29 de Febrero.- Querida Ainara: hay una vieja máxima del teatro que dice que una obra idiota vista por un público inteligente se convierte en una obra inteligente y, al revés, una obra inteligente vista por un público completamente imbécil, se convierte en una obra para meapilas.
No es que quiera dármelas de inteligente pero, ayer por la tarde, tirado delante de la televisión, un programa absolutamente abyecto me sugirió un pensamiento que creo que es de lo más aprovechable. Verás:
El espacio, que a ti probablemente te parecerá, dentro de veinte años, de una ingenuidad brutal, a mí me parece, en la actualidad, pura pornografía. Se llama Das Messie Team y lo emite uno de los canales de ese monstruo de la comunicación que se llama RTL.
Los ingredientes son: una psicóloga chunga (con cierto parecido con la difunta cantante Mari Trini, que en paz descansa, la pobre), un tipo más o menos fortachón de la variedad “colega perfecto para irse de birras” y una vida destrozada.
La fórmula, por lo demás, es sencilla: el programa se ocupa de la rehabilitación exprés de personas con el llamado Síndrome de Diógenes (una enfermedad mental que consiste en acumular basura compulsivamente). Cosa de una semana. La chunga, se encarga de darle al pobre sujeto (que generalmente tiene encima una capa de mierda igual de densa que la que cubre su vivienda) las mínimas nociones de higiene, tanto personal, como “habitacional”, como vital. En tanto que nuestro amigo, “el honrado Jack” se encarga de sacar la basura y las ratas de la vivienda del pobre enfermo (sólo o en compañía de otros ayudantes). Nunca falta el momento en que el esforzado basurero le recuerda al atribulado enfermo –generalmente con la mirada perdida, como de bestia asustada- la cantidad de metros cúbicos de porquería que han sacado de lo que, hasta ese momento, sólo podía calificarse de cueva inmunda saturada de porquería.
Por supuesto, la chunga se encarga también de entrevistar a los familiares o a lo que pueda quedar del deteriorado entorno afectivo del pobre enfermo mental (preferiblemente, con música sentimentaloide de fondo). Son gente, en general, con los que los Monster se encontrarían perfectamente a gusto; en sus palabras, en sus gestos, en sus miradas lábiles, uno puede adivinar la falta de protección contra las adversidades de la vida que aflige a los pobres de espíritu. Y aquí quería llegar, Ainara.
Delante de la tele, embruteciéndome con semejante basura, se me ocurrió que, en esta vida, la vergüenza no es ser pobre materialmente como también lo son los monstruos inocentes que entrevistan en Das Messie Team; sino ser pobre de espíritu y que, generalmente, esa pobreza se manifiesta en no saber qué hacer con los propios fracasos.
Eso que se llama el Sistema nos prepara para el triunfo, como el culmen necesario e inexorable de todos nuestros esfuerzos. En último término, todos los materiales culturales (desde las películas de Harry Potter, pasando por Ulises Odiseo hasta llegar a las noticias del Marca o a las aventuras de Carla Bruni contadas por Paris Match) son la historia de un héroe o una heroina que, tras pasar por según qué vicisitudes, asciende. A más sabio, a más grande, a más rico, a más guapo (en Das Messie Team, a más límpio).
Cegados por este catecismo, sin embargo, no nos damos cuenta de que la vida, generalmente, no es así y que, generalmente también, a pesar de que ponemos de nuestra parte todo lo que podemos, nuestros esfuerzos no se ven, como se suele decir con una expresión perfectamente gilipollesca, “coronados por el éxito”. En otras palabras que, después de nuestros trabajos, no somos más sabios, ni ganamos más, ni somos (aunque parezca imposible) más guapos.
La diferencia entre pobres y ricos de espíritu consiste en que, los pobres de espíritu, se dejan arrastrar por sus fracasos puntuales. No saben poner diques de contención y dejan que su vida, como si fuera la casa de un afectado por el síndrome de Diógenes, se inunde de porquería sin que ellos muevan un dedo para detener el marasmo. Porque no pueden o porque, como al enfermo mental, nadie les ha enseñado.
Fracasar, Ainara, no es deshonroso. Lo que es una vergüenza es no intentarlo, o no saber qué hacer con la frustración. El éxito no pilla a nadie sentado.
Besos de tu tío
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