
El siguiente artículo le deparará al lector, seguramente, algunas sorpresas. En el mejor de los casos, espero que le ayude a reflexionar sobre ciertos prejuicios.
22 de diciembre.- C. (la inicial está cambiada, como todas las de este artículo) es una madre de familia de unos cuarenta y cinco años. En inglés hay un adjetivo para describirla que no existe en castellano “ladylike” o sea, “como una dama”, o señorial. Es una persona con una distinción natural. Lleva el pelo peinado de peluquería, pocas joyas y le gusta comprar en una boutique de su barrio, italiana, que vende pocas piezas de cada modelo, pero seleccionadas. Su marido habla muy bien castellano y es profesor de universidad. Cuando llega el Ramadán, ayuna lo mismo que el resto de su familia y, cuando termina el mes del ayuno, lo celebra trayéndonos a los que no somos musulmanes bollos para desayunar. Lleva trabajando en la misma empresa varios años. Es eficiente y cumplidora. Exacta y puntillosa y no le gusta la gente incompetente. Es educadísima, agradable y simpática, y se ríe mucho.
M. es un chico joven que esta haciendo en Viena las prácticas de sus estudios. Nació en un país del Magreb. Habla muy buen inglés y muy buen francés y realizó parte de sus estudios en Canadá. De su estancia en ese país le ha quedado una resistencia al invierno que le hace ir por la vida, incluso en los fríos vieneses, en manga corta.
F. es una mujer eficacísima. No llega a los treinta. Licenciada en derecho, trabaja en un bufete. Tiene un puesto de dirección, a pesar de su edad. Está especializada en violencia contra las mujeres. Nació en una familia de clase media de Marruecos, en donde no hay precedentes de personas que se ganen la vida en el extranjero. Se va a casar el año que viene con su novio, que es francés, musulmán como ella, políglota y amante de la literatura. Los dos son unas personas emprendedoras, de una cultura y un sentido del humor penetrantes.
Z. es una mujer divorciada, con una niña en edad escolar. Nada en su aspecto exterior la distingue de otros miles de madres próximas a los cuarenta que van a hablar con los profesores para ver qué tal progresan sus hijos, que se preocupan si los chicos cogen unas anginas que les den fiebre y que cuenta orgullosa lo buena que es su hija en la escuela y lo rápidamente que está aprendiendo alemán (la niña nació en Francia y se mudaron a Viena hace un año) . Habla francés e inglés, y se va desenvolviendo en alemán. Cuando dijo que era musulmana, una vecina de su rellano, austriaca, le dijo, queriéndole hacer un cumplido “que no lo parecía”.
Todas estas pequeñas descripciones corresponden a personas reales, con las que tengo algún trato en mi día a día. Hay bastantes más del mismo estilo. El Partido Popular austriaco lanzó ayer una campaña en internet contra estas personas aprovechando los estereotipos infectos y asquerosos que la extrema derecha lleva décadas sembrando en la mente de mis conciudadanos. La campaña se hacía eco de esta noticia que yo conté el otro día, pero, sobre todo, se hacía eco del sesgo racista que la noticia implica. Es de sentido común, pero creo que, visto lo visto, no es malo repetirlo: los musulmanes no son una especie zoológica, lo mismo que los católicos no lo son. Hay musulmanes buenos, musulmanes mediopensionistas, la gran mayoría, y musulmanes malas personas. Lo mismo que hay católicos buena gente que se desviven por sus semejantes y hay católicos que son unos bichos. La inmensísima mayoría de los musulmanes que viven en Austria están perfectamente integrados, realizan sus trabajos, pagan sus impuestos para que todo funcione. El estereotipo que se difunde es interesado porque trata de distinguir un confuso “nosotros” de un no menos confuso “ellos”. Y, finalmente, en el fondo, donde se quiere decir musulmán en realidad se quiere decir “pobre”.
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