Herbert Kickl, reelegido líder de los ultras austriacos

Ayer, en Salzburgo, Herbert Kickl fue reelegido líder de los ultraderechistas austriacos. En su discurso hizo algunas afirmaciones peculiares.

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28 de septiembre.- Ayer, en Salzburgo, en lo que suele llamarse „olor de multitudes“ Herbert Kickl fue elegido por aclamación jefe de la ultraderecha austriaca. En general, se respiraba una cierta euforia. El FPÖ es, desde hace muchos meses, líder en las encuestas de intención de voto y, en general, parece que entre los ultras reina la impresión de que el poder está cada vez más cerca.

Naturalmente, podría objetarse que un treinta y cinco por ciento de los votos no son, ni mucho menos, el cincuenta y uno por ciento que hace falta para formar una mayoría suficiente en el Parlamento. Sin embargo, en un mundo como el de Herbert Kickl y los suyos, esto tiene poca importancia.

La tuvo sin embargo en las últimas elecciones, en donde los de Kickl, envalentonados por el triunfo (relativo) despreciaron la capacidad de sus rivales para forjar alianzas y, finalmente, se quedaron compuestos y sin Gobierno.

Ayer, en Salzburgo, no hubo ni sombra de arrepentimiento. El líder de los ultraderechistas austriacos dibujó ante sus huestes un panorama (excitante para ellos, escalofriante para todo el resto) en el que se veía el orden actual de las cosas como algo caduco y destinado a ser sustituido por „otra cosa“.

El jefe de los ultras clamó por el advenimiento „de una nueva república“ cuyos rasgos principales se parecerían bastante al modelo autoritario que, poco a poco, Donald Trump está implantando en los Estados Unidos.

Un nuevo orden parecido al que también reina en nuestra vecina Hungría y que también se está abriendo paso en Eslovaquia, en donde Fico, a caballo de un partido de extrema derecha populista parecido al FPÖ, está acometiendo la operación de derribo de la democracia.

Una vez derribado “el sistema” (del que, por cierto, Herbert Kickl lleva cobrando toda su vida, al no haber hecho otro trabajo que “politiquear”) los ultras austriacos quieren imponer “otra cosa” cuya base es, se supone, la religión. Cristiana, naturalmente. Ayer, en una afirmación bastante sorprendente para quien le conozca de antiguo, Herbert Kickl hizo profesión de fe y se declaró “creyente cristiano”.

Kickl viene de los ambientes de la extrema derecha que son, por definición, ateos (o bien creen en una confusa amalgama de raigambre supuestamente germánica). La mención explícita del “cristianismo” (atención, no del catolicismo) busca una semejanza clara con el Trumpismo. Y quizá algo más que una semejanza.

Los fundamentalistas evangélicos de los Estados Unidos llevan tiempo tratando de arraigarse y, por lo tanto, invirtiendo cuantiosos fondos en Europa, en América Central y del Sur y en el África subsahariana.

El asunto no es solo un interés misionero. Buscan influencia política. Y por lo menos en Sudamérica la han encontrado. En Brasil, por ejemplo, los integristas “cristianos” son el sostén de Bolsonaro y otro tanto cabe decir de Milei en Argentina.

En España, se abre una iglesia evangélica cada cuatro días y desde el exilio dorado venezolano, se financian en España medios de agit-prop ultraderechista como “The objective”.

No es extraño que el Fpö, que es parte de esta red de partidos ultras que empieza en los Estados Unidos y termina en Rusia, quiera acceder a esta suculenta fuente de fondos.

Ayer también se demostró que el FPÖ no está, de ninguna manera, aislado internacionalmente.

Dentro de la Unión Europea, forma parte de una red de partidos (Vox, Front Nationale, Fidesz y tutti quanti) que crecieron y se fortalecieron en una etapa anterior gracias al “savoir faire” importado desde Rusia pero que hoy, impulsados por una mezcla de Zeitgeist, desinformación y desgaste de los partidos tradicionales, campan a sus anchas por los países de la Unión

Kickl anunció ayer que, si llega al poder, “se acercará” a Rusia y “cambiará” la relación de Austria con la Unión Europea (una de sus exigencias cuando negoció con el partido popular la última vez fue lo que, en la práctica, hubiera supuesto la salida de Austria de la Unión).

Por lo demás, y entre chillidos histéricos, Herbert Kickl hizo alusión ayer a sus fantasmas de costumbre. A la “secta del arcoiris” o sea, al colectivo LGTBIQ+ (todas las ideologías totalitarias, como la que Kickl profesa, se basan en la represión sexual, como primer paso para la represión del resto de las facetas de la vida humana), al bulo del “gran reemplazo” (una teoría conspiranoica muy querida por la extrema derecha) y en general al supuesto “caos” que reina en Austria y que, afortunadamente, es desmentido todos los días con la realidad de las calles de este país.


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