Toda Sevilla anda soliviantada con una restauración polémica, pero para restauración polémica, una austriaca.
24 de Junio.- La escritora francesa Marguerite Duras dejó dicho que “il n´y a pas d´erreurs, il y a seulement que des actes bizarres”. O sea, que los errores no existen, solo los actos extraños. Lo cierto y verdad es que en verano a la gente se le ponen los sesos en ebullición de manera que aumentan los actos extraños. Un ejemplo es la polémica restauración que se ha llevado a cabo sobre la imagen de la Virgen Macarena de Sevilla. Se trataba de lavarle la cara a la imagen y el restaurador, presuntamente, la ha dejado hecha una drag. Así por lo menos lo ven muchos fieles, que se han desplazado hasta la capilla que fue lugar de sepultura del general golpista Queipo de Llano, para mirar a la virgen y, acto seguido “enjuagarse” las lágrimas que brotaban abundantes de sus ojos (de los ojos de los fieles, no de los de la Virgen Macarena). Lo de “enjuagarse las lágrimas” lo he leído, por cierto, en El País. Que ay, Macarena (oé).
Yo no quiero entrar en polémicas, entre otras cosas, porque Sevilla es, a efectos de este blog, un lugar tan remoto como el desierto de Gobi, pero esta restauración me da pie para hablar de otra no menos polémica: la que intentó hacer consigo mismo el emperador Carlos de Austria, incapaz de aceptar que le había pasado por encima el rodillo de la Historia y que ya no pintaba en el orden europeo de los años veinte del siglo pasado.
La cosa comenzó porque el 3 de abril de 1919 el Gobierno austriaco de Karl Renner, harto de que el depuesto emperador y su mujer no se dieran por enterados de que ya ni pinchaban ni cortaban en el Gobierno de Austria, aprobara sin oposición una ley que expulsaba perpetuamente a los miembros de la casa de Habsburgo de territorio austriaco, confiscaba sus bienes y eliminaba los derechos nobiliarios.
Carlos, su mujer, la gallinácea Zita de Borbón y Parma, por aquel entonces embarazadísima, su familia y sus sirvientes, abandonaron el castillo de Eckartsau y partieron al exilio. El emperador Carlos, que hoy es, por cierto, beato de la Iglesia católica, debió de pensar lo de McArthur, aquello de “volveré”. Y desde el minuto uno se puso a intentarlo.
Los ex monarcas decidieron establecerse en Suiza, lugar tranquilo y civilizado, en donde no hacen muchas preguntas al respecto de la procedencia del dinero. Gracias a la prudencia de José II y los siguientes emperadores, la ex pareja imperial no tenía que preocuparse del precio al que estaban los tomates, porque tenía depositado dinerito en cuentas suizas. Pasta que correspondía al fondo de maniobra familiar previsto para cualquier eventualidad por los Habsburgo, a partir del reinado de José II.
El Gobierno suizo les dio permiso de residencia con la condición de que no se establecieran demasiado cerca de la frontera austriaca. Así pues, Carlos y Zita se fueron a vivir a Villa Prangin, una casa amplia (no tanto como Schönbrunn, sin embargo) y con terreno arbolado.
Como Carlos, ya entonces, era muy capillitas, sentía que su misión era luchar contra el comunismo. “Sin encambio” aunque no era la bombilla que más alumbraba, se había dado cuenta de que en Austria, si intentaba algo, iba a pinchar en hueso. De manera que eligió Hungría como mejor blanco para sus esfuerzos. El país magiar pasaba por un periodo convulso, revolución soviética incluida.
De todas maneras, los partidarios de la contrarrevolución (aunque no necesariamente de una monarquía) habían establecido un gobierno contrarrevolucionario en Szeged. Este Gobierno, nacido bajo la protección de Francia, con varias divisiones de oficiales, entre ellas el “batallón Ostenburg” partidario de Carlos y otra la división Lehar, reclutada gracias a fondos robados al gobierno revolucionario de Bela Kun y que, tras cruzar por Estiria, se establecieron en una zona favorable al monarca depuesto.
A finales del verano de 1919, Carlos pensó que la cosa estaba madura para reclamar el trono de Hungría. Él pensaba que contaba con el apoyo de Miklós Horthy, antiguo oficial de la marina imperial austrohúngara, que fue elegido regente del restaurado reino de Hungría.
De lo que no se daba cuenta era de que Horthy era un pieza de no te menees, como sin duda se verá en el próximo capítulo de esta historia.
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