué a mi casa. La tele estaba puesta. Y en la tele, el Zeit Im Bild. Y en el Zeit Im Bild, Armin Wolf entrevistaba a Andreas Babler.

Una cosa que saltaba a la vista es que, desde que es vicecanciller, Babler va mejor vestido. El traje que llevaba era de un corte perfecto. La corbata azul, también. En la pechera, un pin con la bandera de Austria (este era el detalle institucional). Al contrario de lo que suele suceder con otros políticos más contestones, llamaba la atención la calma y la mesura con la que se estaba desarrollando la conversación. Hasta el punto en que uno pensó que el viejo león Wolf había perdido los dientes. Sin embargo, pronto tuve ocasión de salir de mi error. Pronto se vio que Babler, después del calentamiento inicial, estaba en graves apuros.

El primer roce llegó cuando Armin Wolf le preguntó a Babler por el impuesto al patrimonio que su partido, el SPÖ, llevaba en el programa electoral. Babler se excusó dándole a entender a Armin Wolf que, si él gobernara solo, se aprobaría el impuesto pero que, al estar en un gobierno tripartito, se debía a los acuerdos firmados con las otras fuerzas. Armin Wolf no hizo mucha sangre, comprensivo, más allá de apuntar que el SPÖ había intentado aprobar este impuesto varias veces pero que no lo había conseguido aún. Tampoco insistió mucho porque ya tenía preparado el golpe que hizo quedar a Babler como un zampabollos.

La cosa fue así: Armin Wolf empezó diciendo que el Gobierno, en su afán por ahorrar, había recortado las ayudas familiares (breves sonidos algo ininteligibles de Babler, diciendo que bueno, que son cosas a las que uno está obligado cuando está en un acuerdo tripartito y tal y cual) pero que el “Joite” (gran periódico) había publicado ayer mismo que el ministerio de Babler había pagado nada más y nada menos que seismil eurazos (más de dos sueldos y medio de una familia desfavorecida) a un consultor externo para preparar la participación de Babler en el programa de la ORF Pressestunde (un programa de entrevistas en profundidad que se emite los domingos por la mañana).

Ante la mención de los seismil euros, Babler empezó a balbucear y a tratar de excusarse diciendo que no se había tratado de un entrenamiento (lo que viene siendo un “couching”, que se dice ahora) sino que le habían ayudado a preparar los temas a tratar en el programa desde el punto de vista de la comunicación polít…

Ya, ya, repuso Wolf (Babler no hacía más que tirar de la soga para poder ahorcarse con ella) si todo eso está muy bien, pero ¿Era necesario?

Ya le digo que hay temas…Que la comunicación política…Que no fue un “couching”…La cara de zampabollos de Babler (el pobre) no hacía más que profundizarse mientras Armin Wolf cogía visiblemente carrerilla para terminar de destrozarle.

(Daba casi apuro verlo).

Ya le digo, señor Babler, que todo eso está muy bien, pero su ministerio tiene una oficina de prensa…

Sí, claro, la debe de tener (dijo Babler, dando a entender que no tenía ni repajolera de las covachuelas que había en su ministerio)

Y en esa oficina de prensa hay tres portavoces de prensa y quince periodistas y dos no sé qué más

(Y Babler sudoroso y queriendo salir corriendo de aquel plató)

Ya, pero es que hay temas políticos…Y no fue un “couching”

Y Wolf, al ataque:

¿Me quiere usted decir que en un ministerio con veinte periodistas en nómina no había nadie que pudiera hacerle un dossier para ayudarle a preparar los temas de Pressestunde?

Aquí a Babler una color se le iba y otra se le venía. Pilladísimo en la trampa, terminó preguntando:

-Pero esos datos…Eso de que hay veinte periodistas en el ministerio…Si usted lo dice…

Babler trataba de sacar pechito. Craso error.

Y Wolf, triunfante:

-Son datos públicos de la página web de su ministerio.

Aquí Babler quería que se lo tragase la tierra.

Poco después, con el político trastabillante, diciendo ese no sé qué que queda balbuciendo, Armin Wolf despidió el duelo y pasó a publicidad.

 

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