
Viena Directo lleva 19 años en el aire, con ocasión de su cumple, abrimos una ventana a sus secretos.
3 de octubre.- Mañana, si Dios quiere, Viena Directo cumplirá diecinueve años. No lo sé con exactitud, pero debo de andar por los ochomil artículos publicados.
Que son más o menos que los artículos que llevo escritos, porque, la verdad, no hay muchos inéditos.
Viena Directo nació en pleno centro de Viena en un mundo muy lejano y muy distinto de este en el que hoy habitamos. Por no haber, no había ni redes sociales ni internet en los móviles. Para la generación más joven, un infierno, me hago cargo. Al principio, fue una especie de cuaderno de apuntes personal y luego, a partir de 2010, fue tomando su forma actual. O sea, un comentario, a veces jocoso y a veces no, de la actualidad austriaca de todos los días.
La página lleva por subtítulo y lema “Las noticias que importan” aunque, naturalmente, la elección es muy personal y respeto mucho a quienes no estén de acuerdo con lo que yo considero importante o trascendente.
En general, procuro hacer Austria comprensible a las personas que me leen, que siguen siendo bastantes aunque la inteligencia artificial y el corralito mental impuesto por las redes sociales hayan hecho cada vez más difícil que haya lectores que le encuentren a uno espontáneamente, como pasaba antes. En los primeros tiempos, fueron muchos los que llegaron (los que llegásteis) a este espacio buscando “vuelos directos a Viena” o cosas así, y Google, que entonces era tonto, pero mucho más fiable que ahora, os enviaba a mi humilde morada.
Cada día escribo un artículo -en pandemia, dos, qué salvajada-. Suelo tardar, un día con otro, unos veinte minutos. Escribir, tengo que reconocerlo, es lo más fácil. Lo más difícil es encontrar el tema. En eso, suelo tardar más. A veces horas enteras y a veces (pocas) incluso tengo que dejarlo por imposible.
En general, un titular me suele proporcionar una chispa que hace que haya una asociación de ideas (la parte que más me gusta escribir son los principios), después de la asociación de ideas o de la anécdota personal viene la información (de mis tiempos de docente sé que la letra con risa entra) y por último, trato de cerrar el artículo con una conclusión a la altura del principio.
Días hay que cierro el artículo y digo !Qué bien me ha quedado, caray! Y días en que pienso (los menos) que el artículo malo de hoy se mejorará con el artículo bueno de mañana.
Lo que sí que no ha cambiado es que es imposible saber si un artículo tendrá éxito. Los que a mí más me gustan no se leen todo lo que yo quisiera, y los que escribo los días en los que no se me ocurre nada muchísimas veces son los que más éxito tienen.
Lo mismo que ha habido y hay gente muy cariñosa, que me lee y me manda mensajes, también tengo que decir que también hay gente que no es tan simpática.
Es inevitable en un mundo como internet, en donde hay muchos millones de personas, cada uno de su padre y de su madre.
Ha habido etapas y modas. Por ejemplo, en 2015, cuando los pobres sirios empezaron a ser recogidos en Europa, la mayoría de mis “odiadores” eran personas racistas que me llamaban comunista y bolivariano, o cosas peores. Cuando Cataluña se quiso independizar de España -qué tontería más grande, por Dios- hubo personas que me llamaron franquista. Aquí, por cierto, también hubo austriacos de esos que yo llamo “hispanistas”. O sea, esos que se han bañado dos veces en la playa de Gandía y ya piensan que entienden España.
Cuando lo de la CoVid, dada mi encendida y apasionada defensa de la ciencia y de las vacunas, que aún mantengo, me llegaron a amenazar de muerte (tengo los pantallazos en el móvil como recuerdo) y ahora con el Trumpismo y la canalla fundamentalista que lo rodea, ha surgido una nueva tribu de gente sin dos dedos de frente que me llama no sé qué cosas. Tampoco hago mucho caso, la verdad.
A lo largo de estos diecinueve años he estado tentado muchas veces de tirar la toalla. Sigo teniendo, de vez en cuando, mis crisis. Si mis lectores notan que hay un par de días seguidos sin artículo es que estoy en una etapa de desaliento.
Tengo que reconocer que, a pesar del cachondeo y el optimismo naturales que uno tiene en su cuerpo, cada vez le cuesta más a uno encontrar fuerzas para la esperanza y para encontrar noticias que merezcan ser contadas. Estos días incluso me ronda por la cabeza la idea de dedicar una semana al mes solo a contar buenas noticias. Solo cosas buenas.
No sé. Igual sería una buena idea para cuando Viena Directo, si Dios quiere, cumpla veinte el año que viene.
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