Tras las huellas de Adolf Hitler en Viena (Cuarta parte)

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El asilo de la Meldenmannstrasse tal y como es en la actualidad (Archivo VD)

13 de Noviembre.- Con los cincuenta Kronen que recibió de la tía Johanna, Hitler aprovechó para renovar su fondo de armario. Compró un abrigo largo en una casa de empeños, un sombrero y unos zapatos algo mejores que los que tenía (no era difícil) y, bajo las indicaciones de Hannisch, adquirió los materiales para una pequeña industria que sería lo más parecido a un trabajo que había hecho hasta entonces.

Hitler le había contado a Hannisch que sabía pintar (de hecho, le había explicado que había estado en la Academia de Bellas Artes, lo cual era una trola como un piano, como ya saben mis lectores). El vagabundo alemán había convencido a Hitler de que se encargara de pintar escenas típicas de Viena y que él las vendería entre los turistas.

De vez en cuando, alguna de estas “obras” aflora en las casas de subastas pero, incluso los empleados de estas, convienen en que el estilo de Hitler no era predecible y maquinal. No es extraño: las escenas que Hitler pintaba para el camarada Hannisch no estaban pensadas para ser obras de arte, sino que eran souvenirs. Algo así como esos cucharones que ponen “Estuve en Gandía y me acordé de ti”, pero en fino.

Convertidos en dos minúsculos industriales, Hannisch y Hitler se mudan del Albergue para indigentes de Meidling al Asilo de la Meldenmannstrasse, en el norte de Viena.

Para Hitler, supuso un enorme salto cualitativo porque, si bien el asilo de la Meldenmannstrasse no era lo que se dice palaciego, el público que lo frecuentaba estaba ya lejos de ser una amalgama de deshechos sociales.

El Albergue para Hombres de la Meldenmannstrasse era una especie de hotel barato (muy barato, sólo costaba 50 Heller). Construido solo unos años antes y patrocinado por familias pudientes (muchas de ellas judías) en el Asilo de la Meldenmanstrasse vivían jubilados sin familia, caballeros que estaban pasando por una mala racha o personas que estaban, como dicen los ingleses, “entre dos trabajos”.

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El paso a la Meldenmannstrasse supuso un salto cualitativo para Hitler (Archivo VD)

 

Los residentes tenían cubículos privados que podían conservar de manera más o menos indefinida pero en los que no podían permanecer durante el día; disponían asimismo de una cocina en donde preparar comidas sencillas y una cantina en donde recibían comidas y bebidas no alcohólicas (perfecto para Hitler que, en aquel momento como después, e influido por los pirados a los que leía, era totalmente abstemio y vegetariano).

Paradójicamente, y según contó Hannisch posteriormente, durante aquella época Hitler y él tenían muchos clientes que eran en su mayoría judíos. De hecho, durante una época, la tercera pata del precario negocio de los cuadros fue un tal Josef Neumann, de religión hebrea. Asimismo, y según el testimonio de Hannisch, Hitler consideraba a los clientes judíos (la mayoría, pues Hannisch vendía sobre todo a comerciantes) como mejores pagadores que los gentiles.

Durante el tiempo en que el recuerdo de sus dificultades más recientes estuvo fresco, Hitler y Hannisch continuaron siendo muy buenos amigos. Sin embargo, el futuro dictador no se distinguió nunca ni por tener una buena memoria ni por ser agradecido.


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