Nuevas aventuras de Mick Brisgau: testosterona a cascoporro

Cerveza a la sombra de la pagoda
Un alemán bebiendo cervezota (A.V.D.)

 

1 de Marzo.- Leyendo este blog, es muy probable que haya lectores que piensen que yo, después de un duro día en la oficina, llego a mi domicilio, tiro la bolsa del gimnasio que me ayuda a mantener mi cuerpo escultural, me crujo los nudillos (cras cras) y me lanzo sobre el primer librote de Kierkegaard que pille a mano.

Nada más lejos de la realidad.

Porque, si bien yo soy un amante de la cultura densa y de lo que podríamos llamar “levantamiento de mancuerna cerebral” también soy una persona que tiene días de esos en los que le apetecen cosas de no pensar (y no me refiero a lo de Das Messie Team que contaba ayer, sino a entretenimientos pensados para seres pluricelulares).

Ayer fue un día de esos en los que te apetece quitarle el celofán a un paquete de DVDs que te garanticen varias horas de placer intrascendente.

Al salir del gimnasio, me pasé por el Müller de Mariahilfer strasse (peligroso establecimiento) y me compré la segunda temporada de Der Letzte Bulle (El último Poli).

La primera, ya obraba en mi poder y, es más, se ha convertido en uno de mis ruidos de fondo favoritos a la siempre ingrata hora de la plancha.

¡Qué me gustan a mí esos Krimis alemanes, en donde, con perro detective o sin él, se oye treinta y cinco veces por episodio la palabra Alibi (coartada) y siempre hay sus enamoriscamientos y su cadáver en la morgue, y sus chistes para niños grandes!

Qué me gustan.

La segunda temporada de las aventuras del simpar Mick Brisgau (interpretado por el fondoncete de Henning Baum) se anuncian como “Testosterone in Scheiben” (Testosterona en rodajas) y la verdad es que dan lo que prometen.

Varias veces por episodio Brisgau/Baum se sube la cinturilla de los pantalones vaqueros hasta casi llegar al trópico del ombligo, que es un gesto que los chicos hacemos siempre cuando queremos dejar sentada nuestra masculinidad; asimismo, los guionistas de Der Letzte Bulle han creado un mundo de polis noblotes en los que no hay problema que no se pueda resolver echándose al coleto un paquete de media docena de cervezas de a medio litro (mis amigos y yo, una vez a la semana, arreglamos el mundo con una ingesta alcohólica parecida).

Analizando Der Letzte Bulle con más atención saltan sin embargo algunos detalles curiosos.

Por ejemplo: a pesar de ser una serie que se presenta a sí misma como un producto concebido “para machotes”, refleja de una manera clarísima el fenómeno de la crisis del concepto clásico de la masculinidad que se acentuó en la cultura occidental a partir de principios de los ochenta del siglo pasado.

La relación de Brisgau/ Baum con los personajes femeninos de la serie es la de un daltónico al que tuvieran que explicarle los colores. Esto es: el personaje “machote” que interpreta Henning Baum tiene, más o menos, la gama de sentimientos que pueden mostrar los perros (o sea, contento, cuando mueve el rabo –va sin segundas-; cabreado –cuando muerde-, tristón –cuando las cosas no le salen bien- y hambriento, cuando no hay cerca un puesto que venda salchichas con curry –esa mezcla asquerosa con la que los alemanes pobres se esfuerzan en machacarse las arterias-).

En cambio, los personajes femeninos de la serie, a pesar de ser más esquemáticos que la declaración de la renta de Iñaqui Urdangarín (la esposa/madre, la hija, la camarera del bar que le vende las cervezas a Brisgau) presentan una gama de matices muchísimo mayor en cuya maraña el pobre poli es incapaz de orientarse. Lo cual da lugar a alguno de los gags más divertidos de la serie.

Más cosas: gusta ver que el éxito de una serie anima a que los productores (en este caso SAT1, que creo que también producía las aventuras de Rex) a invertir más dinero para darle más dignidad a la factura de un producto que, de todas maneras, es a las cuidadísimas series de la BBC lo que el VHS de nuestra primera comunión es a Salvar al Soldado Ryan.

Así, en esta temporada de Der Letzte Bulle, los decorados son más grandes (particularmente, el del bar en donde Brisgau se echa al coleto las birras), los coches son más bonitos (y brillan más, como en las series españolas de ricachones, por cierto), y hay dinero para comprar una pantalla de transparencias para esas secuencias-puente tan socorridas en las que Brisgau/Baum y su compañero se desplazan en coche de un sitio a otro para ver si el mayordomo ha sido el que le ha abierto la cabeza al dueño de las caballerizas.

Sólo un pero que, de todas maneras, caerá en saco roto: como, por alguna razón, los cámaras de Der Letzte Bulle se ven en la obligación de iluminar mucho las escenas (los exteriores) para que todo se vea bien clarito y la imagen sea muy fácil de leer, no tienen más remedio evitar que se les quemen las fuentes naturales de luz (cielos, nubes) con filtros. Y la verdad, cantan un poco.

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