¿Eres de los que ya le preguntas cosas a “Chatín”? La administración austriaca no lo hace, y el tribunal de cuentas no lo ve bien.
20 de Junio.- El miércoles quedé con unos amigos para tomar algo. Terminamos sentados en la terraza del Pinter´s en Karlsplatz. Antes de pasar revista a los últimos casos de corrupción en España (oyoyoyoy) estuvimos hablando de la inteligencia artificial y de cómo, minuto a minuto, día a día, semana a semana, está colonizando nuestra vida diaria en todos los aspectos posibles.
Hay gente que ya charla con ChatGPT (o sea, con Chati) para preguntarle si su novia le quiere o si su jefe, como él sospecha, es más tonto que un pollo al chilindrón. También hay personas (servidora) que utilizan la inteligencia artificial para traducir textos cuando no tienen ganas de hacerlo por ellos mismos o el tiempo apremia (ay, ese DeepL, qué alegría más grande).
Cuando uno de los tertuliantes, hombre cultísimo, expresaba su recelo a propósito de las máquinas parlanchinas y “tradunchinas”, otro sacó el telefonino del bolsillo y nos dio a escuchar un audio creado de forma totalmente artificial. En los tiempos que corren eso ya no es ningún mérito. Lo abracadabrante del asunto, sin embargo, era que a la máquina se le había dado de comer un par de links (o de textos), y ella misma se había montado un resumen pintiparado que, después, se había convertido en un podcast como el que, desde ayer, tienen ocasión de admirar y disfrutar los lectores de Viena Directo.
El resultado era (es) absolutamente profesional y, de haber ignorado de dónde venía el audio, uno hubiera podido pensar en un programa de radio o en un podcast de esos con los que uno trata de escapar del tedio que le provocan ciertas tareas enfadosas de su hogar.
La perfección de ese contenido me hizo hacerme muchísimas preguntas. Algunas que afectan directamente a la existencia de este espacio. A mí me preocupan dos cosas: en primer lugar, ¿Qué puedo aportar yo, como ser humano, a estos textos y que una máquina no pueda hacer? En segundo: más preocupante por más general, ¿Qué va a pasar cuando podamos hablar naturalmente con las máquinas? Ya podemos, pero la cosa va a ir a más, claramente, porque más pronto que tarde vamos a dejar de poder distinguir cuándo una voz viene de una persona con barba y dos patas o de un “parato”.
Cuando se produce una conversación hay cosas que se desencadenan a un nivel profundo del cerebro. Por ejemplo, la empatía. Miles de años de evolución han dejado un rastro en nuestra psique. Parece muy pedestre pero, hasta ahora, si algo nos hablaba (aunque no lo entendiéramos) era un ser humano, porque éramos el único ser de este planeta con el don de explicarle a nuestro prójimo cuánto vale un manojo de espárragos. A partir de ya, esa condición, la de ser humano, para hablar y responder, ya no es imprescindible. Se abre ante nosotros un panorama raro raro raro, como hubiera dicho Papuchi.
Es algo en lo que haríamos mejor en pensar. A nivel personal, cada uno con nuestra circunstancia, pero también a nivel de Gobierno y de Estado.
UN GOBIERNO EN 1995
Precisamente el Tribunal de Cuentas austriaco critica que Esta Pequeña República y, más específicamente, sus ministerios, no piensan bastante en la Inteligencia Artificial. A pesar de que, en menos de lo que se tarda en chupar una gominola, la IA se ha instalado en nuestras vidas, los ministerios austriacos viven completamente de espaldas al fenómeno. Como si estuviéramos en 1995, vaya. Los planes para la implementación de la inteligencia artificial son “generales y de formulación abstracta, y no hay un plan de responsabilidades para su implementación”.
Son las conclusiones de un informe del Tribunal de Cuentas que investigó el comportamiento de varios ministerios con respecto a la IA entre marzo y junio del año pasado. Lo hizo, por cierto, porque era su obligación, marcada por la AI-Act de la Unión Europea. También debido a esta ley, hay funcionarios en la administración austriaca que se ocupan de la IA e incluso una oficina de la Inteligencia Artificial aunque, si es verdad lo anterior, los funcionarios se deben de pasar el día haciendo sudokus o aviones de papel.
La administración suele ser muy reacia a innovar. Por muchos motivos: en primer lugar, porque hay pocos incentivos para que los trabajadores destaquen de la media de sus colegas. Si uno entra con muchas ganas de cambiar el mundo, pronto llegan los otros para decirle que a dónde va con esas ansias, que se relaje. Luego, por una cuestión de mentalidad de los propios funcionarios. La función pública está muy apegada a los procedimientos, a las reglas, a la delimitación exacta de las funciones, de manera que cualquier cambio resulta sospechoso. Eso, que está bien para propiciar la estabilidad de la administración, resulta un lastre a la hora de mejorar los procedimientos de esa administración.
La Inteligencia Artificial tiene un potencial enorme a la hora de reducir el tiempo que hace falta para hacer tareas repetitivas o costosas, por ejemplo a la hora de procesar enormes volúmenes de datos. Esto, orientado con una política seria y profesional, podría llevar al ahorro de grandes cantidades de dinero al utilizarse los recursos con más eficiencia.
Sucede sin embargo con estas cosas como con otras igual de importantes (todo el asunto de medio ambiente es un claro ejemplo). En las empresas, suelen ser estos apartados lo que eran la religión y la gimnasia en los planes de estudios cuando yo era chico. Los profesores de las dos cosas solían ser los más tont…Digoo los menos brillantes del claustro.
Yo, por la parte que me toca, voy a darle una vuelta a cómo mejorar VD con la IA.
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